lunes, 13 de enero de 2014

Tanta neurona dilapidada

 
De qué me sirvió saber que la auriñaciense, la solutrense, y la magdaleniense fueron culturas del Paleolítico, si nunca llegué a saber si los hombres de entonces tenían celos y se enamoraban hasta las trancas, o sólo se montaban unos encima de otros despreocupadamente.

De qué nos sirvieron todos aquellos análisis morfosintácticos, si ni en la frase más inocua pronunciada por un amigo aprendimos nunca a distinguir un matiz de burla de otro de cariño.

De qué me sirvió saber lo que era el cuerpo lúteo y la progesterona, si uno de cada tres meses mis ovarios ácratas le ponen una bomba al cuerpo de conocimientos de la fisiología reproductiva.

De qué me sirvió dudar un instante entre ética y religión, si ninguna de las dos disciplinas me incitó a indagar y elegir mis propios valores fundamentales.

Para qué las horas malgastadas peleándome con la tinta china, el cartabón y el compás, buscando ese Santo Grial del dibujo técnico inmaculado, si la vida es guarra y el arte que prefiero es un puro manchón de color.

De qué me sirvió aprender a resolver integrales o derivadas, a mí que tanto me cuesta a veces mantener la cohesión entre todas mis partes; que tengo que darme sartenazos en la cabeza para no derivar más.

De qué sirvieron las toneladas de vergüenza y la sensación crónica de ineptitud cada vez que había que saltar al potro o encestar una canasta, si con los años iba a terminar enamorada de mi propio sudor.

De qué sirvieron Machado y Hernández, si Serrat puso a reverberar sus poemas, y yo les cogí odio de tanto como mi padre ponía esa banda sonora en el coche. ¿Y saber que el amor cortés nació hace sólo mil años me libró de aspirar a ser adorada?

De qué me sirvió el Panta rei y todos los presocráticos, si a duras penas me cabe en la cabeza que hace 2500 años hubiera gente tan preocupada como yo por el morir, el amar y el vivir con serenidad.

De qué sirvió saber que hay un movimiento uniformentemente acelerado, si toda la realidad conspira para que vayamos a trancas y barrancas. Y de qué sirvió el asombro de descubrir que la materia está casi completamente vacía. ¿Me hizo ese conocimiento más desapegada, más tolerante a la frustración?

¿Y los estromatolitos, por dios?


Probablemente tanto absorber, tanto copiar, no sirviera de nada, pero desde mi instituto se veían las higueras y también una casita que habría reconocido mi abuelo, y la tierra cambiando de color si llovía. Y aunque yo no fuera consciente de ello, todo lo que veía tenía una relación íntima con aquello que estaba aprendiendo.


5 comentarios:

  1. Saber nunca está de más tita S, saber cosas es bueno. Ni que sea para que te llegue una conversación extraña o den una noticia en la tv y entiendas de qué hablan. No crees?
    Un beso.

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  2. Pequeñísima, se lo dices a alguien que se entretenía leyendo la enciclopedia de chica, y que a veces salta aleatoriamente de tema en tema de la Wikipedia como si fuera una cama elástica. A mí me chifla saber idioteces, pero... ¿te imaginas si en el tiempo que empleamos memorizando cosas que ya estaban en los libros nos hubieran enseñado a ser personas un poco más sólidas?

    (y voy a ir al infierno bloguero por responder tan tarde a tu comentario)

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    1. Nooo, tú eres demasiado buena para eso :p

      Sí, es cierto que deberían enseñarnos a ser un poquito mejores y no solo tanto conocimiento enlatado.

      Un besito.

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  3. A veces pienso que lo único que intentan, es tenernos entretenidos.

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    1. Yo creo más en el poder de la desidia. Con el sudor y el veneno que cuesta hacer una reforma educativa al uso, imagina si todo el contenido de lo que se enseña tuviera que ser puesto radicalmente patas arriba.

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