Soy
de esas personas que para todo necesitan un manual de instrucciones.
Tanto, que a veces pienso que no voy a saber morirme si antes
no corro a una librería a buscar un libro que me lo explique. Vale,
a lo mejor no me doy mucha prisa, pero ya desde aquí puedo
verlo: muy vieja, muy débil, y aferrándome todavía al
voluntarismo. Apretando todo lo posible para encontrar la mejor
versión de mí misma, y con un último miedo de terminar haciendo las
cosas de manera mediocre. A ver, ¿me llevo un ensayo divulgativo o
un tocho de medicina? ¿La
muerte de Iván Ilich, o
un texto budista? Me pones los cuatro, bonita; total, para lo que me
queda en el convento, ya puedo darme caprichos sin remordimiento. Es
un decir, porque si algo no he hecho en mi vida ha sido dejar de
comprar libros en cantidades que desafiaban el límite de mi potencia
muscular. Vale, pues no parece difícil: las manos se van quedando
frías. Vaya una novedad. La respiración y el pulso se ralentizan.
Siempre he tenido el pulso lentito, así que no creo que me cueste.
El
caso es que siempre que me surge una duda, siempre que llego a una
encrucijada vital, resuelvo la papeleta con el impulso o el propósito
de buscar bibliografía. A quién podría extrañarle, si no recuerdo
un día de mi vida en el que no haya querido o conseguido leer al
menos un par de líneas de un libro. Han estado siempre en mi mano,
ejerciciendo de guías, de pedagogos, de evangelios, de amigos. Me
han enseñado que ese miedo impreciso, ese júbilo demasiado ardiente
como para saber expresarlo, esa sensación de poquedad y frustración,
eran cosas perfectamente normales. Los libros han sido durante
treinta años mi mapa para no perderme por el abrupto territorio de
la humanidad.
Hace
unos días, por ejemplo, volví a cuestionarme el asunto del ego. ¿Habrá algún
modo de manejarlo con inteligencia?, me preguntaba. Y como tantas
otras veces, en lugar de seguir tirando del hilo, concluí que lo
mejor sería darme un paseo hasta la librería. No lo hice, quizás
porque mientras me vestía para salir a la calle, se me ocurrió
alguna pregunta de similar transcendencia. Cuál es la manera más
sana y amable de perder cuatro kilos de grasa. Cómo debe alimentarse
un ser humano. Qué porcentajes de proteína e hidratos son los más
adecuados. Qué dieta debo seguir para que engorde mi imaginación.
De dónde se extraen las ideas. Cómo se escribe ficción de la que
te arranca una carcajada en el metro o te pone la carne de gallina.
Qué hacer para revitalizar un blog enclenque. Cómo componer una
postura del perro verdaderamente virtuosa. Adónde tienen que estar
mirando los codos cuando se hace una flexión. Cómo conseguir que el
despertador cerebral no suene un par de horas antes que el del
teléfono. Cuáles son las instrucciones básicas para vivir bien la
vida y conservar la alegría y la calma. Cómo se hace para convertir
la existencia en una obra de arte.
He buscado respuestas ya escritas para esas y muchas más dudas.
Siempre he procurado encontrar un sendero bien marcado en el suelo y
señalizado, en lugar de lanzarme campo a través. Claro que es
pertinente: uno no puede ser tan soberbio como para pretender la
originalidad en la resolución de problemas más viejos que el
hambre. Y, sin embargo, últimamente siento que un día de estos
debería decidirme a hacer de mi aprendizaje un proceso más creativo
y empírico. Para atacar las cuestiones de arriba, y sin dejar de
tantear nunca en las vidas ajenas, va siendo hora de abrir el libro
de mis propias respuestas.
Me flipa que esto que has escrito podría haber salido directamente de mi cabeza. ¿Cómo te imaginas un mes sin libros?
ResponderEliminarEso que me dices de tu cabeza es lo que cualquier persona que escribe públicamente desea oír.
Eliminar¿Un mes sin libros? No voy a decir que imposible, porque el cuerpo humano lo tolera casi todo, pero sí que solitario y raro, como si hubiera cambiado la composición del aire.
Tengo la respuesta a tus preguntas...Tatatachan!
ResponderEliminarUsando una varita mágica!.
Po sabes tú que a lo mejor me abstengo de buscar en la librería alguno con tu nombre? Una varita... Te paece que...
EliminarOh, no. De verdad que no sé cómo resolver lo de las proteínas y lo de mi pobre blog renqueante. ¿Comer un mes sólo jamón yol y al siguiente, sólo espinacas? ¿Enseñar mis propias pechugas?
EliminarLa Cosa tiene de nombre propio Pereza, y de apellido, Inseguridad.
Sobretodo porque las respuestas que lees en esos libros a los que acudes estoy segura que ya las has pensado tú antes..
ResponderEliminarLerda soy, he puesto la respuesta a tu comentario en el casillero de la señora de arriba.
ResponderEliminarMe encanta la línea de investigación de tu doctorado. Besos.
ResponderEliminarTe acepto como becario!
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