Leo en el libro de Eugenides que la
vida real nunca está a la altura de su versión escrita.
Y a veces no me cabe la menor duda de
ello. A veces es esa convicción la que me mantiene atada al empeño
de triturar un mundo de complejidad exuberante para colarlo por un
tamiz hecho de veintiocho signos: un tamaño de poro demasiado fino;
demasiada fibra de realidad que nunca logra pasar el filtro. Pero
persevero, o la escritura persevera conmigo, por pocas ganas que
tenga, por mucho que llegue a costarme, por muy sola que pueda
sentirme sin más compañía que la de mis imágenes. Porque lo creo
a pies juntillas: que lo que no se fija con la laca del
lenguaje se escurre como los cumpleaños. Como arena en un hoyo. Como
la primavera y el verano. Que lo no dicho carece de hueso y de
músculo, y no es capaz de dar un solo paso para ir al encuentro de
nadie.
Por eso relleno libretas y colecciono
dentro de ellas el discurrir de mis días. Por eso utilizo este blog
con la misma ceguera confiada con que en la playa se construyen
castillos de arena. Por eso compenso lo que no vivo con lo que
escribo, con ánimo de revancha. Me invento postales.
Monto relatos para desactivar circuitos eléctricos emocionales.
Cierro abrazos que no llegaron a darse. Meto la lengua adonde no tuve
acceso. Tuneo y redecoro. Reciclo la basura del recuerdo.
Otras veces en cambio tengo una fe
radical en que, no–hijo–no, ningún párrafo, por muy luminosa
que su factura resulte, podrá ser tan persuasivo como las olas que
invaden tu conciencia si te tumbas con cuerpo de siesta en la playa.
Ningún escritor tendrá suficientes recursos como para describir el
olor exacto del cóctel que en Bolonia componen las flores blancas de la
retama, la poca sal del Atlántico y la arena entibiada por uno de
esos días nublados que engañan y se te enroscan en el cuello
desnudo. Nadie sabrá reproducir fielmente el entramado de un bosque
o el sigilo de la fotosíntesis. Ninguna novela será tan minuciosa
como para seguir el rumbo azaroso que el corazón marca en un solo
día.
Y yo no me veo capaz de componer la frase
perfecta para expresar ciertos júbilos. A veces no cabe en mí
ambición literaria que pueda estar a la altura de la complacencia
con que respiro.
Mas, ahora que empiezo a experimentarlo, realidad y escritura me parecen complementos perfectos.
ResponderEliminarBesísimos.
Chica, a veces algo de lo que te pones encima es tan increiblemente vistoso que no lo deberías intentar combinar.
EliminarMás besos de amor.
Quiero pensar que escribir es como un lujo, algo que sólo algunos pueden permitirse, pero que no es imprescindible para que la realidad sea más real ¿qué sería si no del común de los mortales...?
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