viernes, 27 de junio de 2014

Mi impronta

 
En todos los minutos del día en que la vida se hace sala de espera, abro mi tocho de Jon Kabat-Zinn sobre la atención plena. Supongo que esta urgencia de rellenar el tiempo con frases de otro sabotea los valores de consciencia esmerada y reposo que contiene ese libro. Pero a veces, en los paréntesis que meto entre la prisa y el ruido de tráfico, encuentro una isla. Me llega algo así como una de esas audioguías que convierten un territorio extraño en inteligible. Una traducción simultánea. La posibilidad de darle la vuelta al tapiz de la vida para contemplar todos los nudos de su trama.

Leo por ejemplo esto:


Se dice que Helen Keller podía descubrir, apelando exclusivamente al sentido del olfato, “el trabajo de quienes están en la misma habitación que yo. El olor de la madera, del hierro, de la pintura y de los productos químicos se adhiere a la ropa de quienes trabajan con esos materiales, y lo mismo sucede cuando alguien pasa de un lugar a otro, porque porta consigo la impronta del lugar del que viene, ya se trate de la cocina, del jardín o de la habitación de un enfermo”.


La impronta del lugar... Palabras que cosecho a las seis de la mañana, justo antes de irme al trabajo, y que se quedan impresas como un eslogan en las vallas publicitarias mentales. Bajo a una calle cuya melodía cotidiana ha cambiado desde la entrega de notas escolares, a las rotondas todavía somnolientas, al paseo donde a esta hora los plátanos se saben misteriosos y guapos. Me siento en el coche a esperar que el amanecer se desenrolle en mi ventana, como  uno de esos trucos en los que una sucesión muy rápida de viñetas da origen a una peliculita. Y así, cuidando con celo de lo que he leído, atravieso paisajes y me hago responsable de ellos.

Portaré su olor en mi piel y mi ropa cuando regrese del campo. Volveré a entrar en lugares cerrados, en tiendas, oficinas, bares y salas de gimnasio, y sólo hará falta encontrar a alguien lo bastante sensible como para que mi regalo de olor se reparta. La cajera del supermercado se acordará del aire libre al cobrarme. El mecánico notará de repente que el trigo húmedo bloquea los vapores de la grasa de motor y el anticongelante. El funcionario que sólo sale a cazar uno de cada cinco domingos se estremecerá al percibir que mis botas pisaron aceitunas marchitas y tomillo. La que prepara el examen del MIR quizás recupere una conexión física con el olor de bichos muertos y vivos, si nos estiremos juntas en la clase de yoga. Cualquiera que se sienta encerrado en su prisión subjetiva podría entender a través de mi rastro cómo corretean los conejos o los mochuelos se quedan mirando. El que no despega los ojos del móvil tal vez recuerde lo asombroso que era amanecer.


Helen Keller, huéleme esto

Llevaré mi impronta conmigo y yo a mi vez sentiré que la calor y los fríos, la espalda hecha un cristo y los madrugones habrán valido la pena. Estaré siempre orgullosa de cada olor que mi cuerpo cosecha.

3 comentarios:

  1. Anónimo entre comillas28 junio, 2014 23:46

    Preciosa foto, como el post.
    Y qué poderío el de ese sentido tan dejado de lado, cuando hay pocos tan exactos ayudando a evocar, trayendo recuerdos imposibles para la memoria, tan limitada.

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    1. Llevo tiempo queriendo escribir sobre olores. Y siempre me retraigo porque parece demasiado personal y complicado de compartir. Exactamente como la memoria.

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  2. No podría añadir nada más, después de leer el comentario de "anonimíllas".
    Redondo, como el post.

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