sábado, 16 de noviembre de 2013

Eso ya no me inquieta

 
En invierno no debería haber piscinas. Deberían estar por lo menos selladas, silenciadas como todo lo que huele a muerto. Porque justamente son eso: cadáveres de otro tiempo. Cada vez que me siento en una bicicleta del gimnasio, y dejo que mi vista divague más allá de las cristaleras, veo una isla de patetismo rodeada de pistas de pádel. El agua se vuelve opaca, día tras día pierde su color artificial tan alegre, se naturaliza. Tal vez alguien se ocupa mínimamente de peinar su superficie para retirar las hojas caídas. Estos días ha soplado un viento fuerte, y los árboles del parque vecino se ven desplumados.

Hasta hace muy poquito, un señor jubilado leía en bañador junto a la piscina agonizante. Desde lejos me recordaba a una versión envejecida del Fraga que se zambulló en Palomares. Llevaba un gorrito de tela, una revista, y se recostaba en su tumbona como si fuera la cama de un hospital. Como si le diera apuro repantigarse del todo. No había bolsa ni mochila a su lado, así que supongo que debía de recorrer pasillos y vestíbulos tal como estaba, con su bañador rígido como una carpa de circo, sus chanclas, su gorrito y su revista, sus carnes sueltas al aire. Imaginarlo paseándose de esa manera, tan anacrónico, y verlo sólamente a él allí afuera, como si no quisiera permitir que la piscina se muriera a solas, me parecía divertido, y también me daba un poco de pena.

Ahora la piscina se ha muerto del todo, y al señor jubilado no se le ve por ningún sitio. Sigo mirándola mientras pedaleo, y ya no hay empecinamiento ninguno que me pueda parecer divertido. Pienso en todos los cadáveres de bichos que he visto descomponiéndose en el campo, y vuelvo a sentir, más que asco, esa misma tristeza de comprobar cómo algo que era una máquina templada y perfecta se ha convertido en semejante guiñapo. Pienso en los chapuzones, los salpicones, las miradas veladas y la cremas con olor a coco. En la languidez del verano y la timidez y el descaro y en los primeros idilios.

Y pienso también en mí misma, y en la posibilidad de que lo que escribo se esté convirtiendo en esa misma piscina. Si no se renueva el agua a través de la experiencia, cómo voy a evitar no estancarme. Porque la vida va más despacio que el impulso de escribirla.

Pero la verdad es que penas así ya no molestan. Si eso sucede, si tengo que quedarme hibernando, no será tan dramático. La superficie de mi vida se verá día tras día más verde y espesa, pero por debajo, seguirán dándose reacciones y crecimientos, se desenvolverán nuevos ecosistemas, en la oscuridad seguirá bullendo algo. Y, cuando menos me lo espere, volverá el tiempo cálido.

4 comentarios:

  1. Querida Silvia!.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Querida Lectorasutil!
      Me van a echar de la blogosfera por responder comentarios de semejante manera

      Eliminar
  2. Anónimo entre comillas18 noviembre, 2013 23:06

    Dicen, creo, que en aguas de ese tipo empezó a fraguarse la vida ¿no?

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Cum laude para ti por pensar exactamente una imagen que al final no terminé plantando en el post, pero que estaba ahí desde el principio.

      Eliminar