jueves, 8 de agosto de 2013

Mapa a una posible noche de verano (II)

Eso, ahora qué.

Ahora ha llegado el momento de empezar a demostrar cosas. Por ejemplo, que uno puede aprender a liberarse definitivamente de ese arreo perpetuo que es la pregunta ahora qué. La teoría dice que la vida se conducirá ella sola, jubilosa y suelta como un caballo sin riendas, cuando cada momento deje de ser escrutado y obligado a ajustarse a una expectativa indefinida.

Yo la teoría – esta como tantas otras – la he asimilado perfectamente, pero la práctica me cuesta más. Es posible que haya empezado a atacar mi lista de demostraciones por una cuesta demasiado empinada. Después de husmear la noche recién estrenada en el bosque, de oler todo lo olible, los brezos, la piel rugosa como la de un codo de mi árbol, los helechos estrujados, el humus misterioso que bulle bajo la alfombra de hojas sobre la que me he sentado; después de desfogarme cantando a gritos canciones de Nick Cave y de Zahara; de tumbarme de espaldas para comprobar una vez más que el cielo que se cuela por el dosel de ramas no es en absoluto negro, sino ahumado o sepia o nacarado.

Después de tratar de exhibir ante nadie mi capacidad para moverme a oscuras y de fallar estrepitosamente; y de tropezar más que de caminar; después de sonreírle al aire como una enamorada, porque también vine a escuchar de nuevo el uh- uh- uh de los cárabos, y los cárabos sí que han venido a su cita; después de ponerle cien cortafuegos mentales a la aprensión de estar sola, solita, sola en el monte, junto a una carretera abandonada con papeletas para ser una Gran Vía de contrabandistas y maleantes; después de que se me fosilice en la cara una sonrisa demasiado curvada para ser natural, y de, mano sobre mano en el regazo, decirme una y otra vez bueno, pues aquí estamos, como si me hubiera hecho una visita de cortesía a mí misma y no se me ocurriera ningún otro tema de conversación; después de hacer todo lo factible, y de reprimir la nostalgia del hogar y la sensación de estar haciendo un poco el ridículo, después de todo eso, es inevitable dejarse tentar por el ahora qué.

Así que también me tienta la opción comodísima de hacer todo lo que hago en mi casa después de la cena, día tras día tras día. Es tan fácil como cerrar la cremallera de la tienda de campaña, conmigo dentro, y ponerme a leer a la luz de la linterna, hasta que el texto se convierta en gelatina. Y luego dormir como si no tuviera las vértebras de cristal de Murano, y no necesitara una cama auténtica más que el oxígeno. Pero sigamos a cambio con la lista: estoy aquí para demostrarme que puedo a) extirpar mi órgano del ahora qué; b) enfrentarme a situaciones potencialmente generadoras de miedo; c) averiguar lo que soy detrás de todos los complementos circunstanciales de lugar y tiempo. Qué es lo que queda de mí al eliminar mi costumbre, mi contexto y los personajes que me dan pie a la hora de pronunciar el guión que tengo aprendido. En algún instante que me pasó desapercibido en su momento, debí de pensar que, tal vez, la mística del retiro podría ayudarme a resolver algunas cuestiones que se inflaman cada dos por tres, como en un brote de dermatitis. Tal vez necesitaba estar completamente sola, sin todo el aparato físico y emocional que me allana el camino en la vida, para saber qué es lo que realmente quiero, qué me queda por cumplir, qué signo tiene ahora mismo el saldo de mi existencia. Tengo preguntas que responderme sobre la conformidad y el deseo; sobre la soledad y la compañía; sobre este hambre de intimidad amistosa que nunca termina de saciarse; sobre si estoy llevando el tipo de vida tranquila que realmente me satisface. Preguntas como resfriados que no terminan de curarse, la Tensión Vital No Resuelta que mantengo conmigo misma.

Así que, muy obediente, cierro la cremallera de la tienda, conmigo fuera y con el libro dentro. Me siento con las piernas cruzadas y echo una última mirada a los arbustos que me circundan, en busca de ojos animales. Apago la linterna. Me quito las gafas, cierro los ojos, como si no fuera acaso ciega después de todos esos gestos. Y empiezo entonces a repasar mis preguntas, como si fueran cuentas de un rosario. Qué quieerees. Quiero... Pero ahora empieza a soplar una brisa muy suave. Mi árbol mueve sus hojas como si se soplara un mechón de la frente. Quéee te mueve hacia dóndeeee. Creo oír unos pasos tímidos. ¿Un corzo, un jabalí? ¿El psicokiller de la pista forestal? Estás estancadaaaa, quizáaas. Y además huele tan bien. Debe de haber algún alcornoque descorchado por aquí cerca, y el olor como a albaricoques de su corteza desnuda me hace cosquillas en la nariz. Qué es esa inquietud subterráaneaa. Un pensamiento retozón, de repente: tal vez has leído esto, y sabes de qué carretera hablo, y puede que ese resplandor de faros de coche que intuyo tras los párpados no se termine disolviendo en la distancia. Eeeeeh, hay alguien ahiií. Pero no, no hay nadie. Yo ya no estoy donde estoy para responder ninguna pregunta definitiva. La atención al mundo ha vuelto a salvarme.

Ahora por fin puedo tachar al menos el punto d) de mi lista: he venido aquí para demostrarme que puedo vivir alegre y plenamente sin tener que demostrarme nada.


4 comentarios:

  1. Cuantas preguntas.
    Quizás viviríamos mejor si dejáramos de pensar-tantas veces-, que lo mejor está por llegar, o en otra parte.No me creas conformista, porque la verdad es que me veo reflejada en todas esas inquietudes tuyas.
    Besos.

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  2. Anónimo entre comillas09 agosto, 2013 23:36

    He leído el post con la sonrisa constante, por razones varias: por la gracia con que está escrito en general, por lo bien que lo haces siempre, por algunos detalles-hallazgos concretos (las letras/gelatina del libro sobre el que nos dormimos, la textura cristalina de tus vértebras...) y porque como tantas veces me aplico partes, "preguntas como resfriados que no terminan de curarse..." y esa teoría, que espero que no sea sólo mi pereza mental quien la adoptó como respuesta, que dice que "la vida se conducirá ella sola, jubilosa y suelta como un caballo sin riendas..."

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  3. Jajaja, ¡es buenísimo!, pero let me insistir y being cansina: el cambio de contexto que sería experimentarlo resolvería muchas cuestiones, sobre todo las de nivel prático: "¿y ahora qué hago?". Para las de índole más espiritual, que no hay que dejar pasar in my opinion, necesitamos perspectiva; sondear otras ideas, formas de vida y culturas, para, al final, no llegar a ninguna respuesta que satisfaga a nuestra mente y quedarnos como estábamos, pero más tranquilos y sabios.
    Siempre, bajo mi subjetiva mirada y opinión.
    ¡Besazos grandes!

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  4. Love your idioma, little querida of mine. Tus opiniones son siempre un regalo. Un gift, vamos.

    Más besos, para ti.

    (Lo mismo lo hago, eh)

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