Síntomas:
- Me
refocilo sesteando como un jabalí en el lodo. Abro los ojos con
prevención, como si tuviera los párpados cosidos y me diera miedo
de que se me saltaran los puntos. La habitación vacila: me he echado
a dormir dentro de una pecera. Cierro los ojos; me vuelvo al fondo.
Sin remordimientos. Completamente sorda a las órdenes castrenses de
mi nervio. Así hasta las cinco, las cinco y media, las diabólicas
seis de la tarde.
- Me
alimento de guarradas que mis manos no han preparado. Hectolitros de
leche rizada de la heladería La Rosa. Salsas tóxicas de
especias, tan espesas que podrían utilizarse para estucar pirámides.
Algas que yo no me termino de creer que no sean radiactivas.
Puñaditos furtivos de anacardos con sabor a solomillo. Como si
hubiera recuperado una especie de inocencia fatalista que me volviera
ciega a la idea de que la salud de mi piel sigue un intrincado
correlato con lo que me meto por la boca. Las aspas de mi Thermomix
están desoladas, ahogándose en su desaprovechada diligencia
alemana.
- Gasto.
Derrocho. Despilfarro. Gozo sin recato de la acumulación. Me compro
unos zapatos cuyo precio ronda peligrosamente una cifra de tres
dígitos. ¿Por necesidad? En absoluto. Por lujuria, por amor al
objeto bello. Aunque ¿quién no necesita unas sandalias rojas,
aguerridas a la par que elegantes?
A veces las listas también ponemos posturitas |
- Y algo
peor. Para mi cumpleaños quedan poco menos de cinco meses, pero el
e-book que me han regalado en anticipo ya está cargado de unos
libros que sólo pesan en mi presunta conciencia. Títulos que
esquilmé como si las librerías y las bibliotecas fueran a arder
esta noche. Pecando como las beatas, con una mano puesta en el rosario,
y la otra en entrepierna propia o ajena. Cargué mi plato de un
buffet turbio. Me vicié. Cogí este, y este, y este, y aquel, y
aquel, y este y este y aquel. Como si nunca en mi vida hubiera
deseado casarme con un único libro fundamental. Como si tantas veces
no me enfermara la abundancia. Como si no comprendiera la amenaza de
dispersión y mariposeo implícita en semejante acto de gula. Como si
me hubieran dejado encerrada en un parque de dulces y menesterosos
bomberos.
Diagnóstico:
Me he
entregado con tal devoción a estas vacaciones cortas, que le he dado
un permiso de al menos dos días a mi yo más vigoroso y honrado.
Espero que me escriba una postal desde Bhután. Porque tampoco viene mal descansar hasta de los propios proyectos de mejora.
Creo que al menos una vez en la vida te has de enamorar con locura, verdadera obsesión y anhelo de unos zapatos.
ResponderEliminarLas vacaciones están para esto, bonita mía, para volverse un poco loca por unos días.
Mil besos
Un poco loca, y un poco floja, y un poco indecisa, y un poco hipocondríaca, y un mucho olvidada de una misma. Aleluya.
EliminarYo ya amo a todos los zapatos que me hacen reír. O sea, que no me hacen llorar.
Besos vacacionales para ti, queeeridita.
La penitencia que te impondré será dura...
ResponderEliminarSi no fuera porque sé que se te ha olvidado poner el nombre, Madrede talibana, me daría un poco de susto tu comentario.
EliminarNo sabes cómo me alegra leerte en territorio tan diferente al otro amable donde suelo hacerlo. Sonreir con tu hallazgo de ese nuevo material para estucar pirámides, con el pie de foto de la foto de tus pies (bonita foto, por ciertos, como tus zapatos y tus piernas; buena la crema hidratante, también), con tus inocentes excesos: siesta, comida, lecturas...
EliminarCasi dan ganas de decir: ¡vacaciones para siempre!