viernes, 1 de noviembre de 2013

Gracias, quien quiera que seáis

En Estepona hay dos cementerios, y no he puesto los pies en ninguno. Para mí el antiguo sólo es una tapia blanca y amable que me remite a un tiempo en el que las casas tenían como mucho dos plantas. Están los cipreses de rigor, aunque no sé si será por la cercanía del mar, pero no se ven rigurosos. Ruedo por allí cada vez que voy a casa de mi madre, sin prestar más atención a sus detalles que a los del taller de la Ford o a la tienda de pinturas vecina. Engullido por un tentáculo de edificios, perdido su aislamiento, parece un lugar soñador. Muchos meses del año pasan por delante de su puerta gente cargada con todo el mobiliario de playa. Y el kiosko de flores tiene más pinta de vender pascueros y pipas. La verdad es que no sobrecoge el alma.

Ni siquiera sé dónde está el cementerio moderno. Puede que cerca del polígono industrial.

Así que no sabría ponerle cara ni historia a ninguno de los nombres escritos en aquellas lápidas. No sé por dónde paran los huesos de mis abuelos. El padre de mi padre es un muerto veinte años más viejo que yo. Sólo he visto una pequeña fotografía suya, un rostro trágico como el de todos los retratados en las primeras décadas del siglo pasado. Me pregunto si era un efecto de la lente o de los líquidos de revelado que se usaban entonces. Algún truco óptico que absorbía la vitalidad. No había contento ni placidez en aquellas caras. Como si en algún lugar se estuvieran viendo reflejados con su propia mortaja.

¿Qué dice de mí esa distancia de la muerte? A veces imagino que mis padres han sido concebidos en probetas. Ellos no cuentan historias, y yo apenas si sé imaginarlas. Si alguna vez mi abuelo sentía ganas de llorar sin estar cansado ni triste. Si mi abuela canturreaba, o regañaba de manera desproporcionada, o tenía algún pequeño tesoro que nunca compartía con nadie. No hay continuidad entre ellos y yo. Voy a la deriva por un mar de cromosomas ilegibles. Mi cuerpo apenas si tiene raíces.

Y no sé a quién agradecer mi presencia azarosa en la tierra, en un día como hoy.

9 comentarios:

  1. Simplifico si te digo que, para empezar, lo agradezcas a quien tienes más cerca en este momento. Algo habrá tenido que ver.

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    1. Aunque Madrede se vista de Perogrulla, Madrede se queda.

      Mujer, yo quiero suponer que los que tengo cerca se sienten bastante reconocidos.

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  2. A quien culpar de nuestros desconocimientos,¿ a los que no nos informan, o a nosotros mismos que no preguntamos?.

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    1. Pues yo he preguntado, y los que no me informan están muertos, así que tal vez en este caso no se puedan repartir culpas.

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  3. Los animales no tienen abuelos. Y nosotros tampoco, a condición de que los conozcamos personalmente, y aun así... Las historias del abuelo rara vez interesan al nieto ni a nadie. Y cada día menos, con esa manía nuestra de despreciar lo que nos parece rancio y caduco, como no sea que podamos sacar provecho.
    Manolo.

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    1. Yo me conformaría con comprobar que mis abuelos y sus padres, y los padres de sus padres, no tenían historias o emociones muy diferentes de las mías, y que por tanto su vida sigue siendo actual.

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  4. Anónimo entre comillas02 noviembre, 2013 23:51

    Es estupendo que puedas pasar por delante de esos cementerios sin que te tiemble algo dentro, aún a costa de desconocer la parte más profunda de tus raíces.

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    1. Sí, puestas ambas cosas en la balanza, lo prefiero.

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  5. Las emociones, pienso, son atemporales.

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