Mientras ensayo una imitación de
Kandinsky en el dorso de mi mano, buscando un tono de pintalabios que
me alegre el invierno.
Mientras me maravillo de que la
combinación de tempestades menstruales, agujetas y un par de grados
de fiebre no baste para tenerme postrada.
Mientras me aprieto las zonas acosadas
por las agujetas, reconociéndolas como un recordatorio de amor; el
moratón en el cuello tras una noche de canibalismo adolescente.
Mientras pego la nariz al cristal del
balcón, azuzando sin palabras al cielo para que se decida a llover
de una vez. Mientras vigilo con el rabillo del ojo que no me vea
Jose. Mientras disfruto de ese tacto frío con un placer de furtivos.
Mientras interrumpo la limpieza del váter
para chequear el avance de mi absurdo propósito de terminar el año
encadenando al menos diez flexiones bien hechas. Mientras decido que
cinco semiflexiones no son un balance muy malo. Mientras calculo
cuántos fregonazos me costará eliminar las huellas de mis manos del
demoníaco mármol.
Mientras acepto como un ejercicio
espiritual el enésimo caritativo comentario sobre la comodidad de mi
corte de pelo, por parte de la enésima peluquera de tinte
alarmantemente descuidado.
Mientras pincho esta canción de Jarvis
Cocker una y otra y otra y otra vez. Mientras me emociono una y
otra y otra y otra vez. Mientras compongo un videoclip con las
historias fallidas de mi vida.
Mientras echo de menos bailar con mi
amigo. Mientras caigo en la cuenta de que a lo mejor nunca hemos
bailado juntos los dos. Mientras intento decidir si duele más el
deseo de que aquellos viejos instantes rutilantes sucedan de nuevo, o la nostalgia de un brillo que la realidad nunca pudo aplacar.
Mientras que no puedo dejar de subrayar
párrafos radiantes de mi libro. Mientras me contagio de todo ese
amor, y aprendo a mirar con amabilidad al tirador bizco de uno de los
cajones de mi cocina; al único clavel que entre andrajos de tallos
se ríe de la cuesta de enero; a las guayabas que mi padre regala porque en casa
sólo me gustan a mí. A la dependienta del Corte Inglés a la que se
le ha ido la mano con el colorete.
Mientras me miro la mano derecha y lo más
descolocado que veo es un diminuto ojal en la laca rosa chicle del
índice. Mientras que, ahora que parece que estas latitudes de piel
se han curado, paro lo que esté haciendo y me fijo en la rareza y
en la dulzura de llevar en el corazón el anillo de mi tía muerta.
Mientras me mosqueo por tonterías y me
carcajeo por tonterías mayores aún. Mientras me enamoro tres veces
al día y no me parece tal crimen. Mientras me acuso de no tener consistencia. Mientras cada
instante al que atiendo me responde que no hay motivos para
preocuparse.
Mientras voy dando esas puntadas que en
definitiva componen mi vida, nunca me acuerdo de mi corazón. Que
nunca se pide un día de asuntos propios y nunca se para. Que no se
vanagloria de su constancia. Que no se queja ni hace aspavientos. Que
siempre me acompaña en los momentos redondos y en los vulgares.
Llevo en mí esa banda sonora que me demuestra, y apenas si soy
consciente de ella.
Pom pom, pom pom. Pues.
ResponderEliminarHace un par de madrugadas se me ocurrió la absurdidad de grabar ese sonido en er movi un día de estos, a ver si así me concentro más en dormirme cuando me despierto sin venir a cuento.
EliminarEntretenidos en pequeñeces, no prestamos atención a lo importante. O lo hacemos tarde.
ResponderEliminarPara mí que lo importante son precisamente las pequeñeces.
EliminarLa verdad es que no me canso de hartarme de los achaques de mi cuerpo, pero no preso la misma atención a todo lo que hace bien, que es así como milagroso. ¡Bonito post!
ResponderEliminarGracias, Cristina. sobre todo por lo que has puesto hasta la coma. Me encanta lo de " no me canso de hartarme". Eso también es amor.
EliminarMientras leo tu post, admiro y envidio la increible capacidad de tu mirada para ver lo visible y lo que está detrás y lo que está debajo y lo otro...
ResponderEliminarEl comentario que siempre deseé en silencio.
EliminarPero no envidies lo que ya tienes.