miércoles, 6 de noviembre de 2013

Bienvenido

 
Incluso en la distancia calculo cuántas calorías estás quemando en el esfuerzo de digerir que tu hija se casa. Te imagino ahora mismo, leyendo en el sofá sin concentrarte, entrenándote para apartar la desconfianza. ¿No es así? ¿A que te gustaría no recelar tanto, o devolver a fábrica esa anticipación de lo negativo que automáticamente te sale? ¿No te has preguntado nunca si llegará a nacer un ser humano que no identifique amor con alarma? Si algún día el amor dejará de socavar la solidez personal.

Desde luego que ese día no ha llegado para ti todavía. No elucubro, ni saco conclusiones gratuitas. He escuchado muchas veces cómo te resistes a priori a que tu red de relaciones y cuidados se haga cada vez más compleja, por miedo a que un exceso de amor te termine dañando. No exagero, creo. ¿Acaso no has prevenido a tus hijas sobre el dolor testarudo que acarrea tener descendencia? ¿No has renegado de aquella vez en que aceptaste acoger a una parejita de gatas que ya empieza a mostrar signos de senilidad? La preocupación es una herramienta fiable para medir el grado de apego a una persona, a una posesión, a una circunstancia en la que nos sentimos seguros. Completamente de acuerdo. Yo también me preocupo hasta la rabia por la espalda del que vive conmigo; hasta el desaliento por la ceniza después del incendio; hasta la zozobra cada vez que presiento un futuro sin padres.

Pero vivir con un corazón sano significa cuadrar siempre a tu favor el balance entre amor y sufrimiento. Amar duele, cantaba Falete; igual que duelen las agujetas después de un ejercicio que tu cuerpo terminará agradeciendo; igual que duele la renuncia inherente a cada elección; igual que los desechos oxidativos que genera la respiración. La vida duele porque es una cosa corta, absurda e insólita. Y a veces, sencillamente, ni siquiera el dolor es gran cosa. Uno termina aprendiendo a manejarlo.

Así que escucha hoy tu preocupación con respeto, pero sin hacerle demasiado caso, como a la bisabuela sorda de las cenas de Nochebuena. No reprimas la idea de que tu hija va a unir su futuro a alguien que te parece una de esas empresas originales e inciertas. No impostes una despreocupación de la que carecen tus genes. Pero al lado de esa idea pon esta, si te parece: la gente de la generación de tu hija necesitamos tener cerca a personas como la que está a punto de entrar legalmente en tu familia. Personas que no han tenido una vida tan regalada como la nuestra, y que no han sido educadas para considerarse receptores naturales de un largo inventario de derechos. Personas que han usado su muerte como moneda de cambio para comerciar con una posibilidad de futuro menos incierta. Que han arriesgado una libertad que va más allá de elegir este o aquel destino de vacaciones, bacalao o solomillo en cualquier restaurante. Que saben lo que es tener miedo a salir de su casa para dar un paseo, tomar el sol, ver a los colegas, trabajar como tu hija o yo. Personas que saben sonreír con benevolencia cuando les echamos encima nuestros malestares más nimios. Que conocen de primera mano que el amor duele y la vida quiebra, pero que se atreven a pasar por la experiencia.

Necesitamos cerca a ese tipo de gente para dar el estirón.

4 comentarios:

  1. Conmovedor Silvia.
    Un beso.

    ResponderEliminar
  2. Puedo asegurarte que mi madre se preocupó igual, cuando me casé con tu padre.

    ResponderEliminar
  3. Anónimo entre comillas07 noviembre, 2013 23:18

    Quiero quedarme (para siempre) con esto: "pero vivir con un corazón sano significa cuadrar siempre a tu favor el balance entre amor y sufrimiento." Que el miedo no nos quite la ilusión ni la esperanza...
    Bienvenido.

    ResponderEliminar
  4. IMPRESIONANTE PRIMITA.....

    ResponderEliminar