miércoles, 26 de junio de 2013

Cómo ser una vaca

 
Instrucciones para alcanzar un grado bovino de imperturbabilidad:

  1. Abra la ventana de su casa u oficina y compruebe que la gente anda por la calle en manga corta o tirantes. Permanezca atento al aleteo de abanicos; fíjese si un aire acondicionado siberiano le pone la carne de gallina. Huélase el sobaco. Asegúrese, en definitiva, de que vive usted los primeros días de auténtico verano.

  2. A continuación, busque una parcela cultivada de cereal. Ya sabe, trigo, cebada, avena, esas cosas con espigas que se mueven elegantamente al menor soplo de aire. Sea intransigente y preciso: quédese con las rubias. Cerciórese de que el cereal en cuestión presenta el color y el crujir de los volantes más flamencos de los huevos fritos. Mueva usted su anatomía hasta la linde de la parcela elegida.
  1. Por último, espere a ver lo que pasa. La prueba por la que su impavidez será juzgada no tardará en arrancar. Distráigase, si lo desea: reconforte su pupila con las últimas amapolas del año. Aspire el olor a madera caliente de las espigas. Ah, ¿los escucha ahora? Se acercan. Ahí están ya. ¿No se muere usted de ganas por saber el lugar que ocupa en la escala de la evolución espiritual? 
     
No me resisto a contárselo. De acuerdo que de esta manera llegará usted advertido al examen, pero ¿alguna vez las advertencias sirvieron para algo? ¿Pudo usted comerse sólo tres o cuatro pipas, o acaso terminó el paquete con la lengua hinchada y un Mulhacén de cáscaras? ¿Pudo dejar de pensar en esa persona que tan poco le convenía? Que yo le explique punto por punto lo que le pasará si decide seguir las instrucciones arriba descritas no impedirá que su mente y su cuerpo revelen libremente lo que tienen que decir sobre su naturaleza. Si usted se parece mínimamente a mí, prepárese para el chasco. Está a punto de darse cuenta de que tanto su cuerpo como su consciencia son entes ajenos al dictado de su voluntad.

Al principio no le dará mucha importancia. La situación entrará fácilmente en el marco de lo que usted considera normal. Al fin y al cabo, se halla en ese circo de bichos que es el campo. Escuchará un zumbido tan tímido cerca de su oído que le resultará vagamente sentimental. Ello no impedirá que su mano suelte un manotazo automático. Usted tiene ya unos cuantos veranos, y está entrenado para luchar contra esos impertinentes seres vivos que pretenden tener barra libre en su sangre. Pronto se dará cuenta de que estos no son los mosquitos a los que está acostumbrado. En realidad, no son más que diminutos lunares provistos de alas no mucho más grandes. Uno no concibe que en semejante pequeñez quepa toda esa maquinaria que posibilita la vida. Ojos, traqueas y túbulos. Nervios. Huevos. Y maldad. No necesito advertirle que no se deje engañar por su ronroneo y su tamaño insignificante. Ya está usted padeciendo.

Tiene una mirada desorbitada. Está sufriendo un ataque de unas dimensiones que le parecen inconcebibles. Totalmente gratuito. ¿Qué pueden querer esas ínfimas criaturas de usted? Se pasean con descaro por las partes expuestas de su piel. Ocupan su ropa como si en ella se estuviera celebrando el botellón de la Fiesta de la Primavera. Quieren invadirlo. Violarlo. Los escucha muy cerca. Una nube cada vez más negra. Su zumbido ya sólo le puede parecer siniestro. Los siente bullir por su cara. Con horror los nota a las puertas de los orificios que venden su intimidad. Están tratando de colarse por su nariz y sus orejas.

Usted está a punto de perder su aplomo. Manotea como un molino. Se tapa las orejas. Da grititos. Roza la paranoia. ¿Y si le da una reacción alérgica? ¿Y si usan los huesecillos del oído como tobogán para llegar al fondo de su cráneo? Siente picores delirantes. Se resiste a creer que no piquen. Empieza a usted a plantearse si no se tratará de una especie de insecto carnívoro. Cambiará mil veces de posición, sin resultado. Cruzarán su mente vientos apocalípticos. Pensará en las plagas de Egipto.

Y entonces se acordará usted del rabo y del rostro impávido de las vacas. Y se sentirá ridículo. Ahí está usted, con sus piernas rectas y su pulgar oponible y su cerebro hipertrofiado. Con su smartphone en el bolsillo y su arrolladora civilización parásita. Acosado por lo irrisorio. Carente del talento para la serenidad de los animales. Pero sea fuerte: trate de aguantar con la cara hirviente de mosquitos. Tolere su merodeo junto al oído. Acepte el poder de la presencia diminuta. Ahórrese la energía de luchar contra ellos. Esto no es más que un entrenamiento: en su mente bullen mosquitos mucho más invasivos.

8 comentarios:

  1. Jajaja. ¡Qué bueno!.
    Mosquitos como cacahuetes, tenemos por dentro.

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    1. Pero los peores son también esos diminutos, que ni siquiera se ven.

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  2. Anónimo entre comillas27 junio, 2013 23:53

    Vaya, he empezado riéndome con la simpática lucha contra simples mosquitos y el final parece el de una película de esas de terror psicológico.
    Por cierto, tengo un remedio que parece funcionar contra los mosquitos externos (los otros...): un aparatito que emite ultrasonidos. Veremos si dura.

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    1. De terror psicológico es como al final me terminaron poniendo la nuca y el cuello esos nada simples mosquitos. Confirmado: les iba la carne humana.

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  3. Bonita, cada dia nos pides cosas más difíciles.
    Besos.

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    1. Mujer, no nos podemos quedar estancadas en la parte del entrenamiento que ya nos sale

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  4. Me encanta... eres tan tan adorable...
    Yo quiero ser vaca y pastar y mugir plácidamente.

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    1. Siiií, una vaca de las que pasan su bendita existencia junto a las playas del Campo de Gibraltar, dejando a veces las huellas de sus pezuñas en la misma arena.

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