Lo siento mucho, Bola, pero a veces pasa eso.
Es más, podría asegurarte que el hecho de que escojan a otro antes
que a ti es lo normal. Y tú eres un perro: tu imagen del mundo opera
mediante la aritmética de la normalidad; el hombre de la barba
desaparece todos los días de tu vista cuando el sol está alto, y tú
lo esperas sentada junto a la verja hasta que
regresa al cabo de un rato. Esperarlo es normal. Por la noche suenan ladridos que no
reconoces y tú respondes ladrando; tus ladridos automáticos
contrarrestan esa pequeña anormalidad. Así que míralo de este
modo: que esta vez te hayan dejado en casa no es un suceso como para
montar un drama. A todos nos ha pasado. Y tienes suerte: precisamente
por ser perro, no tienes que soportar que la idea del rechazo se
aferre a tu mente como una garrapata.
Pero sí, ya sé que lo que te digo no te
hace mucho avío. No es más que otro de esos alardes de farfulleo a
los que tan aficionados somos los humanos. Qué falta te hace a ti
entender las palabras, cuando puedes manejarte perfectamente con el
lenguaje de las acciones y de los gestos. Me has visto salir a tu
encuentro; has venido hacia mí con un brío impropio y me has alzado
las patas como si fueras un potro. Tal vez creías que yo podía
enmendar la situación, coger tu correa y sacarte igual que acababan
de sacar a Zara. Pronto has comprendido que no, que me iba a limitar
a mirarte con algo que tú no sabías que se llamaba piedad. Has
vuelto después a la verja y has ladrado para que aquellos que se
fueron sin ti volvieran a recogerte. Y cuando ya debía de dolerte la
boca, has bajado la cuestecilla que trae hasta casa, has subido otra
vez, has corrido desgañitada, te has parado en seco, ha vuelto a
asaltarte una fe cerril en mis capacidades. Igual busco yo las llaves
bajo el sofá aunque sepa que ahí es imposible encontrarlas. Y ahora
me miras, con la respiración acelerada, toda tú una
demostración empírica de que los animales saben sentir ansiedad.
Yo sigo observándote con la cabeza
ladeada, un gesto que a partir de ahora sabrás asociar a la condenada
piedad. Yo y mis predicciones humanas, yo y mis lecciones que no
sirven de nada. ¿A ti qué carajo te importa que esto nos haya pasado a todos? Lo que te pone loca, lo que te arranca de tu natural
abulia, lo que te devuelve a tu estado trotón de cachorra, es que un
humano abra la puerta de este mundo cerrado y amable y
te lleve de excursión a la playa. Pero si hasta entiendes esa palabra: alguien la pronuncia, y ya estás tú poniéndole las manazas encima. Allí correteas, y tratas de comprender el
significado del agua que nunca se para; te zambulles en esa otra
agua que está quieta, y lo olfateas todo como si andaras a la caza de un animal llamado libertad. Y, vaya, te ha hecho falta muy poco tiempo
para saber que esta vez un humano ha aprovechado uno de tus despistes y se
ha llevado a la otra perra a la playa. Los has visto subir a los dos, la correa roja colgando de la mano del hombre. Apenas
si te has dado cuenta de cómo atravesaban la verja, porque ya
estabas tú corriendo hacia ellos, ladrando esperadme. No te
han esperado.
No han vuelto a por ti. No has visto tu
correa azul en mi mano. No sabes que a veces pasa. Que no eres lo
bastante ágil como para adaptarte al ritmo del mundo. Que eres
pesadota, entusiasta a tu modo privado, demasiado marrullera y
curiosa como para resultar una perro civilizado. Que no te interesan
mucho los juegos que tan bien hacen sentir a las personas, tan
involucradas, tan importantes. No sabes que siempre habrá animales
que respondan mucho mejor que tú a las expectativas humanas. No lo
sabes. Pero tal vez una especie de conocimiento distinto se haya
asentado ya en tus entendederas perrunas. Puede que a partir de ahora
te ponga nerviosa despistarte por si vuelven a dejarte sola. Puede
que esperes con un nuevo anhelo a que la verja se abra y alguien vuelva a por ti.
¡Serán crueles el par de Jotas! ¿por qué hacen eso?
ResponderEliminarTengo que aclarar que sólo hubo un Jota perpetrador, y que la pobre criatura no tiene brazos suficientemente fuertes como para acarrear con una perra damisela pero obsesa del juego de las piedras, y otra más bien brutota.
Eliminar¡Que injustos los humanos!
ResponderEliminarAix, pero qué lástima!
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