lunes, 17 de junio de 2013

Digerir

 
Pepe el sabio sentencia: Si quieres estar tranquilo respecto a alguna cosa, dale la espalda. Y continúa lanzando piñas secas y pedruscos pendiente abajo, con el bastón, en una versión distraída y montaraz del golf. La ración exigua de glucosa que les sobra a los músculos de mis piernas la dedico a pensar en ello. Apenas si me alcanza, porque Pepe y su compañero suben las cuestas como modelos en una pasarela. Me pregunto cómo lo hacen. Me resisto a alegar mi par de cromosomas X, pero la única razón que se me ocurre para que ellos trepen con un paso liviano y elegante de elfo Legolas, mientras que yo, con treinta kilos menos sobre las rótulas, troto tan descompuesta como un cadete de West Point, es que yo tengo que dar un paso y medio por cada uno de los suyos. Benditos sean. El ritmo que le han puesto a la ascensión impide que me diluya en el paisaje de pinos kamikazes y cataratas de piedra. Apenas si me da tiempo a apartar las ramas del matorral que encrespa la vereda, o a calibrar el grado de amenaza a mi verticalidad de cada una de las rocas sueltas que de manera casi ciega voy sorteando. Es cierto que podría aflojar un poco y quedarme atrás. Pero hoy disfruto siendo una presencia fugaz. El escenario es un brochazo; los árboles, una intuición; mi pensamiento, un gas que se eleva e inmediatamente se disipa.

Cabalgando, más que caminando, recupero brevemente una imagen de ayer. Vuelvo a verme un instante, sentada muy derecha en la playa, toda yo propósito e inoperancia. Tengo las manos cruzadas sobre la boca del estómago, queriendo retener como un chamán el dolor de ahí abajo. Cuál de las combinaciones de la cena de anoche terminó resultándome tóxica. ¿Pulpo y queso? ¿Pulpo y paté? ¿Pulpo y ciruelas calientes? Cierro los ojos y me concentro en el vaivén de las olas. El contenido de mi mente activa una acústica extraña. El mar suena en mis oídos como en esos días en que nos gusta declarar que ahora sí que se acabó el verano, con un fervor de espuma y guijarros arrastrados y gaviotas vengativas. Y sin embargo, cuando vuelvo a abrir los ojos, las olas doberman no son más que caniches. Paseo la mirada por las sombrillas, para animarme. Y entonces los ecos ambiguos que hoy llevo dentro del cráneo fabrican una estúpida idea de injusticia. Por qué me duele la barriga y por qué estoy estancada. Si estoy tan a gusto como Zeus en el Olimpo. Una rica brisa de Levante me lame las uñas pintadas de coral de los pies. Tengo dos libros en la mochila, y si extiendo una mano, no pasan ni dos segundos antes de que alguien me la recoja. Podría estar disfrutando plenamente de este prototipo de vida simple. Y sin embargo, tengo la digestión parada. Apenas disimulo mi ceño fruncido, como una dependienta del Corte Inglés, mientras me reprendo por no haber llevado a cabo todavía la tarea de asimilar el alcance de lo que me ha sucedido en esta semana rara.

No quiero decir mucho. Sólo que a veces la vida pública me parece un Vietnam abigarrado de selvas de malinterpretaciones, gases irritantes y guerra de guerrillas. Sólo que a veces el entendimiento me parece tan ilusorio como los Reyes Magos.

Seguimos trotando, trotando. La premura de los pies se propaga hacia arriba. Las imágenes se hacen y se deshacen. La cabeza vuela también. Trato de agarrar la frase de Pepe y de jugar un poco con ella. Pensamientos a contrarreloj. Por ejemplo, que no quiero darle la espalda a las cosas erizadas para poder estar al fin en paz. Prefiero apostarme frente a ellas y ser yo, más bien, quien las deje tranquilas. Y confiar en que la digestión se terminará completando por sí misma, sin que yo tenga que masticar hasta que me duelan las mandíbulas.

6 comentarios:

  1. Seguro que será una tontá comparado con todo lo que describes.
    Seguro que con esa hermosa capacidad de admirarte con lo que te rodea, la cuestión ya está más que diluída.
    Besis

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. De admirarme y de reír y de intentar no juzgar demasiado y no cargar con demasiado lastre las cosas. Tu comentario es tan reconfortante como una horchata fresquita.
      Besos para ti.

      Eliminar
  2. Hija mia, si no darle la espalda, sí dejarlo pasar. Por favor.
    Te quiero.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. (Dicho con voz de Sin Chan con cataratas de lágrimas en los ojos): Maamaaaá

      Eliminar
  3. No sé si explicas lo que te pasa en otro post. Llevo demasiados días fuera, problemas varios, y en un arranque de desorden he empezado a leer por aquí.
    La analogía de la vida social con un Vietnam belicoso es genial, me he visto inmiscuida en relaciones sociales complejas esta última semana y sí, para mí la vida social es terreno minado.

    Espero que estés bien, tita S. Ahora solo tengo tiempo de leer uno, pero me pondré al día.

    Mil besos que te debo.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Estoy bien, sí, pero lo mío es una tontería. Te leo, y vuelvo a confirmarlo. Poco a poco aprendo que la mejor manera de encarar una situación peliagudo es transcenderse a uno mismo y preocuparse más por los demás.

      Y, bueno, odio ser elusiva y no dar más que dos pinceladas que puede que sólo comprenda yo, pero no, no hay más explicación en ningón otro post. En realidad ya sabes medio de qué va la cosa: algo apunté en aquel post destinado sólo para los íntimos que me lo pidieron. Entre los que te incluyo, por supuesto.

      Mil besos y ramos de flores y bombones y soplos de aire de campo.

      Eliminar