sábado, 14 de septiembre de 2013

Anti-instrucciones para blogueros novatos (I)

 
Tienes algo dentro. Demasiado, quizás, y demasiado estancado. Tienes un corazón parecido a uno de esos armarios llenos de bolsos viejos y apuntes a los que nunca terminas de meter en vereda. A lo mejor escribes un diario desde que tenías catorce años. A veces relees esa libreta a la que sólo tú tienes acceso y te parece como si unos duendecillos la rellenasen por ti durante la noche, como en los cuentos. Hay ahí una voz que a duras penas reconoces, si la comparas con la que te oyes pronunciar cuando desayunas junto a tu marido o tu novia; cuando el lunes comentas las vicisitudes de tu fin de semana con los compañeros de trabajo; cuando intentas hacerle comprender a una tutora que en casa tu retoño sí que ordena sus trastos cada vez que se lo solicitas con buenas palabras. Te pasas el día explotando la dimensión instrumental del lenguaje. Y mientras, las vivencias se acumulan en tu interior como el lodo en el fondo de un embalse. Desordenadas, inexpresadas. Cargadas todavía de energía emocional, igual que bombas oxidadas de una guerra sucedida hace ochenta años. Tratas de usar tu libretita como un plano para saber dónde encontrarlas. Y a veces das con una de esas vivencias enterradas en tu mente o en tu carne, o tu día te trae otra especialmente memorable, un encuentro de sólo dos frases que viviste como el meollo de una novela, o la manera en que la luz de la tarde reventaba sobre el retrovisor de tu coche, y te das cuenta de que el embalse se ha colmado definitivamente, y de que necesitas cantar, gritar, proclamar todo el dolor y la belleza del mundo, y de que a tu lado no hay nadie.

Entonces es cuando decides empezar a escribir un blog. Por qué no. Lees dos o tres habitualmente; participas incluso con algún que otro comentario que siempre es bienvenido, cosa que te hace sentir un calorcillo de fraternidad en tu corazón solitario como el de todo humano. Observas como un voyeur ese tipo de interacción entre gente que se comprende, y se completa y se hace coros y se retroalimenta. Eso es lo que tú quieres. Eso, y abrir la espita de la pasión. Pero ¿por dónde empezar? ¿Cómo aprender a manejar a potenciales lectores como si fueran tu rebaño? ¿Has intentado alguna vez meter en un corral a un puñado de gallinas insurrectas? ¿Y qué se puede decir, o qué no, hasta dónde puedes llegar? ¿Cuál es el entrenamiento más adecuado para no empezar muy fuerte y abandonar demasiado rápido, mortificado por las agujetas? ¿Qué puedes hacer para que todo lo que escribas no te huela a mierda?

Las respuestas a estas y otras preguntas las buscas en los mismos blogs que admiras, en manuales de escritura creativa, en los casi lujuriosos discursos que algunos de tus escritores favoritos componen sobre su oficio, en la barrita del Google. Así es como vas cosechando instrucciones. Un montón de normas y consejos y recomendaciones que apuntas en otra flamante libreta comprada al efecto, y que incorporas a tu sangre como una transfusión. Pues bien, yo no voy a sumar ni una instrucción más a tu lista. En cambio, me propongo para sopesar contigo algunas de las que has aprendido ya a dar por sentadas. Esta que viene te sonará. Tanto como el Amarás a Dios sobre todas las cosas.

Verás, te dirán que escribas todos los días. Es un buen consejo, desde luego. Un pilar maestro sobre el que edificar el lazo inquebrantable entre tu experiencia y la palabra. Te dirán que no se llega a correr una maratón sin gastar suelas a diario. Que el camino se hace andando y que la virtud requiere práctica, práctica y más práctica. Este precepto se grabará a fuego en tu mente. Y yo, por experiencia, sólo te digo: ten cuidado. Si te lo tomas al pie de la letra, corres el peligro de darte de bruces con una necesidad impuesta, con la vocación salvaje de alguien con el que tal vez no tengas mucho en común. Como si se tratase de cualquier otro mandamiento religioso, quebrantarlo te parecerá un pecado. Hará que te sientas un fraude, si un día no encuentras material digno, o aliento suficiente, o si la vida cruda llama insistentemente a tu puerta. Sentirás que estás abortando. Que eres un diletante o un blando. Que no eres nada serio. Que, por más que lo desees, nunca vas a convertirte en escritor.

Así que, antes de confiar ciegamente en un credo ajeno, procura encontrar el ritmo que mejor se adecua a tu naturaleza. Eso sí, siempre que tu intención de escribir no se convierta en algo errático. Es sano y útil convertir la escritura en un hábito tan regular como el de la ducha, pero mira lo que te digo, tu olor personal no va a tirar a nadie de espaldas si no te duchas a diario. A mí, por ejemplo, me viene bien un día sí, un día no. Me da espacio para seguir viviendo en el mundo de las cosas tangibles, pero no supone una ruptura en mi compromiso. Otras veces encadeno dos o tres o más días de ejercicio, seguido de otro de descanso. Más que descanso, es una manera de salir a respirar en superficie, como las ballenas. Procuro no pasar más de un día sin escribir, no porque tema que vaya a anquilosarme o porque la conveniencia del oficio así lo demande, sino porque soy demasiado glotona como para privarme de un alimento tan rico como el de ordenar las emociones propias en frases. Mantengo con la escritura una amistad íntima, más que una férrea y monolítica relación matrimonial.

Y dime tú si no tienes alguno de esos amigos a los que no precisas ver o hablar todos los días para que entre vosotros fluya la simpatía o el humor o la comunicación.

6 comentarios:

  1. Me encanta tu anticonsejo y quiero que sepas que me encanta ser una de tus gallinas insurrectas.
    Leerte es un placer, sea cual sea tu método, mi querida S, siempre lo es.

    Un besito.

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    1. Por ser tan mona te promociono de gallina a pavo real.

      Otro beso para ti.

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  2. El ritmo es importante, muy importante, pero creo que lo imprescindible es querer escribir.

    Me ha gustado mucho el post, espero los siguientes.

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    1. Claro que es importante, pero siempre que a uno no lo lleve con la lengua a rastras, por encima de sus posibilidades iniciales, y que el ritmo de otro no le haga coger aversión al ejercicio.

      Seguiremos informando! Que te haya molado sí que me da toneladas decalorcillo fraternal.

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  3. Me gusta que me cuentes cosas y como me las cuentas.El ritmo, el que a ti te vaya bien.

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