miércoles, 9 de abril de 2014

Soñando postales (I)


Al final he venido a parar a Paros. Perdona la frase tan mema, pero casi me sentía en la obligación de enlazar esas dos palabras: el verbo del que mi cuerpo y mi mente estaban empezando a olvidarse, el topónimo tan ajustado.

Espera, que no, que estoy en Paxos. Perdona otra vez. Paxos, Paros, Naxos, Patmos... Creo que he pasado demasiado tiempo estudiando ese confeti a las puertas de una iglesia que es la geografía griega. He cavilado sobre rutas y etapas encima de camas de hotel revueltas, también en los minutos en blanco esperando a que un camarero me trajera el enésimo café con posos o la enésima hoja de parra rellena. He viciado los lomos de mi guía, la he hecho engordar a fuerza de marcas. Estoy borracha de islas.  Y ahora más que nunca necesito parar. Aunque sea en Paxos y no en Paros.

Así que Paxos, Paxos y Paxos. Mi mochila descansa ya en un rincón de otro cuarto con paredes blancas y postigos compasivamente entornados. La vibración que el motor del barco y las olas transmitieron a cada uno de mis músculos se disipó hace un buen rato. La cerveza está fresca. Estiro las piernas debajo de la mesa, por encima de la cabeza estiro los brazos. Estoy dispuesta a dejar de escribir en cuanto  el primer barco asome. Aunque quizás los esté esperando en vano. He leído aquí y allá lo difícil que es llegar a esta isla. No avión, pocos barcos, horarios enigmáticos. A mí no me ha parecido para tanto: entré a una agencia de viajes en Corfú y salí de ella en tres minutos con un billete en la mano y tiempo justo para mear. Con el ánimo sintonizado perfectamente con la perspectiva de pasar cinco horas meciéndome en una cuna tremenda, siguiendo con la yema del dedo la línea de costa del continente, navegando en paralelo y como con displicencia, a salvo de cualquier jaleo contemporáneo.

Pero va siendo cierto que los barcos no llegan. Consulto de nuevo mi guía oracular: sólo cinco ferrys a la semana. La gente que pasa por delante de esta terraza se contonea ligeramente, como si para compensar hubieran ensayado una coreografía minimalista en homenaje a las olas. Veo chicas morenas y un viejo muy pertinente, como a punto de ponerse a secar pulpos para que los turistas tiren la foto. Veo alemanes con muchas horas de yoga en la espalda y toda esa chusma de dioses y héroes parricidas y traidores tan fresquita en la mente como mi cerveza.

Yo ya he roto con ellos. Con los dioses, no con los alemanes. O al menos con la pretensión un poco idiota de encontrar su correlato en el paisaje. No voy a buscar en la Wikipedia si Poseidón se pasó por aquí con la loable intención de follarse a alguna una sirena. No llevo encima ningún adorable tocho de Robert Graves. No voy a rellenar con la espuma aislante de los cuentecillos y de las fechas la poca distancia que ahora me separa del cielo salvaje, el mar delirantemente turquesa, la piedra caliente como un abrazo. La ausencia flagrante de sombra se basta a sí misma para ser regia. Cuando esta noche caiga rendida tal vez sí que lea un par de frases de algún folleto; tal vez volveré a dormirme con una sonrisa dedicada a aquellos compañeros de infancia. Pero los acebuches y granados que respiran detrás de mi nuca no necesitan reivindicarse con la demanda de haber sido antes una ninfa en aprietos. Y de aquí hasta que me marche acogeré cualquier propuesta de ir a ver ruinas con el talante un poco soñador y abstraído con que uno pasa las hojas de una revista de decoración. 


Postal imaginaria por cortesía de ...
 

Ya lo sabes entonces. He cruzado fronteras en el aire, he saltado de Italia a Grecia, y he sorteado islas e islotes como si fuera la bola blanca del billar, tan sólo para ofrecer el hocico al sol con los ojos cerrados y estirarme como un gato callejero ante una cerveza que sabe igual que en Granada, pero qué dónde va a parar. No tengo muchos más proyectos. De tanto en tanto abriré los ojos y me maravillaré de que este sueño se esté desarrollando en un escenario así de sencillo y a la vez de excelso. Tal vez antes de que me traigan la comida aparezca uno de esos barcos fantasmagóricos con otra carga de europeos del norte o de americanos, ávidos de que algún dios calentón les acaricie la bragueta. Después dormiré la mona de feta y belleza en mi pensión de fachadas vainilla. Mañana será cuando recorra de punta a punta los diez kilómetros de isla a golpe de bota o sandalia. O ni siquiera. Hay calas y calitas a las que tengo intención de tutear. En los campos hay muretes de piedra que seguir como a venas en el brazo de tu amante. Hay árboles, y la posibilidad de dar paseos en barca hasta que los hombros se pongan tostados y mórbidos y la frescura de la noche se quede a vivir en su curva. Hay también buganvillas, pero no un bolsillo lo bastante grande como para desmantelar la isla de Paxos guijarro a guijarro y llevármela encima.

6 comentarios:

  1. Si no se tienen disponibilidad o ánimo, o lo que sea que haga falta para viajar,
    ojalá dispongamos de una imaginación exuberante como la tuya.

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    1. Es una manera de sacarle algo de partido a la virginidad de las guías de viaje.

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  2. Genial!!. Ahora, a disfrutar del viaje (real o imaginario). Yo me quedo con que "En los campos hay muretes de piedra que seguir como a venas en el brazo de tu amante". Me encanta.
    Besos!

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  3. Anónimo entre comillas11 abril, 2014 22:50

    Yo lo haría también, con los ojos cerrados...

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  4. Po, chica, vamos a hacerlo con los ojos abiertos. No vaya ser que, en vez de a Grecia, lleguemos a Australia.

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