Puede que sea sugestión, o puede que la
postura de la vela realmente funcione, pero cuando salgo de yoga, no soy la
misma persona. Deshago el camino del gimnasio a mi casa en algo
parecido a un estado de gracia, sintiéndome más fuerte, más ágil,
más guapa. Y a la ciudad, con sus máquinas y sus habitantes, le
pasa lo mismo. La calle es un organismo donde un impulso nervioso
impecable logra que un torrente de coches se detenga al unísono. Los
caminos de la gente son dignos de estudio. Cada individuo merece ser
atendido. El aire mismo me lanza piropos. Hay demasiada sangre en mis
sesos, quizás.
En el caracolillo y el yunque de mis
oídos resuena todavía la voz del profesor. He estado a punto de
escribir maestro. Me niego a llamarle monitor. Vale, lo admito, es sugestión. En cierto modo aún sigo tendida en mi colchoneta,
sintiendo bajo los párpados que la luz ha declinado en la sala. El
contenido de lo que dice ese hombre me trae bastante al pairo. Notar con cada inhalación que el aire entra por los pies y llena
las piernas de energía. Que cuando exhalo el muslo se convierte en un pedazo de esponja. A mi raciocinio forzoso le incomodan cosas así de esotéricas. Así que paso de concentrarme en su mandato, y sólo por
encima lo hago en mi respiración. Atiendo nada más que a las reverberaciones de su voz. Me recuerda al tacto de una
toalla áspera con la que da gusto secarse. De vez en cuando me
centro, y escucho "tus manos...tu frente...tus cejas...tus
labios..." Cuando termina la clase y, un poco mareada, me
levanto, me da vergüenza mirar a ese señor tan yóguico y tan
flaco. Es como cuando uno se despierta al lado de alguien cuyo nombre ha
sido borrado por la resaca.
Todavía medio en trance, emboco el Paseo
del Salón. Sigo siendo para los seres humanos lo que un San
Francisco de Asís para los animales. Una mujer fuma en un banco con
el cuello en escorzo, para no echarle el humo a la anciana en silla
de ruedas que vegeta a su lado. Está encogida sobre sí misma, cada
vértebra y cada articulación espiralizada, que es lo que le pasa a
las raíces cuando a una planta se le queda el tiesto pequeño. Las
manos recogidas sobre el pecho parecen de cartón piedra mohoso, la
cáscara hueca de pelo, espuma de almohada. La mujer que la cuida
sigue fumando, perfectamente inexpresiva. Una papelera vecina, llena
de restos de un picnic urbano, tiene más vigor que ese dúo.
No me hace falta empujar su silla de
ruedas para llevarme a la vieja a mi casa. En lo poco que queda de camino compongo una lista
con todas las cosas que alguna vez pudo hacer. Quizás parió, o fue
el centro de atención para unas cuantas personas. Se ensució las
manos y los calcetines bien estirados jugando en la calle. Paseó por
esta misma orilla del río tan ligera como una flor de cardo. Cuidó
de alguien, amamantó y fue amamantada. Tuvo
sabañones, se puso de perfil delante de un espejo para ver si le
despuntaban las tetas. Compró piononos con el aguinaldo que le dio
el abuelo y se creyó tan afortunada como la hija de Franco. Atajó
conversaciones incómodas en alguna comida de domingo. Habló más de
la cuenta o se tapó los oídos. Agradeció el sol de mayo en la
cara. Esperó una postal o una llamada de sus hijos el día de su
santo. Sintió la sangre caliente en las venas y un palpitar entre
las piernas. Se perdió en la voz de alguien. Pensó alguna vez que
el aire también la piropeaba a ella. Se creyó importante. Se negó a imaginar que podría
pasarle lo que hoy le pasa.
Y yo, si llego a su edad, ¿lograré
identificarme con la persona fuerte, ágil, guapa y confiada que una
vez me creí a la salida de algo que se llamaba yoga? ¿Recordará algún
viejo músculo lo glorioso que era moverse? ¿Guardaré algún rescoldo de
vida en mi corteza decrépita? ¿Se encenderá un día una
chispa que me incite a dejar de aferrarme al hábito de respirar?
El yoga tiene pinta de ser un ejercicio simpático y alegre para salir de allí como si hubieses bajado al averno. Hay posiciones que, estoy convencido, son contranatura.
ResponderEliminar(Prefiero Pilates. Aunque la música que suelen poner en el Yoga mola más.)
Comparto contigo la convicción. Pero la postura de la vela medio me sale. Hurra. Y no es nada alegre: uno se siente muy poca cosa cuando nota todo su cuerpo temblar al mantener una postura que, vista desde fuera, parecía una chorradita.
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