jueves, 21 de noviembre de 2013

Agujetas del yoga

 
Puede que sea sugestión, o puede que la postura de la vela realmente funcione, pero cuando salgo de yoga, no soy la misma persona. Deshago el camino del gimnasio a mi casa en algo parecido a un estado de gracia, sintiéndome más fuerte, más ágil, más guapa. Y a la ciudad, con sus máquinas y sus habitantes, le pasa lo mismo. La calle es un organismo donde un impulso nervioso impecable logra que un torrente de coches se detenga al unísono. Los caminos de la gente son dignos de estudio. Cada individuo merece ser atendido. El aire mismo me lanza piropos. Hay demasiada sangre en mis sesos, quizás.

En el caracolillo y el yunque de mis oídos resuena todavía la voz del profesor. He estado a punto de escribir maestro. Me niego a llamarle monitor. Vale, lo admito, es sugestión. En cierto modo aún sigo tendida en mi colchoneta, sintiendo bajo los párpados que la luz ha declinado en la sala. El contenido de lo que dice ese hombre me trae bastante al pairo. Notar con cada inhalación que el aire entra por los pies y llena las piernas de energía. Que cuando exhalo el muslo se convierte en un pedazo de esponja. A mi raciocinio forzoso le incomodan cosas así de esotéricas. Así que paso de concentrarme en su mandato, y sólo por encima lo hago en mi respiración. Atiendo nada más que a las reverberaciones de su voz. Me recuerda al tacto de una toalla áspera con la que da gusto secarse. De vez en cuando me centro, y escucho "tus manos...tu frente...tus cejas...tus labios..." Cuando termina la clase y, un poco mareada, me levanto, me da vergüenza mirar a ese señor tan yóguico y tan flaco. Es como cuando uno se despierta al lado de alguien cuyo nombre ha sido borrado por la resaca.

Todavía medio en trance, emboco el Paseo del Salón. Sigo siendo para los seres humanos lo que un San Francisco de Asís para los animales. Una mujer fuma en un banco con el cuello en escorzo, para no echarle el humo a la anciana en silla de ruedas que vegeta a su lado. Está encogida sobre sí misma, cada vértebra y cada articulación espiralizada, que es lo que le pasa a las raíces cuando a una planta se le queda el tiesto pequeño. Las manos recogidas sobre el pecho parecen de cartón piedra mohoso, la cáscara hueca de pelo, espuma de almohada. La mujer que la cuida sigue fumando, perfectamente inexpresiva. Una papelera vecina, llena de restos de un picnic urbano, tiene más vigor que ese dúo.

No me hace falta empujar su silla de ruedas para llevarme a la vieja a mi casa. En lo poco que queda de camino compongo una lista con todas las cosas que alguna vez pudo hacer. Quizás parió, o fue el centro de atención para unas cuantas personas. Se ensució las manos y los calcetines bien estirados jugando en la calle. Paseó por esta misma orilla del río tan ligera como una flor de cardo. Cuidó de alguien, amamantó y fue amamantada. Tuvo sabañones, se puso de perfil delante de un espejo para ver si le despuntaban las tetas. Compró piononos con el aguinaldo que le dio el abuelo y se creyó tan afortunada como la hija de Franco. Atajó conversaciones incómodas en alguna comida de domingo. Habló más de la cuenta o se tapó los oídos. Agradeció el sol de mayo en la cara. Esperó una postal o una llamada de sus hijos el día de su santo. Sintió la sangre caliente en las venas y un palpitar entre las piernas. Se perdió en la voz de alguien. Pensó alguna vez que el aire también la piropeaba a ella. Se creyó importante. Se negó a imaginar que podría pasarle lo que hoy le pasa.

Y yo, si llego a su edad, ¿lograré identificarme con la persona fuerte, ágil, guapa y confiada que una vez me creí a la salida de algo que se llamaba yoga? ¿Recordará algún viejo músculo lo glorioso que era moverse? ¿Guardaré algún rescoldo de vida en mi corteza decrépita? ¿Se encenderá un día una chispa que me incite a dejar de aferrarme al hábito de respirar?


2 comentarios:

  1. El yoga tiene pinta de ser un ejercicio simpático y alegre para salir de allí como si hubieses bajado al averno. Hay posiciones que, estoy convencido, son contranatura.
    (Prefiero Pilates. Aunque la música que suelen poner en el Yoga mola más.)

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    1. Comparto contigo la convicción. Pero la postura de la vela medio me sale. Hurra. Y no es nada alegre: uno se siente muy poca cosa cuando nota todo su cuerpo temblar al mantener una postura que, vista desde fuera, parecía una chorradita.

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