sábado, 29 de junio de 2013

Peregrinos (III): La primera vez de Lento

 
Volví esta mañana a mi puesto en el tejado pensando que iba a morirme de dolor y de entusiasmo. Dolor en cada músculo, y un agotamiento me parece que adictivo, y ganas de ser un diablo y de zamparme la comida de los demás, sin dejarles una sola migaja, y luego de dormir, dormir, dormir, como si pudiera, como si no supiera de sobra que no iba a pegar ojo recordando todo lo que acababa de pasarme. Al final conseguí volver en mí. Bajé del tejado justo cuando el corazón quiso obedecerme, y di unos cuantos pasitos en dirección a la comida, disimulando como pude cierta normalidad. Pit Bull, Biber y mi Hermano estaban allí, en torno al lugar donde día tras día, de manera bastante misteriosa, sigue apareciendo aquello de lo que nos alimentamos. Era como si me hubieran leído en la mente la travesura. Y me miraban. Podía notarlo a través de los párpados bajos. Yo tardé un poco en devolverles la mirada. Estaba tan terriblemente cansado, y tan eufórico, y tan colgado de la sensación de que de repente todo era nuevo y reluciente, que no podía soportar verlos y percibir sus actitudes habituales, sus burlas, las mismas frases hechas de siempre, y esos gestos suyos tan repetidos que apenas si soy capaz de diferenciarlos.

Así que seguí acercándome con la mirada gacha, en un gesto habitual que ellos apenas sabrán percibir ya. Vi sus pies mucho más curtidos que los míos, rodeando lo que debían de haberme dejado para el desayuno. Y era mucho. Ellos ya habían comido; siempre lo hacen antes. A veces Pit Bull incluso se salta alguna de las comidas, y sin embargo, está cada día más grande. Tremendo como una de esas extravagantes criaturas de pies redondos que utilizan los Gigantes para ir más rápido. Quizás esta mañana tampoco se comió toda su parte y me cedió lo que le sobraba. Me sorprendieron, la verdad. Tanta comida, y el hecho de que parecieran estar esperándome. Últimamente pasamos muy poco tiempo juntos.

Alcé la vista, y entonces vi sus sonrisas: la de Pit Bull, socarrona; la de Biber, coqueta; la de mi Hermano, pienso que orgullosa. Lo sabían. Quizás recordaban lo que ellos mismos debían de haber sentido la primera vez, con un poquito de nostalgia. De alguna manera sentí que me envidiaban la novedad, y también que me acogían. Cuando Biber dijo venga, Lento, cómetelo todo, que tienes que reponer fuerzas, pronunció mi apodo como si el mismo lenguaje se hubiera transformado. Como si Lento fuera el nombre de algún animal recién descubierto, muy suave y muy elegante. Y entonces, cuando quise contárselo todo, y en el buche se me apelotonaron las palabras, fue cuando intuí que tal vez nuestra manera de comunicarnos sea un torpe intento de expresar este salvaje entusiasmo. Vale, también nos sirve para alertarnos unos a otros de un posible peligro, o de un cambio amenazante. O para, llegado el momento, tragarnos la vergüenza y declarar que tal vez entre tú y yo podríamos construir algo. Pero esto que yo quería decirles, y que no, no me salía, esta cosa tan excesiva, que me abrasaba, que me disparaba de nuevo el corazón no tan domado como creía... Esta, no lo dudo, debe de ser la razón que le da sentido a nuestra vida.

En este momento quizás sabría ordenar mis sensaciones para poder compartirlas con ellos. Pero se han marchado. Dejaron que me atiborrara, dirigiéndome todo el rato esa mirada tan parecida a la de los Padres, y luego se apartaron discretamente, sabiendo mucho mejor que yo que en realidad sí que iba a quedarme dormido. He despertado hace poco, solo y confuso. Han sido tantos los sueños, que al principio pensé que en realidad aquello no había sucedido. El dolor, sin embargo, lo delata. De la cabeza a los pies, y hasta la última pluma. Apenas si puedo abrir los sobacos. Me pregunto si podré volver a hacerlo, y cuándo. Quizás Pit Bull sabría explicármelo. Es normal, Lento. Espera un poco, Lento. Tomátelo con calma, Lento. Tomátelo con calma. Tiene gracia. Lo haces muy mal, Lento. No, así no, so burro, no te tires de cabeza. Tal vez Pit Bull pueda enseñarme alguna técnica, si no le importa que un día salgamos juntos.

Ahora me ha costado la vida volver a encaramarme al tejado. La Gente Grande sigue pasando incesantemente, ahí abajo, y yo los miro como si ellos sí que fueran un sueño. Andan, andan, quizás un poco más torpes que antes, porque el calor viene apretando. Se los ve cada día más desnudos y más frágiles. Para mí siguen siendo un enigma, y sin embargo, no creo que nunca vuelva a querer moverme como ellos. Porque está claro que no saben despegar los pies del suelo. No saben flotar, ni dejarse arrastrar por las corrientes de aire, ni caer en picado hasta que la mente se nubla y el cuerpo parece a punto de desintegrarse, y uno se convierte en pura energía. Bueno, tampoco es que yo sepa muy bien aún cómo hacerlo. Al fin y al cabo, yo soy un Lento, y este de hoy ha sido mi primer vuelo.

9 comentarios:

  1. ¡Que sensación de plenitud y euforia la de las hazañas peleadas y ganadas!.Por muy sencillas que estas sean.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. ¿Sencilla? Me estás obligando a que en el próximo capítulo explique el terrible miedo al que tuvo que enfrentarse nuestro pobrecito Lento.

      Eliminar
  2. Este es el capítulo que más me ha gustado hasta ahora. De hecho, me encanta. Besos de admirador.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Gracias, admirado. ¿Me comprarás la camiseta con el lema "Todos somos Lento"?

      Eliminar
  3. ¡Qué tierno!, ¡qué bonita la torpeza cuando se empapa de satisfacción!

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. O de liberación ante el juicio de uno mismo por ser torpe.

      Eliminar
  4. Anónimo entre comillas01 julio, 2013 22:56

    Me ha encantado...
    Lectoraadicta, que volar no es nada fácil, y menos la primera vez.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Eso le digo yo. Y lo hacen como si fuera una banalidad, los malditos, zarrapastrosos, gorriones y demás criaturas aladas.

      (Advertencia: Lento No es un Gorrión)

      Eliminar