A propósito del último post.
Se llamaba Tammi, y lo conocí en una
playa de la isla de Djerba. Yo paseaba sola, poniendo arena de por
medio entre mí misma y el resort torremolinesco adonde un viaje
organizado me había obligado a pernoctar. Quería alejarme de los
preadolescentes franceses, los recién casados catalanes que a todo
le ponían pegas, los escoceses a los que les quebaba estrecha la
camiseta a la altura de la barriga. Tenía que salir de aquella
burbuja en la que la experiencia vacacional se podía equiparar a una
toalla comprada en los chinos.
Ya había contemplado desde el barco el
perfil irreal de la isla, plano y desnudo en la distancia como un
taco de madera sin barnizar. Conforme nos íbamos acercando al
puerto, empezaron a distinguirse las palmeras más altas y flacas del
mundo. Parecían, con su penacho casi perdido en el cielo, un signo
de exclamación. Navegamos un trecho paralelo a la costa, y la
sensación de irrealidad no hizo más que aumentar. El único relieve
de la isla lo formaban las casitas de cubierta semiesférica, y un
poco más adelante, los hoteles. Dañaban la vista,
por supuesto, pero la tierra firme era tan recta, se
extendía la orilla hasta un punto de fuga tan inabarcable, que cada
uno de ellos era una isla dentro de otra isla. Y entre
medias, sólo parecía haber arena. Como una gigantesca galleta, así
es como se veía desde el barco la isla de Djerba. Como si el mar entero
fuera a salir disparado hacia arriba, a poco que uno escarbara el suelo con el pie. Quería ver eso.
Y lo vi. |
La playa era un Caribe un poco
harapiento. Arena blanquísima, palmeras y más palmeras flexibles
como juncos, y por todas partes, montones secos de algas y jirones
vegetales. Al fondo, un morabito de lo más fotogénico. Por allí
andaba también Tammi. ¿Siguiéndome las huellas, o viniendo hacia
mí desde el extremo opuesto, como en una escena romántica? Ahora ya
no me acuerdo. No había ni un alma alrededor, y el cielo estaba
sospechosamente rosa. Pero no guardo memoria de haberme sentido
amenazada. Era alto y flaco como las palmeras, y tenía una alegre
mirada de ojos redondos. Chapurreaba un español aprendido ex profeso
para servir cubalibres a turistas de la Meseta. Tampoco recuerdo si
era tunecino, o de algún otro rincón del Magreb. ¿Marroquí? Puede
ser. Claro, debe ser. Cambiamos unas cuantas frases. Me contó sus
planes, le conté mi viaje, se admiró de que viajara sin marido ni
novio. Inocente como un dibujo animado. Fue la primera charla con un
hombre joven, desde que puse los pies en África, en que no me sentí
una guiri sexualmente codiciada.
Sin darse importancia, me dijo que un par
de años antes había llegado en patera a Canarias, y que, antes de
poder darle las gracias a Alá, había sido devuelto a la orilla
contraria. Me dijo que estaba a punto de volver a intentarlo. Me dijo
que trabajaba esa noche. Le dije que a la mañana siguiente,
tempranísimo, volaría de vuelta hacia España. No quise que
perdiera tiempo acompañándome hasta el hotel. Se fue por donde
había aparecido, con mi teléfono anotado en alguna parte. No tengo
ni idea de por qué se lo di.
Cuando me llamó unas semanas después,
no quise contestar. Sabía que era él, porque me había mandado un
mensaje para avisarme. Dejé sonar una y otra vez el teléfono. Hasta
que se cansó de insistir. No estaba dispuesta a que nadie me
importunara.
Hace muy poco que volví a acordarme de
aquello. ¿Habría conseguido llegar entonces a la Península? ¿Le
habría decepcionado comprender que hay europeos que se olvidan de
ser amables cuando las vacaciones terminan? Pienso en la historia que
mi apatía no supo arrancarle hace ocho años y me preguntó qué
habrá sido de Tammi. Qué cosas habrá vivido, cómo de abultada
estará su biografía con respecto a la mía. Qué necesidad suya fui
incapaz de responder.
Al menos puedo consolarme de mi antigua
indiferencia con la certeza de que a veces los años, más que
erosionarte, te pulen y te restauran.
Te has preguntado, desde este día de hoy, que harías si Tammi se pusiera en contacto contigo?
ResponderEliminarDescolgar el teléfono. Esta vez sí. Escuchar, por lo menos.
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