viernes, 20 de septiembre de 2013

Empapela, que algo queda


Pongo el paquete sobre el pliego y le tomo medidas con la mirada. Es un papel con un fondo alegre de color naranja, donde se pavonean unas ratonas muy arregladitas, con sus vestidos de peto floreados. También yo estoy alegre, el ordenador ronroneando canciones, los dos balcones de mi casa abiertos a la brisa buena del fin del verano. Corto el trozo que necesito exactamente, con un ris continuo de tijeras que me embelesa desde que era pequeña y acompañaba a mi madre a comprar tela a Tejidos El Kilo de Málaga. La cosa marcha. Otras veces he cortado papel como para envolver el Taj Mahal entero, o bien me ha quedado un trozo de dimensiones tan tacañas como las de una cartilla de racionamiento. Ahora hago acopio de unas cuantas tiras de celo, y las prendo en el borde de la mesa. Bien. La fase de los preparativos ha sido completada con éxito. Así que tomo aire y lo expulso con decisión. Comienza la prueba reina del decatlón de los manazas.

La primera parte no tiene mucho misterio. Basta con montar los extremos del papel sobre el paquete y encasquetarles un trozo de celo. Que es un material que carga siempre el diablo, pero que hoy está dispuesto a colaborar, parece. Alehop, paquete arropado. Ahora viene lo arduo: el plegado de los laterales. Analizo el conjunto con el entrecejo fruncido como Napoleón. ¿Había que doblar hacia fuera, o hacia adentro? ¿A ras del paquete o formando solapas? ¿Cuánto tiempo llevo sin hacer esto? Observo, hago flores en el aire con los dedos, espero. Y luego arremeto. De manera un tanto temeraria.

Esto, no contaba con que las cosas cobraran vida. Escucho al papel gruñir, ggrrg, ffrff, cuando yo más bien esperaba arrancarle un preciso zis, zas, zis. Parece que se obstina en conservar su bidimensionalidad. Y como no lo consigue, opta por engurruñirse, como si quisiera que mi paquete tuviera nudillos con artrosis en lugar de esquinas. El celo se suma de manera oportunista a la rebelión. Ataca como más le gusta: enrollándose sobre sí mismo con artes de planta carnívora, pegándose a mis dedos de manera parasitaria. Que lo sepa todo el mundo: a mí un rollo de celo me da la misma cosica que a una polilla la tela de una araña.

La radio de Spotify lleva un rato encadenando canciones con un vapuleo de guitarras que desquiciaría al mismo Buda, y mi alegría ha declinado al compás de la tarde. Conozco este estado de ánimo. Es un abigarrado cóctel de bochorno y empecinamiento y frustración. Pero seguimos batiéndonos en duelo, celo y papel y yo. Me doy cuenta de que al vestidito de las ratonas empieza a hacerle falta un planchado. Despues de mucho plegar y desplegar, consigo imponer sobre las cosas un aceptable dominio de Homo sapiens. Contemplo mi lamentable y asimétrica obra. Ni un ápice de limpieza ni rigurosidad. Mi paquete tiene la piel descolgada de una abuela centenaria. Menos mal que sólo tenía que envolver un simple paralelepípedo.

Estos son los hechos. Y este su corolario: la abajo firmante tiene pezuñas en lugar de manos. Pues mira tú qué interesante, podría replicárseme, con toda la razón. Maldita la falta que le hace al atareado lector desperdiciar su precioso tiempo con una anécdota tan irrisoria como la de envolver malamente un regalo. De verdad que la mayor ilusión de mi vida no es llegar a concursar en Gran Hermano. En absoluto pienso que cada uno de mis actos sea interesante.

Pero sí creo que a veces es mucho más sencillo llegar a entender la naturaleza de las cosas y las personas a través de su textura característica. Mi manera de encarar la muerte, de dosificar la intimidad, de agarrar al miedo por los cuernos o de esconderlo debajo de la cama, de hacer equilibrios entre la aceptación y la esperanza, de dar, todo eso forma la estructura básica de mi vida. Lee por encima lo que escribo sobre ello, y adquirirás un conocimiento cabal y discreto del tipo genérico de ser humano que soy. Es mi pliego de condiciones, el conjunto de pilares y paredes de carga que sostienen el edificio de mi personalidad. Pero no bastan para explicarme, como no basta un esqueleto para adivinar la gracia con la que podía desenvolverse en vida su dueño.

Es el comportamiento ínfimo, creo, las respuestas que vamos dando a las preguntas más prosaicas, lo que ofrece una visión más ajustada de nuestro verdadero aspecto. El aplomo con que uno agarra ese instrumento perverso que es el compás. La manera de colocar los brazos mientra se espera en un paso de cebra. La reacción pacífica o fatalista a un bote de miel que se derrama como magma por el suelo de la cocina recién fregada. Cómo se las apaña uno para abrir la tapa de un frasco de cristal que parece haber sido sellada con plomo fundido.

O, en este caso, cómo me enfrento a una torpeza casi más vieja que yo. Mi micromomento empapelador revela mucho de lo que soy, igual que unos centímetros cúbicos de sangre informan sobre el estado general de la salud. Habla, por ejemplo de una vocación insatisfecha de esmero. Y de la velocidad fullera con la que a veces hago las cosas. Recuerda tardes enteras gastadas sin éxito en el intento de cerrar círculos perfectos o de recortar figuras por su mismo filo riguroso. Permite olfatear un nota de autocompasión ante mi propia incapacidad, o adivinar la persona solvente y pulcra que me gustaría ser y no soy. Apunta que a lo mejor soy capaz de manejar cada mínima traba personal como un desafío, y que mejor o peor, siempre termino haciendo lo que me propongo. Y entre líneas, sugiere también que prefiero las obras mal hechas antes que las abandonadas por vergüenza, o las no empezadas por perfeccionismo o indecisión.







4 comentarios:

  1. Cuentanos como encaras la muerte.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Mujer, qué ya bastante poca gente me lee como para. Cuando sea una bloguera de éxito.

      Eliminar
  2. Hola. Hablas de velocidades fulleras y de insatisfación por la falta de esmero. Creo que cuando el número de actividades supera al tiempo que disponemos para cada una de ellas,y que mientras realizamos una, ya estamos con la mente en la siguiente, es dificil conseguir la perfeción.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Clarísimo.

      Pero el problema es que la velocidad fullera no es la causa, sino la consecuencia de mi poco esmero. Se me dan tan mal tantas tareas manuales, desde tiempos escolares, que me aturullo y me doy mucha prisa.

      Eliminar