Normalmente uno enciende el ordenador con
un plantoncito de idea que sólo a fuerza de voluntad consigue
arraigar. Con suerte basta con eso: una primera frase que al
principio parece demasiado tierna, y algo parecido a la resignación
del agricultor. Hay que ponerse a labrar la tierra de lo que quiere
ser dicho, igual que hay que plantar los tomates cuando despunta la
primavera, vaya a ser que el mecanismo del cielo, con sus lluvias y
sus calores y su luz que se alarga como el chicle tarde tras tarde,
se atasque si uno no se dobla por la mitad. Hay esa mansedumbre, esa
necesidad de las cosas que se llevan haciendo mucho tiempo y que, si
lo piensas friamente, tampoco son tan necesarias. La verdadera
motivación del asunto se queda en el fondo, alejada del primer plano
de la consciencia, donde sólo importan los gerundios y la acción
inmediata: estoy escribiendo, escribiendo, me estoy meando, reniego,
no quiero seguir, pero sigo escribiendo aún, escribiendo.
A veces, a poco que la idea se marchite,
uno se pregunta qué sentido tiene su entrega. Y entonces se pone a
escarbar en ese fondo un poco cenagoso donde los motivos esperan a
que llegue la hora de que los descifren. Vale que lo ideal sería no
hacerlos esperar: vivir siempre con la certeza de saber por qué se
hacen las cosas, ahorrarse uno así tanta vacilación, tantas ganas
frustradas de dejarse tostar por el sol, o de tumbarse en algún
sitio para ir devorando el manjar de estar vivo:
zambullirse en un libro, echarle a alguien risueño las piernas
encima, darse al tiempo sin remordimiento ni pena. Pero hay casas
sólidas que se han construido sin planos, y a veces basta con
empezar a poner ladrillos, aunque los cimientos no estén muy claros.
Yo ya he ido soltando por aquí mis
motivos. He hablado del afán de traducir, para mí y para quien se
apunte, lo que significa el hecho asombroso de poder decir yo
ahora mismo, y no saber nunca hasta cuándo. De fijar, crear
memoria, coagular gotas de vida fugitiva. De iluminar y de dar
calor. De sacar conejos de la chistera. De crear.
No se me había ocurrido formalmente que,
escribiendo, también puedo ser un enlace. Un agente infeccioso para
que a ti también te contagie la vitalidad y la belleza. Ahora que a
lo mejor tengo un granito de tu atención, quiero hacerme todavía
más prescindible y pequeña. Cedo mi silla. Te dejo un recado.
Mañana es domingo. Para mí, todavía día de fiesta; para otros, el día
oficial del hastío. Si puedes, haz en él un huequito de calma.
Ábrele una ventana a esto que te dejo. Sí, ya sé que la alarma del
depertador apremia. Pero a mí esta historia de pasión y recuerdo me
ha conmovido. Y puedo usar toda la verborrea del mundo pero, al
final, escribiendo persigo lo mismo que canta Neil Young en el vídeo:
un corazón de oro. Punto.
Silvia, gracias por compartir con nosotros este vídeo.
ResponderEliminarNunca me interesó el baloncesto, ni había oido hablar de Nate Davis, me lo has descubierto en este documental y me ha parecido un ser excepcional.
Me ha enamorado; si,si, como lo siento lo escribo.
¡Quiero conocer a ese hombre!.
Adorable, ¿verdat? Ahora sí que vas al programa de Juan y Medio.
EliminarEl basket es una fuente de historias que deberían ser embalsadas en forma de blog por el otro humano que habita en mi casa. Se niega a compartirlas con ustedes vusotro.