Pienso
en ti, que conoces mis zonas turbias de una manera que me inquieta, y
que nunca te cansas de bucear en mis zonas luminosas. Pienso también
en el personaje que represento en tu película, en lo mucho que me
cuesta a veces hincharme y cuartear el barniz de la imagen que me has
colocado encima. Pienso en cómo dejo impunemente que tu
ánimo se intoxique con mis insatisfacciones y mis caprichos. Repaso
eso, unos instantes, y entonces me desvanezco. Ya estás sólo tú,
con tu habilidad extraordinaria para entregarte a los demás, con tu
lealtad y tu humor ácido. ¿Solo, tú? No tanto. Donde quiera
que vayas sin mí, llevas algo del aliento que desprendo cuando
duermo a tu lado.
Pienso
en ti también, que escuchaste mi primer y más desgarrado llanto. En
el modo parásito en que me hice hueco en tus entrañas y luego te
abandoné. Pienso en todos esos momentos arrinconados en que me
alimenté de ti; cuando me limpiaste de lo que luego ya nunca
mostramos más que en situaciones de extrema debilidad; cuando
balbuceé mis primeros sonidos por la vocación de querer imitar la
forma que adaptaban tus labios al mirarme. Pienso en cómo el
conocimiento íntimo que teníamos la una de la otra se fue
desgravando con los años. Vuelvo a desvanecerme. Ya sólo me importa
devolver una parte ínfima de mis deudas: nutrirte si puedo con mis
imágenes. Hacerme sólida para que puedas apoyarte. Limpiarte a lo
mejor de lo que te sobra. Desnudarme en palabras para que sigamos
siendo íntimas.
Pienso
en ti, que creías saber de mí antes de empezar a leerme, en las
sutiles maneras en que he podido sorprenderte, o confirmar tus
intuiciones, o decepcionarte. Pienso que a lo mejor te da vértigo y
a lo mejor también agradeces esta inesperada exposición mía. Te
imagino mirando por respeto hacia otro parte, como si estuviéramos
en una playa nudista, y luego habituándote al hecho de que la
ausencia de envueltas no es algo tan amenazante. Quiero pensar que
alguna vez te he hecho compañía, te he tocado el hombro con una
mano invisible. Quiero que sepas que valoro tu presencia aquí como
al más cálido de los abrazos.
Pienso
en ti , a quien quise, sin llegar a conocer lo más mínimo. Que no
me lees, que te perdiste. Pienso en toda la información birlada en
el camino como en el calor desperdiciado por una bombilla que apenas
ilumina. Pienso en que, ahora, si pudiera encontrar una oportunidad
extra para conocerte de alguna manera, ni siquiera te querría, pero
al menos sabría respetar lo que eres, y lo que eras por debajo o por
detrás de mis fantasías. Me desvanezco de nuevo contigo. Te espío
en dulces escenas hogareñas en las que yo no estoy. Te doy la paz como en el mejor momento
de la misa.
Pienso
en ti a quien deseé, pero no tanto como para atreverme a confesarlo
más que con ambigüedades; quien a lo mejor me deseaste un instante,
aunque no tanto como para ponerte en peligro. Acaricio tu recuerdo;
me sigo riendo contigo desde una distancia de años. Luego te dejo
marchar del poder corrosivo de mis antojos, te doy un empujoncito
para que te escapes. Bendigo lo hermoso que fuiste, y regalo al mundo
esa representación dorada.
Pienso
en ti que a lo mejor me lees, sin que yo conozca tu nombre ni tu
cara. Pienso, y me sonrojo, en las ocasiones en que he reducido tu
atención a una mera estadística. Me obligo a pensar en la gama de
tus sentimientos y tus eventualidades. Antes de ponerme a escribir,
te invento un rostro, un trabajo, un decorado. Miro al remedo de
página en blanco de mi ordenador, y trato de verte reflejado en mi
pantalla: recostado en tu sofá con la postura de un Gandhi y tu
propio ordenador en el regazo; leyendo en el teléfono con los ojos
achinados, mientras esperas a que llegue tu metro; apoyado en un
pilar de tu oficina, estirando las piernas y distrayéndote un ratito con mis tonterías. Intento descifrar tus
expectativas. Sueño con que tiras de tu propio cabo en esta madeja
insólita de comunicación, y me encargas un menú completo y
sustancioso de historias e imágenes precocinadas. Un cosquilleo de
emoción me recorre de pensar que a lo mejor, de alguna manera,
podría ayudarte.
Pienso
en todos los que nacerán y morirán lejos de mi alcance. En los que
ya se escabulleron, en los que vivirán sus vidas insignificantes y
prodigiosas cuando yo ya no tenga ni oídos ni ojos ni corazón para ser su testigo. Me diluyo en ellos, me desvanezco. Sentada
en esta coordenada ínfima, en este minuto tan volátil, no aspiro a más que a convertirme en algo que le sirva a cualquiera de combustible.
Te quiero,sangre mia.
ResponderEliminarMuy buen texto, voy a ver qué más hay por aquí..
ResponderEliminarMuchas gracias, Jordim. Ya sabes, tómate todo el tiempo del mundo.
EliminarComo creo que a muchos de los que te seguimos fielmente nos gustaría estar en lo que podría ser el "grupillo del tercer párrafo", ahí me quiero hacer un hueco, con tu permiso, porque puedo asegurarte que sí, que muchas veces me has hecho compañía, y muchas, muchísimas, me has "tocado el hombro con una mano invisible" y cuántas, el corazón...
ResponderEliminarMujer, , tú no tienes que pedir permiso para ocupar el hueco que se te antoje. Y yo tampoco tengo que decirte que sin tus aportaciones esto no sería lo mismo.
EliminarMe ha emocionado.
ResponderEliminarQueridísisisimo
EliminarYo también me identifico con el tipo del "vértigo".
ResponderEliminarEntro a hurtadillas en tu blog, con una mezcla de inquietud perentoria por leer nuevas entradas y de sensación de estar metiendo las narices dónde no debo, se que no hay motivo para esto ultimo, pero no puedo evitarlo, soy así. Por eso te agradezco la entrada, porque aunque no la hayas escrito pensando en mi, me encaja que ni a medida.
La mano en el hombro también la he sentido, pero tampoco me acostumbro a esa nueva fórmula de amistad. Se me vuelven a mezclar sentimientos, por una parte de consuelo, apoyo, compañía... Pero por otra parte pienso que en otras circuntancias hubiéramos podido ser amigos.
Gracias de todos modos por escribir sobre nosotros y sobre todo por tu generosidad.
Yo creo, Anónimo, que cualquier circunstancia y cualquier formato es bueno para crearle un espacio a la amistad. No creo que mi motivación al empezar a publicar fuera muy distinta a eso.
EliminarY lo de meter las narices. ..bueno, ya lo he dicho alguna vez, todos nos parecemos lo bastante como para que nada nos resulte realmente ajeno.
Gracias por la generosidad gigante de emplear un trocito de tiempo en pararte por aquí.