lunes, 28 de abril de 2014

Exceso de confianza

Puedes conducirte más o menos bien por la vida creyendo que respirar viene a ser un sinónimo de vacilar, hasta que te da por hacer una lista de las cosas que das por sentadas a lo largo del día y, entonces, ya no sabes cómo puedes seguir caminando ágilmente bajo el peso de tanta certeza. Desde que te levantas hasta que te acuestas, te aferras a unos cuantos principios salvavidas que, si vinieran con etiqueta, tal vez te informasen de que se fabricaron sin demasiado rigor en alguna fábrica china.

Das por sentado, por ejemplo, que el día que comienza sabrá acatar dócilmente el diseño que te has ido proponiendo para estar en el tiempo y que, a grandes rasgos, será un duplicado del día anterior, con variaciones indispensables. Das por sentado que gracias a ese control que ejerces, estarás bien entrenada para lo que se presente, y que tienes un botín de experiencia que te permite desenvolverte con aptitud en la vida.

Das por sentado que el mundo que se quedó fuera cuando cerrastes los postigos  anoche se va a estar quietecito y en su sitio hasta que te levantes. Que al encender la radio para no desayunar sola el locutor seguirá narrando desastres e injusticias que suceden a una distancia lo suficientemente aséptica. Que las calles seguirán asfaltadas, y la mierda seguirá fluyendo disciplinada y discreta a un par de metros por debajo de tus pies, sin mezclarse jamás con el agua que enjuaga tu pelo, lava tu lechuga y llena tu vaso. Que los grifos y los interruptores sabrán respetar tus necesidades básicas. Que los autobuses llegarán más o menos puntuales. Que a todos los bomberos, policías, barrenderos, maestros, médicos, electricistas y conductores de ambulancias no se les ocurrirá darse de baja a la vez. Que la gente seguirá entendiendo las frases fundamentales del idioma de la convivencia: lo que dicen los semáforos, las distancias de seguridad entre los cuerpos, las leyes de los turnos y la propiedad.

Das por sentado que tu organismo sólo será un día más viejo que ayer. Que cada parte hará lo que sabe sin protestas; que ni tu hígado, ni tus intestinos ni tu pulmón se dedicarán hoy a gandulear. Que te saludarás en el espejo con un gesto de reconocimiento. Que la filigrana de hormonas y neurotransmisores mantendrá tu temperatura, tu nervio y tu glucemia dentro de unos márgenes que hacen de la vida una cosa soportable. Que en tu cerebro seguirán operando las mismas oscuras operaciones electroquímicas que ayer te permitían registrar, comprobar, imitar, decidir, reflexionar, recordar, imaginar.

Que seguirás entendiendo lo que la gente dice cuando habla. Que sabrás en todo momento el lugar dónde te encuentras. Que reconocerás la cara de las personas a las que amas. Que seguirás sabiendo manejar las máquinas que ayer mismo eran una prolongación de tu cuerpo. Controlar tus impulsos de sexo y violencia. Distinguir la fantasía de la realidad.

Das por sentado que la certeza de tu finitud no será capaz de arañar tu alegría.

Y cuando calculas así el peso que ocupa este exceso de confianza, no te queda más remedio que plantearte qué sería de tu vida si cualquiera de tus certezas flaquease.


(Eso por no hablar de tu fe en que el sol seguirá meando brutalmente fotones, las plantas exhalando oxígeno, y la gravedad atándote a lo que un poco impunemente llamas realidad)

2 comentarios:

  1. Pero por muchos planteamientos que nos hagamos, nunca sabremos por anticipado si sabremos dar la medida, o estar a la altura de las circunstancias.

    ResponderEliminar
  2. Disculpa mis frases hechas, resumen bien lo que pienso.

    ResponderEliminar