sábado, 15 de junio de 2013

Empieza el romance


Es algo parecido a dejar de engullir un instante la boca de alguien, de agarrar su carne, para preguntarte cómo habéis podido llegar a tanto. A veces ni siquiera paras, y el canibalismo se tiñe de extrañeza. Quién es esta persona con la que estás rozándote y haciéndote un ovillo; qué fatalidad os ha conducido hasta este estado ambiguo de intimidad y lejanía. Y realmente no tiene sentido hacerle un mínimo hueco a las preguntas: momentos así quiebran de tal manera la rutina, que la trayectoria que ha seguido un par de cuerpos para tratar de entenderse simplemente desaparece. Se ennegrece como una hoja de papel arrojada a la chimenea.

Quizás la comparación esté un poco sacada de quicio, pero así me siento yo, gateando por un almendral abandonado, notando las primeras gotas díscolas de sudor del año. La hierba alta cruje ya como nieve, me ronda la piel, me lanza redes de las que escapo a duras penas. Voy pisando tomillos, abriendo la mano en abanico al pasar por una mata de espliego. Levanto a mi paso olores de alcoba. El aire parado zumba de mosquitos que se me quieren meter por la boca, por la nariz, por las orejas. El pantalón me pesa tanto como el telón de un teatro. Es entonces cuando, sin dejar de andar, llega el desconcierto. Cómo ha vuelto a sucederme, cómo es posible que de repente esté teniendo estos tratos privados con el verano. El resto de meses ha huido: la exageración del verde por todas partes, el frío salvaje en la punta de los dedos, arroyos en cualquier cuneta. Olvidados. Como si no hubieran existido. Barridos por alguno de estos espartos. No hay manera de volver a concebir la calefacción, las bufandas, la gente en las ciudades convertida en un bosque de chimeneas ambulantes. La mente se abre sólo a lo inmediato: mi cuerpo y el aire; mi cuerpo y los picotazos; mi cuerpo y las ramas descarnadas; mi cuerpo y los pastos. 

Devoción por las espigas
 
Lo que no quita que este presente arrollador suene ya de algo. Igual que cuando besas a alguien por primera vez, y te vuelve a parecer el primer beso de tu vida. La poca memoria que me queda disponible se humedece de leves recuerdos sensuales: una caricia en los hombros desnudos y todavía calientes de playa. El olor balsámico de los mastrantos a la orilla de una charca. Mi pies bajo el agua. Alguna desapercibida criatura acuática que se desliza como un rayo al notar mi avance. Un túnel de adelfas en el río Genal. Un hueso de albaricoque mantenido en la boca hasta que se vuelve suave. Estos primeros días de idilio con el verano son únicos, y a la vez están siempre retornando.

Y ya sé que vendrá también el empacho. Cuando la novedad del calor se convierta en una cháchara insoportable, y la piel ahora seducida no aguante más el acoso del aire. Cuando todos los abrazos resulten pegajosos. Cuando la siesta se vuelva condena bíblica, o el sueño tóxico de una bella durmiente. Echaré de menos arroparme por la noche con una sábana, o las primeras gotas de lluvia haciendo volcanes en el polvo de los caminos. Tendré fantasías de infidelidad con tazas humeantes y castañas asadas. Estrategias de septiembre para intentar olvidar que lo mejor de la vida pasa siempre en verano.

La fruta que chorrea por la barbilla y que huele a flores de una manera mareante. El fin del curso escolar. Ese momento en la playa, a eso de las nueve de la todavía tarde, en que los rayos de sol se tumban y todo el mundo se queda amablemente callado. La gente que recoge las toallas, las sombrillas y las sillas, que se limpia los pies de arena, que le coloca las chanclas a sus niños cuando el mar se ha vuelto ya rosa, sus caras transformadas como por una ceremonia religiosa. Los días que se resisten a morirse. La espalda que recupera su derechura, después de meses de verse sometida al peso de tanta ropa y tanto frío. La noche que se empapa de olores salinos. Arrebujarme después de la cena en el porche y echar un primer sueñecito. Los amigos que dejan aparcada esa chifladura de la diferencia horaria y la vida que sucede en otros lugares. Canciones estúpidas que se bailan en grupo. Un tintineo de hielos en el vaso. Un mapa desplegado sobre las rodillas desnudas. Ríos, viajes, festivales. Idilios.

2 comentarios:

  1. Anónimo entre comillas15 junio, 2013 23:15

    Parece que el verano consistiera siempre en airear lo que anda escondido durante el invierno: piel, colores, olores, sensaciones, algunas repetidas, otras nuevas; nos vuelven a sorprender a miles de kilómetros o en esos escasos metros que te sacan de la casa-invierno a un paraíso pequeño y cercano.

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  2. !Vivámoslo inténsamente!.
    Mil besos.

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