viernes, 10 de mayo de 2013

Peregrinos. Episodio piloto

Aquí fuera también hace calor, pero es de un tipo distinto. No el agobio húmedo de cuando estábamos los cuatro metidos en el refugio, sino algo más seco. Y más limpio. He descubierto algo que me gusta mucho: abro los sobacos, me afirmo bien sobre el suelo, y espero quietecito hasta calentarme por completo. Parece una tontería, pero cuando te has tirado tanto tiempo encerrado en un sitio pequeño, te das cuenta de que lo más precioso de la vida son tonterías. De vez en cuando sopla una racha tímida de aire. Y entonces el contraste con la temperatura que ha alcanzado mi cuerpo es tan agradable, que tengo que contenerme para no soltar un chillido de alegría. Ellos – no sé muy bien cómo llamarlos, ¿mis hermanos? ¿mis compañeros? - no lo entenderían. Se darían la vuelta, me recorrerían de arriba a abajo unos instantes, y con una sonrisita volverían a lo suyo. Se creen que no me doy cuenta de que me llaman el Lento.

Bueno, tampoco es que se hayan roto la cabeza con el mote. Yo mismo reconozco que, cuando se abrió la puerta de nuestro refugio, de aquella manera misteriosa y repentina, sin que viéramos a nadie por ningún sitio que pudiera haberlo hecho... Todavía me dan escalofríos. Ellos, en cambio, se miraron entre sí, me miraron a mí también, por si acaso, y de repente la cosa les pareció de lo más divertida. Sobre todo a los mayores. El que llamo Pit Bull – porque yo también les he puesto nombres secretos, qué se han creído – dijo aquí estoy yo. Para variar. En realidad es un buen chico; siempre se ocupa de que los demás no se metan con mi parte de comida, y también me pide opinión, cada vez que se da cuenta de que en las conversaciones no abro el pico. Pero le gusta dejar bien clarito que tiene madera de líder. Es bravucón, tiene una voz hueca y penetrante, y cuando juega, pega como si se creyera que todos somos tan fuertes como él. Claro que yo nunca me hubiera asomado tan pronto al hueco de mundo que apareció cuando se abrió la puerta, sin que ninguno de nosotros lo esperara. Qué tío. Se cuadró, nos miró con esa cara que pone de “aquí está pasando algo raro, y cuanto antes sepamos qué es, mejor”, y sacó la cabezota entera. Apuesto a que tenía el mismo miedo que yo. Pero o lo disimula, o lo usa para motivarse a sí mismo. Tiene razón: es un líder. No se ve nada, dijo. Mucho suelo rojo. Liso. Nada de grava. Y qué más, y qué más, preguntaban los otros dos. Nadie, dijo. Entró de nuevo, tambaleándose un poco, como si no viera muy bien. Cuando volvió a hacerse a la oscuridad, nos observó de uno en uno, muy serio, muy callado, para alargar el misterio, y después dijo “voy a salir”. Y vaya si lo hizo.

No quise ni mirar. Porque las puertas no se abren así como así. ¿Es que no se daba cuenta de que siempre hay consecuencias cuando pasa eso? Me fui a mi esquina favorita, y me di la vuelta. Yo no olvido tan fácilmente. No podía dejar de recordar que la última vez que una puerta se abrió de sopetón, hubo todo aquel jaleo. Entró el gigante, nos sacó a mi hermano y a mí de casa, nos separó de los padres, y nos hicieron todas aquellas cosas espeluznantes, con tanto ruido alrededor, y más gigantes todavía, y desde entonces estamos aquí, los cuatro, y ya no hemos vuelto a ver a los padres. Tal vez fue distinto para Pit Bull, aunque luego nos relatara una historia parecida. A lo mejor no quería que la nuestra pareciera más dramática que la suya. Yo qué sé. El caso es que él dio muestras de haberlo superado. Y los demás no tardaron en seguir sus pasos. Biber. Mi hermano. De repente no se oía ni una mosca en el refugio recién violado. Cuando me giré, muy pegadito todavía a mi esquina, vi que me habían dejado solo. Completamente solo. Los escuchaba ahí fuera. Daban unos pasos, los escuchaba llamarse entre sí, se azuzaban. Eh, mira esto. Eh, ven por aquí. Cuánto espacio. Y mira para arriba. Te das cuenta de lo alto que está el techo. Pero si casi no se ve. Para mí que no hay techo. Cómo no va a haber techo, hombre, no digas tonterías.

Y así siguieron un buen rato. Yo los escuchaba desde mi rincón. No podía dejar de temblar. Sé que, a pesar de lo excitados que estaban, se acordaron de mí, porque oí cómo me llamaban desde el otro lado de la puerta. Vamos, sal, que no pasa nada, me gritaban. Pero yo no quería creerlo; no quería abrir los ojos siquiera. En cualquier momento podían volver los gigantes, y entonces.

Pero no volvieron. Así que poco a poco, sin perder el miedo del todo, fui apartándome pasito a pasito de mi rincón. La primera vez me pegué a la espalda de mi hermano y avancé hasta el umbral. La segunda, me atreví a cruzarlo. La tercera y la cuarta me reí a carcajadas de puro nervio, medio borracho por la cantidad de espacio que veía a mi alrededor. Y ahora paso tanto tiempo fuera como ellos. Es verdad que los ruidos bruscos todavía me sobresaltan. Pero ahora sé disimular tan bien como Pit Bull. Que, a pesar de ser un verdadero líder, a veces se equivoca. Encima de nuestras cabezas no hay techo. Es el cielo del que hablaban nuestros padres. Seguro. Y esos animalazos blancos que lo navegan, y que al principio me asustaban tanto, deben de ser las nubes. No voy a decirles nada a los otros de mi descubrimiento. Me mirarían con pena, y murmurarían algo así como “ya está otra vez el Lento”.

13 comentarios:

  1. Tu Lento me encanta. No sé qué son, ni dónde están ni porqué pero quiero saberlo todo... por fi, tita S, por fi, que no se quede solo en episodio piloto...

    ResponderEliminar
  2. En serio: voy a terminar poniéndote un piso. He dosificado lo justo para que se me pidiera más. Ya puedo trabajar para la NBC. En el siguiente capítulo, el Lento seguirá descubriendo cosas.

    Sobrina, me acordaré de ti cuando haga testamento.

    ResponderEliminar
  3. lectoraadicta11 mayo, 2013 19:53

    Me gusta.
    Quiero más.

    ResponderEliminar
  4. Anónimo entre comillas11 mayo, 2013 23:08

    Digo lo que Ficticia: tu Lento me encanta (¿tendrá que ver con que desde chica me acompañaron parecidos apelativos?). Y es curioso porque siendo breve el relato, consigues que parezca un ser (o lo que sea)cercano.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. ¿Tú lenta? Muhahaha. Tú siempre vas un paso por delante de los demás.

      Eliminar
  5. Si, si, si... Qué más pasa?? Quiénes son!??
    Quién es tu sobri primica?
    Besossss. Eme jot-a

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Mi sobrina es Ficticia, MJ, que tiene que hacerme caso y desayunar como una adulta, si no quiere quedarse sin aguinaldo.

      En breve, la próxima entrega.

      Eliminar
  6. Ay, pues a mi se me antojan gatetes!. Anyway, leeré ávida los capítulos venideros.
    Besos!

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Meeeg, erroor.

      No son gatetes ni perretes, como opinaba Madrede.

      Sigan atentos a sus pantallas.

      Eliminar
  7. Yo sé lo que son y me encanta (sé que hoy no estoy nada fino con los comentarios).

    ResponderEliminar
  8. Creo que ya lo adiviné: ¡son pájaros!.

    ResponderEliminar