lunes, 21 de abril de 2014

No busques paz entre naranjales

 
La primavera es una puñalada. Un complot. Un lazo en el que uno cae y del que ya no puede zafarse. Desprevenidamente, hundes la nariz entre las flores, o sales de una casa rodeada de naranjos antes incluso de apurar el café del desayuno, aspirando el olor a azahar con la misma furia con que Moisés abrió las aguas del Mar Rojo. Te llenas de olores como si fuera un acto inocuo, como si esa tibieza nueva en la piel no te estuviera avisando de que llenarse así no debe de ser demasiado decente. Pero ya estás perdido: tienes el veneno de la primavera circulando por todo tu cuerpo.

He comprobado que a los gatos también les pasa. Chiti se contonea por el patio con su ritmo heredado del tigre, abriéndose paso por entre un aroma a azahar tan intenso que es como si el aire blanquease. Husmea entre las flores, mete el hocico en un macizo de jazmín africano que huele de un modo que la OMS debería catalogar como nocivo: demasiado decadente, demasiado sensual para que tan temprano lo aspiren una gatita castrada hace muy poco, y una mujer que todavía no se ha quitado el pijama. Y Chiti se está pasando de la raya. Cuando algo en su listeza animal la convence de que ya ha tenido bastante, se aparta tambaleándose. Intoxicada como yo. Me cuesta decidir si este olor que ambas nos metemos es la droga verdadera, o algo así como metadona para sustituir adicciones más peligrosas.

Haciendo coros al aroma invasivo, está el runrún que no para nunca en las horas de sol. Basta con aguzar un poco el oído al pasear bajo los naranjos, o cuando nos perdemos por el sistema circulatorio de veredas y caminos que envuelve la casa. Un zumbido que en poco tiempo consigue anular tus pensamientos y el compás de tus pasos. Abejas. No sé cuántas toneladas de alas y de hambre, de veneno y néctar. Una abeja en cada azahar, y tantos azahares como galaxias. En el ruido que montan puedes reconocer la nota sostenida en que se ha convertido tu mente: oler, oler, ser atraído, dejarse caer en un pozo adonde no llegan los nombres ni los propósitos, no parar de libar.

Al final escuchas a los abejarucos. Su vocerío de mercadillo. Sus grititos entre presumidos e histéricos que no te queda más remedio que adorar. A estos también los ha atraído la certeza de darse un banquete. Vienen dispuestos a ponerse hasta el culo de abejas que se ponen hasta el culo de néctar. Esto es la primavera: un círculo que se engarza a otro círculo que se engarza a otro círculo, y así hasta que ya no quede mucho más que fecundar o que devorar.

Y tú, con tu mente humana anestesiada por tanto jadeo de pájaros, y tanto zumbido y tanto perfume, contemplas todo el cuadro completo de círculos y te das cuenta de que estás ahí adentro y formas también parte de ello. Aspiras de nuevo el aroma de unas flores que simulan bien el candor, y poco te falta para suplicar que un pájaro tan imposible, tan hermoso y alegre como el abejaruco, haga uno de sus picados acrobáticos, te agarre y se dé un festín con tu carne.

3 comentarios:

  1. Anónimo entre comillas23 abril, 2014 22:22

    No se me ocurre nada mejor que perderme allí, en aquella paz y tanto sol como debe estar preparándose para trabajar ya en serio, con esas dos "vaquitas" tan distintas y tan queridas y ese olor, que no se puede explicar (bueno, tú sí sabes hacerlo), que desearía poder tatuarme en la piel para siempre.

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  2. Lo estoy sintiendo, lo he sentido alguna vez, tal cual. Lo has traducido y regalado. Abrazo fuerte de Teletubbie

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  3. Confirmado.Buen lugar para perderse.

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