domingo, 16 de marzo de 2014

Se dan cuenta

 
Lo siento mucho, Bola, pero a veces pasa eso. Es más, podría asegurarte que el hecho de que escojan a otro antes que a ti es lo normal. Y tú eres un perro: tu imagen del mundo opera mediante la aritmética de la normalidad; el hombre de la barba desaparece todos los días de tu vista cuando el sol está alto, y tú lo esperas sentada junto a la verja hasta que regresa al cabo de un rato. Esperarlo es normal. Por la noche suenan ladridos que no reconoces y tú respondes ladrando; tus ladridos automáticos contrarrestan esa pequeña anormalidad. Así que míralo de este modo: que esta vez te hayan dejado en casa no es un suceso como para montar un drama. A todos nos ha pasado. Y tienes suerte: precisamente por ser perro, no tienes que soportar que la idea del rechazo se aferre a tu mente como una garrapata.

Pero sí, ya sé que lo que te digo no te hace mucho avío. No es más que otro de esos alardes de farfulleo a los que tan aficionados somos los humanos. Qué falta te hace a ti entender las palabras, cuando puedes manejarte perfectamente con el lenguaje de las acciones y de los gestos. Me has visto salir a tu encuentro; has venido hacia mí con un brío impropio y me has alzado las patas como si fueras un potro. Tal vez creías que yo podía enmendar la situación, coger tu correa y sacarte igual que acababan de sacar a Zara. Pronto has comprendido que no, que me iba a limitar a mirarte con algo que tú no sabías que se llamaba piedad. Has vuelto después a la verja y has ladrado para que aquellos que se fueron sin ti volvieran a recogerte. Y cuando ya debía de dolerte la boca, has bajado la cuestecilla que trae hasta casa, has subido otra vez, has corrido desgañitada, te has parado en seco, ha vuelto a asaltarte una fe cerril en mis capacidades. Igual busco yo las llaves bajo el sofá aunque sepa que ahí es imposible encontrarlas. Y ahora me miras, con la respiración acelerada, toda tú una demostración empírica de que los animales saben sentir ansiedad.

Yo sigo observándote con la cabeza ladeada, un gesto que a partir de ahora sabrás asociar a la condenada piedad. Yo y mis predicciones humanas, yo y mis lecciones que no sirven de nada. ¿A ti qué carajo te importa que esto nos haya pasado a todos? Lo que te pone loca, lo que te arranca de tu natural abulia, lo que te devuelve a tu estado trotón de cachorra, es que un humano abra la puerta de este mundo cerrado y amable y te lleve de excursión a la playa. Pero si hasta entiendes esa palabra: alguien la pronuncia, y ya estás tú poniéndole las manazas encima. Allí correteas, y tratas de comprender el significado del agua que nunca se para; te zambulles en esa otra agua que está quieta, y lo olfateas todo como si andaras a la caza de un animal llamado libertad. Y, vaya, te ha hecho falta muy poco tiempo para saber que esta vez  un humano ha aprovechado uno de tus despistes y se ha llevado a la otra perra a la playa. Los has visto subir a los dos, la correa roja colgando de la mano del hombre. Apenas si te has dado cuenta de cómo atravesaban la verja, porque ya estabas tú corriendo hacia ellos, ladrando esperadme. No te han esperado.

No han vuelto a por ti. No has visto tu correa azul en mi mano. No sabes que a veces pasa. Que no eres lo bastante ágil como para adaptarte al ritmo del mundo. Que eres pesadota, entusiasta a tu modo privado, demasiado marrullera y curiosa como para resultar una perro civilizado. Que no te interesan mucho los juegos que tan bien hacen sentir a las personas, tan involucradas, tan importantes. No sabes que siempre habrá animales que respondan mucho mejor que tú a las expectativas humanas. No lo sabes. Pero tal vez una especie de conocimiento distinto se haya asentado ya en tus entendederas perrunas. Puede que a partir de ahora te ponga nerviosa despistarte por si vuelven a dejarte sola. Puede que esperes con un nuevo anhelo a que la verja se abra y alguien vuelva a por ti.

4 comentarios:

  1. Anónimo entre comillas16 marzo, 2014 20:25

    ¡Serán crueles el par de Jotas! ¿por qué hacen eso?

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    1. Tengo que aclarar que sólo hubo un Jota perpetrador, y que la pobre criatura no tiene brazos suficientemente fuertes como para acarrear con una perra damisela pero obsesa del juego de las piedras, y otra más bien brutota.

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  2. ¡Que injustos los humanos!

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