domingo, 22 de junio de 2014

No despiertes aún

 
Yo, para variar, ya estoy despierta. Nuestra mecánica del sueño tiene un desfase que nos concede a los dos la ocasión de contemplarnos rendidos. Cuando tú te vas a la cama tarde, yo ya he dejado mi escudo y mi lanza arrumbados en la mesita de noche. Cuando la luz impaciente del día me silba, tú sigues empaquetado sobre ti mismo como un corderito. A lo mejor me quedo un rato en la cama muy quieta, con la vana esperanza de volver a dormirme. Pero cada uno tiene escritas en sus células unas cuantas condenas, y una de las mías es no poder dormirme de nuevo una vez que despierto, por mucho sueño que aún tenga.

Esta siesta es lo mismo. Dios, qué cansados estábamos. Demasiado madrugón, demasiado coche, demasiados pájaros. Y cuánto me siguen escociendo los ojos, aunque me empeñe en mantenerlos cerrados. Tú resoplas en mi nuca. Un aliento seco y caliente que es sinónimo del consuelo. Exactamente como tender las manos heladas delante de un buen fuego de encina, o colocarse bajo el aparato de calefacción cuando llegas a la oficina desde lo más profundo de enero. Tu respiración me conecta a tantas cosas vivas que en absoluto puedo quejarme por no seguir durmiendo. Cuántas cosas respiran confiadas a tu mismo ritmo:  niños, olas y ballenas.

Tu aliento dormido es también una excusa para la memoria. Recuerdo desfases parecidos en el que otro protagonizaba el papel que ahora te corresponde. Mi envidia, casi mi rencor por no poder unirme a su descanso. Me acuerdo de las veces en que compartí con mi tía Juani una cama un poco hundida, o un colchón echado al suelo para la siesta. Cómo me sujetaba como si yo fuera un rehén o un escudo humano. No me atrevía a moverme para no despertarla, y cuanto más resoplaba ella, más me dolía a mí el cuerpo y más tensa me ponía. Tenía la sensación de ser víctima de una injusticia: atrapada por el sueño de otro y sin poder escaparme de ninguna manera. Y más que el costado inmóvil o el codo ajeno como un peso muerto sobre mis costillas, dolía la incomunicación. Una persona dormida que se agarra a un insomne: la noche y el día, el invierno y el verano, las dos caras de la luna que nunca llegarán a encontrarse.

Pero ya estoy despierta y tu aliento sobre mi nuca es una caricia caliente. Todavía sigo sin querer moverme: soy la guardiana de tu entrega. Y entiendo perfectamente el idioma de tu respiración. Me sumerjo ahora en ella. Todos respiramos contigo, dormidos y despiertos, cigarras y hormigas. Exhalas, inhalo, somos parte de un mismo ciclo. Me transfieres así tu reposo; a cambio te doy la certeza de que seguimos con vida. No creo que encontremos mejor modo de comunicación.

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