martes, 22 de octubre de 2013

Las piernas seducidas


Yo no sé por qué el corte de mis mallas se llama corsario. Vale, a lo mejor la persona que le dio ese nombre inauguró su ardorosa pubertad viendo películas de piratas, y se figuró que justo donde empieza la piel desnuda, terminaba la bota de Sir Francis Drake y del Capitán Garfio. No sé tampoco por qué yo elegí ese modelo tan ñoñamente instalado en la medianía. En el vestir deportivo, uno debe dejarse de grises y escoger entre pantalones cortos o largos. Un tipo de mallas políticamente correcto no lleva a ninguna sitio. Deja al aire trozos de anatomía poco amigos de la consistencia. Te fuerza a la depilación. No te libra del calor ni del frío. Tampoco tiene sentido cuando el tiempo es ciclotímico.

Cuando salí del gimnasio esta tarde, las calles estaban empapadas, y mi bronceado iba dejando charcos color arena a cada paso que daba. Antes de salir de casa alguien había metido en mi mochila un paraguas. Alguien que no cree en absoluto que la imagen de mí misma disolviéndome bajo la lluvia sea una figura literaria. Alguien que se imagina que estoy hecha de tinta, o que una horda tártara de virus permanece latente en mi piel y mis mucosas a la espera de las primeras gotas revivificadoras. Bendito seas, alguien. Más razón que un santo tenías cuando, apropiándote del tono de voz de mi madre, me recomendaste que dejara de presumir de gemelos y me pusiera algo más largo. Nunca vas a saberlo, porque me hice jovialmente la dura al llegar a casa, pero, sí, tuve que secarme las pantorrillas antes de abrir la puerta para que no me regañaras.

Pero ¿sabes una cosa? Sólo esas primeras gotas sobre la piel fueron desagradables. Una especie de alteración del orden social, un abuso de la intimidad, una pequeña violación. Por estas latitudes los humanos sólo nos empapamos por inmersión voluntaria. No toleramos muy bien que el cielo nos imponga sus caprichos donde no llevamos ropa. ¿A que no? Es enojoso sentir esa humedad extranjera, así, al aire libre, fuera del ámbito confidencial de nuestros cuartos de baño. Casi tan molesto como, para algunos, los desconocidos que no se cortan en invadir el espacio ajeno. Reconozcámoslo, no nos han hecho para aguantar chaparrones a pelo, ni tampoco para tocarnos.

Pero, poco a poco, la sensación fue evolucionando, y me empezó a encandilar la manera en que algunas de las gotas que repiqueteaban sobre el paraguas terminaban finalmente por descolgarse hasta mis piernas. Llovía sobre los tejados, sobre las farolas, sobre los arbustos en flor todavía, sobre los plátanos a punto de comenzar su striptease, sobre mí misma. Se iba diluyendo muy modestamente mi callo de civilización. Es verdad que mi cabeza seguía seca pero, como por capilaridad, desde la piel llovida fue ascendiendo hasta ella el recuerdo de otras ocasiones en las que no me importó mojarme. Recordé días de trabajo, más de dos, más de cuatro, en los que, estando sola, me sorprendió una tormenta. Recordé el sonido imperioso del agua sobre el techo del coche. Y me vi a mí misma saliendo un momento, alzando la cara hacia un cielo blanco, empapándome tanto de lluvia como de unos olores hasta entonces guardados en la caja fuerte del aire. Me vi rodeada de brezos y con las uñas un poco negras por haber cogido unas setas. Me volvió a pasmar cómo la seguridad de las formas quedaba en entredicho, cómo todas las cosas bajo las nubes, incluida yo misma, se iban desdibujando. Vi los árboles goteantes, y los primeros volcancitos abiertos en el polvo del camino, y grandes lajas de piedra estampadas de líquenes que me hicieron sentir paleolítica. 

El granizo en un parabrisas convierte en recreo el trabajo.
 

Vi todo eso camino de casa, y el luto por la pérdida de luz dejó de agarrárseme a la garganta.


4 comentarios:

  1. No sé si guardarme tu blog para mí a modo de delicatessen o coger un megáfono y recorrer la calles de Ciudad Real pregonándolo.
    Qué bonito final de jornada laboral, como diría el poeta...

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    1. Mi ego dice: " megáfono, megáfono". Mi raciocinio, que cuando lees haces algo tuyo, y puedes hacer con ello lo que quieras.
      Un beso!

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  2. Quiero un "alguien", también.

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    1. Yo creo que alguien también mira por ti, aunque no te des cuenta.

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