"Something important", de Jukes. B.S.O. ineludible de este post
Esta
es una de esas tardes en ligero declive. Como cuando vas conduciendo,
y empiezas a descender apenas sin darte cuenta, sin que te haya dado
previamente la impresión de haber superado un excitante, amenazador,
travieso cambio de rasante. Tu postura sabe antes que tu cerebro que
estás bajando, y es algo dulce y casi voluptuoso soltar el pie del
acelerador y dejarte caer. Sólo un poquito. Como una gota de sudor
deslizándose por detrás del lóbulo de la oreja.
Escribo
caer, declive, con cierto reparo. Están tan lastradas las
palabras. Pero no hay nada de lo que preocuparse. Ni tensión ni
vértigo. Sólo los últimos tímidos giros de una peonza liberada
de su cuerda. Después de un rato vagabundeando por páginas de
viajes en internet, he cerrado la tapa del ordenador con una caricia.
El viejo frenesí del exceso de información sigue ahí, ronroneando
como el sucio ruido de fondo de la radio. No voy a ser tan cándida
como para declarame a mí misma que soy capaz de superarlo. La
pantalla es un espejito mágico, una manzana envenenada, el beso de
una princesa renegada que te transforma en rana. He ido de Eslovenia
a Holanda a la cocina llena de hierbas que nunca se pudren de una
rubia danesa. Con la gelatina superficial de los ojos, no más. Y no
pienso castigarme por ello. Hoy tengo capas superpuestas de agua y
aceite en la mente: la eterna sensación de estar dejando escapar el
tiempo, por debajo; un amable corte de mangas a la exigencia de que
la vida sea un producto eficiente, por encima de ella.
Y me
he concedido un ratito de felinidad en el sofá. Lo bastante como
para recuperar el idioma íntimo que me sorprendí entendiendo
después de levantarme de la siesta. Una especie de lenguaje no
verbal del alma. Como si te hubieras pasado esa media hora larga de
duermevela soñando historias perfectamente estructuradas. Te pones
de pie dando topetazos, sonriendo de una manera bobalicona y
fortuita. Los libros siguen en su sitio, los cacharros limpios
copulando alegremente en el fregadero. Los coches siguen pasando y la
televisión vecina zumbando. Todo igual, pero todo recién creado. La
mecánica del mundo permanece; mi mente confirma una vez más su
particular ley de la gravitación hacia la duda y, sin embargo, hay
una especie de entendimiento de algo que no tiene nombre. Salgo del
abrazo del sofá, me doy al del agua. Mientras me ducho tengo la
absurda sensación de que la que me resbala por el cuerpo me absuelve
y me ama. Una idea de perfecta vanagloria que no hace daño a nadie.
Soy ahora como uno de esos potrillos islandeses de las fotos que me
enseñó ayer Esperanza. Crédula, pendiente sólo de mi necesidad de
alimento y abrigo. Entiendo, sí. Igual que cuando alguien dice algo
especialmente gracioso y te ríes con él o con ella, y os quedáis
callados después, y ya sabes que el equilibrio de fuerzas se ha
alterado y que ese alguien es ya algo más que un alguien cualquiera.
Entiendo.
Bailo, brillante todavía de crema hidratante. Reencuentro una
canción que me encandiló cuando la escuché por la radio al volver
el domingo pasado de Estepona. Y así, tan suavemente, tan en
delicioso declive, todo cuadra. Lo que no tenía nombre queda
bautizado: me río a la par con mi respiración, y nos enamoramos.
Soy un ser vivo, y cualquier cosa que me decida a hacer tiene la
misma radical, o la misma ausencia de, importancia.
Despues del ligero declive, una buena remontada. Bien.
ResponderEliminarA lo mejor debí elegir "vaivén", más que "declive". La sensación de la tarde era ese adorable vértigo que da columpiarse.
EliminarBesos, besos.
Declive, pero delicioso, me quedo a espiar un rato..
ResponderEliminarClaro, mira a través de un periódico con dos agujeritos y ponte cómodo. Dejo abandonado el chiringuito un rato para hacer lo propio ;)
EliminarYo también digo que delicioso, como Jordim y además, escribo el suspiro que me ha salido al termindar: Ay!.
ResponderEliminarY es que, qué hermosura cuando, la cosa que sabes que sí, aquello que te has dicho mil veces, de repente, lo entiendes. Te cala.
(Cala está muy manida, también, jiji).
Me ha encantado, como siempre.
Gracias como siempre, bonitísima. A mí me gusta calar: me hace pensar en un bizcochito borracho.
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