A Lorrie Moore me la encontré de frente hace cinco años, y no tengo tanta fantasía como para imaginar nuestro encuentro lejos de un pub de Manhattan.
Entonces yo andaba enganchada a un tipo
de prosa elegante: aromática y distante como el té Earl Grey; sutil
y lírica como el sushi. Me gustaba subirme a frases subordinadas
como un niño o yo misma a las ramas de un árbol. Disfrutaba con el
espectáculo morboso de las autopsias del corazón. Tramas barrocas o
todo lo contrario, suntuosidad del lenguaje, la forma mirando a la
historia con los ojos de Cleopatra. Leí todo Nabokov, a la mitad de
los ingleses contemporáneos, a algún japonés que otro. La
realidad, cuando salía de esos libros, se parecía a un polígono
industrial.
Y un día me vine de la biblioteca con
Anagramas. Un auténtico flechazo. Me recuerdo a mí misma
sobre la cama, con los codos apoyados en un revoltijo de sábanas,
agonizando a la hora de la siesta a fuerza de trasnoches y
madrugones, y sin poder dejar de leer. Eran los tiempos de mi primer
y verdadero noviazgo: las noches estaban llenas de cine y manos bajo
mi falda; los días, un cóctel peleón de Lorrie Moore y bostezos.
De repente empezaba a tantear el espectro de un amor real, con toda
su carga de pactos, dependencia y generosidad. Adiós, corazones de
humo de la adolescencia. Hola, gente que se hace imprescindible en
pijama. Adiós, héroes que se perdían queriendo en el camino hacia
Ítaca. Hola, todas las dudas de unirse por primera vez a alguien.
Adiós, comodidad del deseo. Hola, vida desnuda.
Cómo no iba a coger entonces con vicio a
esa Lorrie. En su voz reconocía a la amiga a quien me hubiera
gustado contarle las novedades. Allí estaba esa risa excitada que en
los bares rápidamente desemboca en un cotocircuito de esófago.
Estaba mirar al tío del otro lado de la barra y achinar las ojos
como rapaces, para quedarnos después inmóviles en el taburete.
Estaba creernos las más listas y las más retrasadas. La típica
frase idiota pronunciada en los albores de una resaca, y convertida
de golpe en una anti – varita para desencantar la realidad. Las
ganas de estamparle un besazo en la frente a tu amiga, por ser a la
vez tan vieja y tan cría, e inmediatamente, de cruzarle la cara por
ponerse estupenda a fuerza de paradojas, como un Oscar Wilde comprado
en los chinos. Disimular que una entendía tanto del fracaso como la
otra. Aprender a domesticar la frustración en compañía. Acabar con
el blanco de los ojos virando hacia el rosa, y echarle la culpa al
humo de un tabaco que entonces no estaba prohibido, y luego, al
arrastrarte a tu cama con los pies hechos polvo, darte cuenta de que,
por encima del nuevo dolor de vivir, estaba la risa.
El glamul que teníamos |
Hoy vuelvo a leer otro de sus libros de
relatos llamado Autoayuda. Y no sé, mi vieja amiga de barra
ya no me deslumbra de la misma manera que entonces. A veces me cuesta
encontrar en su desenfado, en esa risa sin labios, la diferencia
entre la honestidad brutal y la pose. Puede que tenga que ver con el
hecho de que sea su primera obra. O puede que yo haya cambiado un
poquito. Que ante la perplejidad y el dolor que la vida a veces
provoca, ante las rozaduras que lo real inflinge en una piel
demasiado fina, prefiera ahora la compasión a la mordacidad. Pero
luego, en ese sobrecogedor relato que se llama De lo que se
apoderan, va y me salta con esto:
Las personas frías(...) no aprenden
nunca lo que es la belleza ni el valor de los gestos. Su necesidad
emocional. Para ellas, la sinceridad va siempre por delante de la
amabilidad, la verdad por delante del arte. El amor es arte, no
verdad. Es como pintar decorados.
Y entonces a mí no me queda otra que
brindar por la salud de mi imaginaria amiga del alma.
Poesía pura, así me lo parecen algunos de tus post.
ResponderEliminarEl entresacado del libro que nos dejas me da que pensar. Por ejemplo, ¿quiero que el amor sea verdad, o arte?.
Yo apuesto siempre, siempre, por la amabilidad.
EliminarGuau!, preciosérrimo!!!!.
ResponderEliminarEs verdad que con algún libro se produce aquello de "...al lugar donde has sido feliz, no debieras tratar de volver"... porque cuando un libro nos llega, nos llega para eso justo momento y nada más.
Muas!
Tendré que apartar "Autoayuda" y volver a "Anagramas" para comprobarlo. Afortunadamente, hay libros que saben llegarle a todas las personas distintas en las que uno se va convirtiendo.
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