(Lo leeis un lunes, pero se escribió el día anterior. Maravillas de la publicación programada)
Mañana glacial de domingo. Por más que
barro no deja de aparecer una pelusa tras otra. Me conmueve su
perseverancia. Sé que si volviera a vivir sola, terminaría
hablándoles e interesándome por la salud de toda la familia
escondida bajo el sofá. Soy de ese tipo de personas capaces de coger
cariño a velocidad demencial. Y hoy el cielo muestra ahí afuera una hostilidad
tan enorme, que la presencia de la pelusa, silenciosa y ligera aunque invasiva, tampoco es tan mal recibida. Cuando el tiempo se
pone feo, el hogar se ramifica. Sorprendo una nueva pelusa
ovillándose como un gato debajo de la butaca, otras cuantas
tapizando la inclemencia de las esquinas, y pienso más que nunca en
cómo los pájaros construyen su nido, usando su propio plumón,
trayendo de aquí y allá ramitas y musgos. Nuestra casa está
mullida con el material de nuestro propio desgaste.
Cuando me doy cuenta de que la limpieza
es una guerra perdida, me largo al gimnasio. Sensación térmica que
recuerda a la tundra. La lluvia pegando bocaditos de piraña en las
pantorrillas. No hay cola hoy delante del kiosko de churros; no hay
padres modernos flirteando junto al columpio donde juegan sus niños;
no hay ningún señor con sombrero dejando que un par de barras recién
sacadas del horno y un periódico casi igual de aromático y
crujiente expresen toda su satisfacción respecto al curso de su vida. Los pocos coches se
suceden como estrellas fugaces. El sonido de
sus ruedas chirriando sobre el asfalto mojado persiste más que su
marcha. ¿Qué hace la gente ávida de calle en un día como hoy?
Toda la gente que no encuentra placer en un libro, en un ordenador o
en la pura contemplación. La ciudad se ha convertido en un
gigantesco complejo de madrigueras. Criaturas apelotonadas unas
contra las otras. El pulso que se ralentiza. Pelusas por todas
partes. El frío no despeja en absoluto la mente. Otro gran mito
caído. El frío te hace fantasear con la posibilidad de hibernar.
Y ahí estoy yo, buscando la calle igual
que en abril o en una noche de agosto. No hay ninguna ansiedad. Mi
propio tejado no se me cae sobre la cabeza. No estoy huyendo de nada.
El aburrimiento y yo hace tiempo que rompimos nuestra relación. Y
vaya si encuentro placer en los libros o en el ordenador. Podría
escribir el comienzo o la mitad de un puñado de historias; pasarme
la mañana drogada con el olor opiáceo del pan en plena cocción;
embobarme con las gotas de lluvia deslizándose sobre los cristales.
Pero sigo de pie en la intemperie, dirigiéndome exactamente al lugar
adonde iría si hoy no hiciera un día de perros.
Este otoño pensé que mientras en mi
interior mantuviera intacto un trocito de la calidez y la expansión
del verano, el frío no se me haría tan odioso. Bastaba con conservar imágenes soleadas y confiar en que la piel que hoy está triste lucirá en unos meses su aspecto de enamorada. Hoy ese repliegue me
parece un poco cobarde. Prefiero la actitud que ayer mismo mi tía me
aconsejó: frente al frío, pecho en alto. Salir de la madriguera
cuando una lluvia antipática arrecia no es más que mi manera de
llevar a la práctica esta nueva estrategia de supervivencia.
Pero la cosa no es tan dramática: en
casa me esperan toneladas de amistosas pelusas, y un par de
habitaciones caldeadas por el aliento de un buen ser humano.
Jope!, no le pega la etiqueta de "El post más lamentable...", para muestra un botón que extraigo y que me ha encantado: "no hay ningún señor [...]expresen toda su satisfacción respecto al curso de su vida.
ResponderEliminarEres un amor impugnador de etiquetas. Me quedé un poco "ay, qué he perpetrao".
EliminarMuchos besos.
Salir de casa para hacer ganas de volver a ella.
ResponderEliminarEstar fuera casi tan bien como en casa.
EliminarTienes frases que son un hallazgo: nuestra casa está mullida con el material de nuestro propio desgaste, como la propia vida.
ResponderEliminarCreo que el consejo de tu tía es bueno, aunque tu idea de conservar un trocito de verano contra el frío fuera más literaria, hacerle frente sin encogerse ante él da mejor resultado en la práctica.
Mi tía es muuuy sabia.
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