Yo, para variar, ya estoy despierta.
Nuestra mecánica del sueño tiene un desfase que nos concede a los
dos la ocasión de contemplarnos rendidos. Cuando tú te vas a la
cama tarde, yo ya he dejado mi escudo y mi lanza arrumbados en la
mesita de noche. Cuando la luz impaciente del día me silba, tú sigues empaquetado sobre ti mismo como un corderito. A
lo mejor me quedo un rato en la cama muy quieta, con la vana
esperanza de volver a dormirme. Pero cada uno tiene escritas en sus
células unas cuantas condenas, y una de las mías es no poder dormirme de nuevo una vez que despierto, por mucho sueño que aún tenga.
Esta siesta es lo mismo. Dios, qué
cansados estábamos. Demasiado madrugón, demasiado coche, demasiados
pájaros. Y cuánto me siguen escociendo los ojos, aunque me empeñe
en mantenerlos cerrados. Tú resoplas en mi nuca. Un aliento seco y
caliente que es sinónimo del consuelo. Exactamente como tender las
manos heladas delante de un buen fuego de encina, o colocarse bajo el
aparato de calefacción cuando llegas a la oficina desde lo más
profundo de enero. Tu respiración me conecta a tantas cosas vivas
que en absoluto puedo quejarme por no seguir durmiendo. Cuántas
cosas respiran confiadas a tu mismo ritmo: niños, olas y ballenas.
Tu aliento dormido es también una excusa
para la memoria. Recuerdo desfases parecidos en el que otro
protagonizaba el papel que ahora te corresponde. Mi envidia, casi mi
rencor por no poder unirme a su descanso. Me acuerdo de las veces en
que compartí con mi tía Juani una cama un poco hundida, o un
colchón echado al suelo para la siesta. Cómo me sujetaba como si yo
fuera un rehén o un escudo humano. No me atrevía a moverme para no
despertarla, y cuanto más resoplaba ella, más me dolía a mí el
cuerpo y más tensa me ponía. Tenía la sensación de ser víctima
de una injusticia: atrapada por el sueño de otro y sin poder
escaparme de ninguna manera. Y más que el costado inmóvil o el codo
ajeno como un peso muerto sobre mis costillas, dolía la
incomunicación. Una persona dormida que se agarra a un insomne: la
noche y el día, el invierno y el verano, las dos caras de la luna
que nunca llegarán a encontrarse.
Pero ya estoy despierta y tu aliento
sobre mi nuca es una caricia caliente. Todavía sigo sin querer
moverme: soy la guardiana de tu entrega. Y entiendo perfectamente el idioma de tu
respiración. Me sumerjo ahora en ella. Todos
respiramos contigo, dormidos y despiertos, cigarras y hormigas.
Exhalas, inhalo, somos parte de un mismo ciclo. Me transfieres así
tu reposo; a cambio te doy la certeza de que seguimos con vida. No
creo que encontremos mejor modo de comunicación.
Precioso...
ResponderEliminarTu tía Juani, hoy cumpliría 51 años si se hubiera quedado.
ResponderEliminar