Apareces de pronto en una de esas calles
de la ciudad que sabes que existen pero no eres capaz de ubicar.
Donde cada esquina huele a meado de perro y siempre hay una bombilla
encendida a las dos de la tarde. ¿Tenía que ser precisamente ahí
donde, después de estos años, volviera a encontrarte? ¿En ese tipo
de escenario que nuestro itinerario cotidiano aprendió bien a
obviar? No, no había necesidad de que la realidad se pusiera
alegórica: la época en la que todo lo que te rodeaba podía, tenía,
que ser una señal quedó muy atrás. Fue allí, como podría haber
sido bajo una marquesina cualquiera, o en una de esas cafeterías
modernas que recuerdan a charcuterías. Qué más da. A mí ya se me
pasó la manía de encontrar ecos tuyos en cada aspecto del mundo.
Me saludas con ese punto de efusividad
que termina poniendo más sal de la cuenta en el guiso social; te
saludo con un aplomo que ya me hubiera gustado tener cuando te
quería. Veo plátanos en la bolsa que llevas en la mano. Entonces te
hubieran servido para improvisar una broma que de tan verde parecería
casi blanca, y a mí, para imaginar algún diálogo en el que las
bromas, a fuerza de doble sentido, se envenenan de seriedad. Pero yo
llego tarde a mi clase de body balance, y probablemente en tu
casa haya una papilla esperando a que llegues con toda esa fruta.
Sigues siendo guapo. Tienes aún esos
pómulos rusos que me enloquecían, y quizás la misma hondura en los
ojos donde yo me empeñaba en leer frases que ninguno de los dos
pronunciamos. Estaría bien que las cosas del deseo pasaran así:
hago click, y me gustas; hago click otra vez, y cielos, cómo
pude ser tan idiota. Encontrarte en esta calle deprimente que no sabe
de fotosíntesis, y compadecerme de lo que hizo el tiempo contigo.
Una cazadorita moderna camuflando la fuga de tu cintura, la cara casi
azul de tal mal rasurada, los párpados como dos filetes de grasa. Pero a
ti nada de eso te tocó. Tu sonrisa y tu aspecto siguen siendo un
alarde. El tiempo sólo ha hecho estragos sobre mis ganas de
devorarte.
¿Y sabes? No pasó de repente. La
indiferencia no me llegó como la conversión a San Pablo. Sólo que
al letrero luminoso que era tu nombre se le fueron fundiendo sus bombillas una por una. La criatura que tenía tu voz y tu cuerpo y
que sólo existía dentro de mí fue perdiendo prestigio. Se achicó.
Se fue quedando cada vez más enjuta. Fueron demasiados días de
hambre. Desearte se había convertido ya en otra rutina. Un día,
otro día, otro día. Y sin darme cuenta, al cuarto, o al que hacía
cuatrocientos, se me olvidó.
Pero si te soy completamente sincera, no
fue tan fácil. Digo que no me di cuenta y así sólo soy casi
honesta. Yo lo supe siempre, aunque a veces me hiciera la ciega: supe
que tu doble se me estaba muriendo. Y esa lucidez traía consigo la
preceptiva dosis de pena. Me obligaba a hacer cálculos avaros:
cuánta atención gratuita te presté; cuánta atención que, sin que
lo sospecharas, luego te fui malversando. Cómo dejaste de vivir esa
vida furtiva que no imaginaste nunca. Cómo dejaste de acompañarme a
los lugares que para mí eran importantes. Floreciste, te
marchitaste. Todo ello a tu espalda.
Tu espalda rotunda y fragante. Muy de
vez en cuando, cuando la compra en el Carrefour se me hace ya muy cansina, desenrosco unos cuantos desodorantes y busco a esa criatura
difunta que olía tan bien como tú.
Me encanta la etiqueta que has puesto. A mi me pasa, cuando uso esa segunda persona, que me siento un poquito cobarde. Pero está bien así: no imagino al interlocutor sentado y paciente esperando a que le suelte toda mi perorata que además, y esto lo comparto contigo, vino de la creación de ese doble que de desarrolló/ desarrollé dentro de mí.
ResponderEliminar¡Me ha encantado!.
Muas
Yo creo que mi acercamiento a la escritura fue a través de las cartas. Creo que en realidad el que persevera en ello, no hace más que continuar escribiendo una carta que nunca se acaba. Es cobarde, sí, pero es esencial.
EliminarUn beso, bonitísima.
Yo más bien diría: "la maestría de hablar en segunda persona".
ResponderEliminarContigo lo hago mucho, aunque tampoco te enteres, jujuji.
EliminarEsto parece ya puro peloteo pero es que ¡¡¡me encantaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaa!!!
ResponderEliminarPero, hombre, yo encantada también de que te dejes llevar por esa vocaaaal.
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