Lo más probable es que no llegue a
pasar.
Pero
puedo adivinar ya la expresión sarcástica que me brindarán los
requeteallegados cuando les revele mi plan, el retintín que le
pondrán al apunte de que me he tomado demasiado a pecho la idea de
llegar a ser, como la protagonista del libro que estoy leyendo, una
reina de las amazonas, más dura que el puto pedernal. Veo
escrita en la derecha de sus pupilas la palabra Quijote; leo
papagayo imitativo en la izquierda. Y voy a tener que hacer
elegantes fintas para no reconocer su verdad. A mí también me
abochornará un poco la comparación entre la gesta narrada y la
humildísima aventura que se me ha ocurrido. Es cierto que me sentiré
una cutre. Pero pasará poco tiempo hasta que termine dándome igual.
La opinión que yo misma y los demás tengamos de mi ocurrencia no
será lo que la haga fracasar. Tan sólo el hecho de poder imaginarla
vivamente volverá su realización innecesaria. En principio a mí me
basta con saber que no hay factores psíquicos que me impidan ponerla
en marcha.
Esto
es lo que haré: llenaré con unas cuantas cosas fundamentales la
mochila azul que saco del armario cuando me siento curada del tumor
materialista. Agua. Melocotones. Un bocadillo de lomo en manteca y
otro de queso fresco de cabra, mango y aguacate, porque así soy soy:
una bígama que oscila entre el vegetarianismo chic, y el andalucismo
recalcitrante. Un termo con un auto - regalito que sólo consumiré
en caso de merecerlo. Unas natilllas de chocolate. El desayuno. El
biquini. Un rollo de papel higienico. La inevitable bolsa de aseo.
Una linterna y un libro. Mi libreta de apuntes, un boligrafo. Algún
mejunje antimosquitos.
La
primera parada será en el Decathlon de Los Barrios. No tengo tienda
de campaña, y mi saco de dormir es demasiado famélico como para ser
usado sin colchoneta. Me pasearé por la sección de camping con la
creciente sensación de ser una absurda de campeonato. Estudiaré
hasta la oligofrenia el vídeo demostrativo de la tienda que se monta
sola, con un único plop ágil y adorable. Una vez consiga arrancarme
del maleficio de las imágenes en bucle, quizás pueda plantearme la
posibilidad de comprar una tienda que exija un verdadero montaje
manual. Al fin y al cabo, voy a demostrarme cosas, ¿no es verdad?
Pero terminaré eligiendo la tienda ideal para manos de trapo, porque
lo más probable es que no vuelva a utilizarla, y quién quiere
deslomarse aprendiendo los rudimentos de un arte si inmediatamente
después va a tener que abortarlos.
Un
par de horas más tarde conseguiré llegar adonde tenía el coche
aparcado, calibrando de manera más bien optimista el peso de los
bultos que acabo de comprar. Comprobaré con espanto que la hora de
comer se me ha echado encima, y que el horario ha dejado de cuadrar
absolutamente con el número de bocadillos preparados. Pero como soy
un espíritu libre con Visa, y como es verdad que voy a demostrarme
algunas cosas, pero también que no tengo necesidad de demostrarme
más autosuficiencia de la necesaria, buscaré en el vecino Palmones
algún lugar donde me sirvan un calamar a la parrilla tan fresco que
casi tenga que darme de hostias con él .
Más
cerca ya de la hora de la merienda que de la siesta, me veré de una
vez caminando por una vieja carretera reconvertida en pista forestal.
No tendré oportunidad todavía de embelasarme con el paisaje, porque
toda mi atención deberá dirigirse al precario equilibrio de todo lo
que llevo a la espalda: el modo en que hace un rato engarcé tienda
de campaña, saco, colchoneta y mochila carece de profesionalidad
hasta un punto que aberraría a cualquier scout con dientes de leche.
Tal vez haga todavía demasiado calor, o sople demasiado el poniente,
o la niebla me empape con demasiada insistencia los cristales de las
gafas. Tal vez ocurra simplemente que me acostumbre un poco a la
inestabilidad de mi carga, y que los árboles sean demasiado hermosos
como para no distraerme con ellos. El caso es que mi marcha tendrá
el aspecto aproximado de un mensaje en código Morse, todo puntos y
rayas, paraditas y cortas zancadas.
La
luz irá ya tumbándose cuando por fin encuentre el lugar que estaba
buscando. Probablemente me equivoque en unos cuantos kilómetros
respecto a la coordenada de mi memoria, pero en esta Hora Feliz en
que la mirada es capaz de emborracharse en un parpadeo, cualquier
sitio parece el escenario de un cuento. Puede que sí, que esta fuera
la vereda por la que me apartaron del camino principal en la salida
al campo de aquel curso de Flora, cuando sucumbí definitiva e
irremisiblemente a los encantos de este bosque. Que este fuera el
claro entre brezos del tamaño de un armario que buscaba. Y este el
quejigo del que cualquier alma mínimamente sensible sabría
enamorarse. La luz delira como un pintor yonqui encuadrado
anacrónicamente en el expresionismo abstracto, soltando brochazos
húmedos y tajantes, rosas y dorados, por todas partes. Pero no hay
tiempo para el lirismo: no quisiera tener que vérmelas con el
folleto de instrucciones de la tienda a la luz no apta para miopes de
la linterna.
Despues
de batirme moderadamente en duelo con la lona, entre su plop mas
artrítico que adorable, y mis torpes mañas de virgen, mis ojos
consiguen vislumbrar por fin algo parecido a un campamento base. Mi
primera acampada me embarga de tal emoción que a punto estoy de
tararear, con la mano derecha sobre el corazón, el himno americano.
Las ramillas de mi árbol favorito me arrullan con una suave nana que
a mí me suena casi a ole, machota, ole, machota, ole. El
techo verde me abraza. No hace ni calor, ni frío, ni poniente de
labios apretados ni mesiánico levante. Razones más que suficientes
para premiarme con el más grasiento de mis bocadillos.
Me
relamo los restos de manteca blanca y natillas de los dedos y
los labios. Me atuso los metafóricos bigotes. Entro a la tienda a
por mi bolsa de aseo, salgo de ella con un nuevo calambre de amor. Me lavo los dientes, porque soy así de pejiguera, y vuelvo
a mirar hacia arriba, como buscando la aprobación de mi árbol.
Apenas si distingo ya el contorno lobulado y barroco de sus hojas. Se ha echado la noche encima, sin que esta primeriza en éxtasis se diera
cuenta.
Y
ahora qué.
¡Planazo!, te animo a que lo materialicen tus huesos.
ResponderEliminarMmm, ¿y si luego me descubro obligándome a vivir lo que había imaginado antes?
EliminarEsas cuestiones no son para el paso número cero. Las respuestas se desvelarían después de haber dado el primer paso, jijiji.
EliminarHola guapa.¿aceptas compañia?.
ResponderEliminarBesos.
Habrás de leer el capítulo 2 para saber que no, no debería aceptar compañía para esta noche concreta, pero que yo siempre la espero aunque no deba.
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