jueves, 24 de octubre de 2013

Peregrinos (V): La revelación

 
Entraron en la azotea, procurando hacer poco ruido. Y les he dedicado tiempo bastante como para saber lo que eso les cuesta. Se agacharon sobre el cuerpo tendido de Pit Bull, le pusieron las manos encima, lo estudiaron por aquí y por allá, y se lo llevaron. Se dice tan rápido que parece un insulto. Uno de ellos lo alzó del suelo, y se lo llevaron. Así de simple. Pero me causó una impresión tan distinta. Todos sus gestos eran mudos y pausados. Como si les diera apuro despertar a Pit Bull. Y entonces me acordé de algo que, dadas las circunstancias, tal vez estaba fuera de lugar.

Fue en una de esas noches encantadas de un verano que ya se ha esfumado. El día era una pasta de sudor y modorra mientras el sol estaba en lo alto, durante tanto tiempo seguido que era inevitable sentir que estaba siendo juzgado. Pero luego, cuando el sol se escondía, el aire empezaba a despertarse, y con él, todas las cosas vivas del mundo. Nacer otra vez así, desperezarme y ser testigo de cómo lo de dentro y lo de fuera empezaba a reactivarse, me provocaba una alegría que sólo podía controlar con silbidos. Si alguno de los otros estaba cerca, me lanzaba una de esas miradas piadosas que he aprendido a apreciar. Pobre Lento, se leía en sus rostros, qué poco le faltó para morirse. Y es verdad que faltó poco. Tan poco que hasta resucité. Por eso, cada vez que volvía la noche y un hormigueo empezaba a despabilarme los miembros cocidos, comprendía que se estaba operando un milagro. Y entonces me mantenía despierto hasta que otro sol jovencito se envalentonaba otra vez. 

Me pasaba la noche volando, subiendo, bajando en picado, entrenándome, haciendo el idiota sin que ya me importara. Y cuando sentía que me iba a estallar el pecho de la alegría y del esfuerzo, buscaba un sitio alto, y me tragaba el paisaje de unos cuantos bocados. Así fue como descubrí el Rectángulo Mágico donde sucedían cosas que no parecían estar conectadas con nada de lo que lo rodeaba. Un coche, que es como se llaman los animales que usan los Gigantes para desplazarse como locos, estalla con un estruendo de fin del mundo; unos perros de muchos colores hablan sin trabas el lenguaje de la Gente Grande; y mientras, ellos, los Gigantes, miran todo lo que pasaba en ese Rectángulo, sentados enfrente, sin inmutarse. Tardé en acostumbrarme a ese prodigio, pero con el tiempo supe que los peligros que ahí se veían eran de mentira. Acudía todas las noches. Ponía la misma cara descuidada y atenta de los Gigantes. Veía cosas extraordinarias. Gigantes de mentira haciéndose daño, o pegando sus bocas y sus raros cuerpos sin pelaje durante ratos muy largos.

Y cuando vi a aquellos dos de verdad coger a Pit Bull, noté que sentían una pena parecida a la mía. Lo levantaron con una delicadeza como la que una vez vi en el Rectángulo Mágico, cuando un Gigante de mentira cogía entre sus brazos a una Giganta de mentira que acababa de morirse. Entonces lo supe por fin. La vida de Pit Bull fue simple y directa, como un golpe en la crisma. Y sólo después de su muerte lo vi todo claro. Comprendí que había un vínculo especial entre nosotros y los Gigantes, un vínculo que no era de violencia o desprecio, sino de cuidado. Esos animales turbulentos y ruidosos nos cuidan, nos llevan cuidando desde que nacimos. Tuvieron que llevarse a Pit Bull para que pudiera empezar a atar cabos.

Es verdad que algunos de ellos nos separaron de nuestros Padres y nos trajeron hasta esta azotea. Pero, en cierta manera, esos Gigantes también eran los padres de nuestros Padres. Allí, de donde vienen mis primeros recuerdos, vivíamos todos juntos, entre cuatro paredes estrechas, mi Hermano, Madre y Padre, y algunos otros que se quedaron y que ya no sabría reconocer, si los viera. Sonoban unos extraños trinos muy parecidos a los que luego sólo he vuelto a escuchar en en el Rectángulo Mágico, o escapándose de las madrigueras y los coches de los Gigantes. Uno de esos trinos era suave y meloso, y cada vez que sonaba, luego me parecía entender algo así como Biber, y por eso fue que llamé así, más tarde, al más fino y presumido de mis compañeros de periplo. Otro trino era más bien como el ladrido de un perro, áspero, terco y enérgico, y después de escucharlo, en vez de Biber, yo entendía Pit Bull... Más cosas. Nunca vi cazar a mis padres. Nunca los vi volar siquiera. Yo entonces era muy pequeño, pero sí sé al menos que la comida sabía igual que la que aquí fue apareciendo puntualmente los primeros días. Luego dejó de hacerlo, y yo estuve a punto de morirme, porque era incapaz de cazar y zamparme a las palomas con las que retozaba por los aires.

Tengo unas pocas imágenes de lo que vino después. Hasta ahora las había achacado al delirio del hambre. Caras sin pico que me miran de muy cerca, tan preocupadas como las de aquellos que se llevaron a Pit Bull. La dulzura casi insoportable de dejarme llevar. Paredes blancas. Una Gigante con la cabeza rubia, vestida igualmente de blanco, amable como un ángel. Comida. Comida. Comida. Triturada y fresquita. Comida. Abrir los ojos y ver otras cuatro paredes y un suelo de grava, y estar a punto de creer que iban a aparecer los Padres. Pero me paso el día solo, comiendo comida bien muerta y, poco a poco, moviendo de nuevo las alas. Una puerta que se abre, un par de Gigantes que entran, una oscuridad repentina, un jaleo que ya no me asusta, y después, un golpe de luz deslumbrante. Poco a poco se van definiendo las cosas. El suelo rojo de la azotea. Mi Hermano, hola, Hermano. Biber en el tejado de enfrente, juraría que sonriendo. Pit Bull llega del cielo dando aletazos marciales. Estoy en mi casa de nuevo. Mi casa. Con mi familia. La comida ya nunca falta, pero a veces me esfuerzo, hago lo que tengo que hacer, y cazo. Me lo dijo una vez Pit Bull, el pobre bruto querido de Pit Bull: tarde o temprano, aceptarás lo que eres. Y poco a poco lo voy aceptando. Soy un ser híbrido. Alguien con plumas que se relaciona con seres con plumas y come cosas con plumas, pero que ha crecido y pasa sus días en el mundo loco de los Gigantes, por obra y gracia suya. Alguien que sabe volar y que tal vez sea capaz de elegir bien su sitio.

Sólo espero descubrir con el tiempo cuál es ese sitio al que pertenezco.

4 comentarios:

  1. Como el tierno Lento, así me siento...

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  2. Anónimo entre comillas25 octubre, 2013 23:22

    ¡Hey! Me he perdido algo...¿Qué le ha pasado a Pit Bull? ¿Muerto? ¿Cuándo y por qué? Mira que he buscado en el capítulo IV por si mi memoria me jugaba una de las suyas, pero nada...

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    1. Mujer, es que tienes que buscar en el capítulo siguiente, no en el anterior. Es una treta llamada creación de tensión narrativa. Próximamente en sus pantallas.

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