"Daniel", Devendra Banhart.
(Aaaah, Devendra, yo... Te secuestraba. Te ataba. Te hacía... Te preparaba pantagruélicos banquetes vegetarianos. Te obligaba a escribir cinco canciones como esta al día. Te clonaba. Te vestía como el novio pequeñito de una tarta de boda. Te embalsamaba. .)
No tuviste que decidir entre buscar una
peluquería de guardia o quedarte gentilmente como estabas, después
de que el día en que se me ocurrió pelarte te dejara
trasquilado.
No hiciste la gracia de irte a trabajar
con una de mis bragas puestas.
No nos alzamos la voz nunca, ni me
mandaste a la mierda, ni yo deseé nunca que te murieras de modo
fulminante.
No me diste un beso de
sana-sana-culo-de-rana en el corte que me hice en un dedo, al picar
calabaza.
Nunca te eché para atrás aquel mechón
díscolo ni te sujeté la frente mientras vomitabas.
No dijiste las de la derecha, sin
mirar apenas, después de que yo te preguntara si preferías las
sábanas moradas o las naranjas.
Nunca nos pusimos a estudiar sien contra
sien, tan serios, el mapa de Costa Rica. No fuimos nunca a hacernos
el pasaporte juntos.
No pude recorrerme todas las tiendas de
la ciudad hasta encontrar el par de zapatillas que una vez te
gustaron en no sé cuál escaparate .
No accedí a ir a la boda de algún primo
tuyo a quien ni siquiera conocía.
No vimos ninguna película en pleno
julio, repantigados en ropa interior, sudando y acurrucados.
No te enfurruñaste, una vez que saludé
efusivamente a alguien con quien decías que cultuivaba una
tensión sexual no resuelta.
No llegaste a abrazarme desesperado al
entrar yo a casa, antes siquiera de que dejara el bolso en su sitio,
porque se me había quedado el teléfono sin batería y llevabas como
cinco horas sin poder hablar conmigo.
No me cogiste nunca una mano en la sala
de espera de Urgencias.
No te sacudí la arena del pelo, después
de habernos pasado la tarde entera en nuestra playa favorita. No me
lamiste la cara interna del codo ni me llamaste por enésima vez
chica salada.
No me puso de los nervios tu canturreo
eterno. No me derretí cada vez que, amarrado a la guitarra como un náufrago, apuntabas notas en un cuaderno.
Nunca me recibiste con una estantería
recién salida de tus manos flacas. Nunca te recibí con un tiramisú
sorpresa.
No llegamos juntos al orgasmo.
No le tuve que mentir a tu madre cuando
me preguntó si me gustaba su arroz con chorizo.
No hubo posibilidad de, charlando cada
uno por su lado en una reunión de amigos, mirarte de reojo y llegar
a pasmarme por la intimidad casi subversiva que habíamos
conquistado.
No llegué a tener la necesidad mezquina
de que, yendo por la calle, me soltaras de la mano.
No te enternecieron mis juguetes, ni mis
libros de cuentos, ni los puzzles que armé de niña. No envidiaste a
la gente que ya me conocía antes de que tú y yo nos encontráramos.
No tuve que pensar nunca si había hecho
la elección correcta contigo.
Nuestra casa no llegó a
construirse. No te presenté a mis amigos; no llegué a conocer a los
tuyos. No tuvimos nunca una playa favorita. Ni siquiera fuimos juntos
a ninguna. Tal vez no has vuelto a dejarte el pelo medio largo desde
entonces. Tal vez hace años que mi número de teléfono no está en
tu agenda. Nunca tuvimos una historia. Como mucho, un microrrelato
con una sola frase y un The End inexorable. Nuestra intimidad
subversiva jamás salió de los límites de mi cabeza.
Y, sin embargo, ni te imaginas lo difícil
que resulta a veces distinguir lo imaginado de lo vivido.
Estoy conociendo a Devendra (!!) por una amiga que no hace más que hablar de él. Lo denomina como su "gurú". Este miércoles toca en Madrid.
ResponderEliminarMe ha encantado el post.
Muas
Ya, ya lo sé que actúa (DB actúa, no canta) en Madrid, y me cago mil veces en el centralismo. Es taan guapo y estrafalario, y tiene una voz taan dulce, y una nariz taan recta y bonita.
EliminarUn beso, Laurisilva.