Aquí
fuera también hace calor, pero es de un tipo distinto. No el agobio
húmedo de cuando estábamos los cuatro metidos en el refugio, sino
algo más seco. Y más limpio. He descubierto algo que me gusta
mucho: abro los sobacos, me afirmo bien sobre el suelo, y espero
quietecito hasta calentarme por completo. Parece una tontería, pero
cuando te has tirado tanto tiempo encerrado en un sitio pequeño, te
das cuenta de que lo más precioso de la vida son tonterías. De vez
en cuando sopla una racha tímida de aire. Y entonces el contraste
con la temperatura que ha alcanzado mi cuerpo es tan agradable, que
tengo que contenerme para no soltar un chillido de alegría. Ellos –
no sé muy bien cómo llamarlos, ¿mis hermanos? ¿mis compañeros? -
no lo entenderían. Se darían la vuelta, me recorrerían de arriba a
abajo unos instantes, y con una sonrisita volverían a lo suyo. Se
creen que no me doy cuenta de que me llaman el Lento.
Bueno,
tampoco es que se hayan roto la cabeza con el mote. Yo mismo
reconozco que, cuando se abrió la puerta de nuestro refugio, de
aquella manera misteriosa y repentina, sin que viéramos a nadie por
ningún sitio que pudiera haberlo hecho... Todavía me dan
escalofríos. Ellos, en cambio, se miraron entre sí, me miraron a mí
también, por si acaso, y de repente la cosa les pareció de lo más
divertida. Sobre todo a los mayores. El que llamo Pit Bull – porque
yo también les he puesto nombres secretos, qué se han creído –
dijo aquí estoy yo. Para variar. En realidad es un buen chico;
siempre se ocupa de que los demás no se metan con mi parte de
comida, y también me pide opinión, cada vez que se da cuenta de que
en las conversaciones no abro el pico. Pero le gusta dejar bien
clarito que tiene madera de líder. Es bravucón, tiene una voz hueca
y penetrante, y cuando juega, pega como si se creyera que todos somos
tan fuertes como él. Claro que yo nunca me hubiera asomado tan
pronto al hueco de mundo que apareció cuando se abrió la puerta,
sin que ninguno de nosotros lo esperara. Qué tío. Se cuadró, nos
miró con esa cara que pone de “aquí está pasando algo raro, y
cuanto antes sepamos qué es, mejor”, y sacó la cabezota entera.
Apuesto a que tenía el mismo miedo que yo. Pero o lo disimula, o lo
usa para motivarse a sí mismo. Tiene razón: es un líder. No se ve
nada, dijo. Mucho suelo rojo. Liso. Nada de grava. Y qué más, y qué
más, preguntaban los otros dos. Nadie, dijo. Entró de nuevo,
tambaleándose un poco, como si no viera muy bien. Cuando volvió a
hacerse a la oscuridad, nos observó de uno en uno, muy serio, muy
callado, para alargar el misterio, y después dijo “voy a salir”.
Y vaya si lo hizo.
No
quise ni mirar. Porque las puertas no se abren así como así. ¿Es
que no se daba cuenta de que siempre hay consecuencias cuando pasa
eso? Me fui a mi esquina favorita, y me di la vuelta. Yo no olvido
tan fácilmente. No podía dejar de recordar que la última vez que
una puerta se abrió de sopetón, hubo todo aquel jaleo. Entró el
gigante, nos sacó a mi hermano y a mí de casa, nos separó de los
padres, y nos hicieron todas aquellas cosas espeluznantes, con tanto
ruido alrededor, y más gigantes todavía, y desde entonces estamos
aquí, los cuatro, y ya no hemos vuelto a ver a los padres. Tal vez
fue distinto para Pit Bull, aunque luego nos relatara una historia
parecida. A lo mejor no quería que la nuestra pareciera más
dramática que la suya. Yo qué sé. El caso es que él dio muestras
de haberlo superado. Y los demás no tardaron en seguir sus pasos.
Biber. Mi hermano. De repente no se oía ni una mosca en el refugio
recién violado. Cuando me giré, muy pegadito todavía a mi esquina,
vi que me habían dejado solo. Completamente solo. Los escuchaba ahí
fuera. Daban unos pasos, los escuchaba llamarse entre sí, se
azuzaban. Eh, mira esto. Eh, ven por aquí. Cuánto espacio. Y mira
para arriba. Te das cuenta de lo alto que está el techo. Pero si
casi no se ve. Para mí que no hay techo. Cómo no va a haber techo,
hombre, no digas tonterías.
Y
así siguieron un buen rato. Yo los escuchaba desde mi rincón. No
podía dejar de temblar. Sé que, a pesar de lo excitados que
estaban, se acordaron de mí, porque oí cómo me llamaban desde el
otro lado de la puerta. Vamos, sal, que no pasa nada, me gritaban.
Pero yo no quería creerlo; no quería abrir los ojos siquiera. En
cualquier momento podían volver los gigantes, y entonces.
Pero
no volvieron. Así que poco a poco, sin perder el miedo del todo, fui
apartándome pasito a pasito de mi rincón. La primera vez me pegué
a la espalda de mi hermano y avancé hasta el umbral. La segunda, me
atreví a cruzarlo. La tercera y la cuarta me reí a carcajadas de
puro nervio, medio borracho por la cantidad de espacio que veía a mi
alrededor. Y ahora paso tanto tiempo fuera como ellos. Es verdad que
los ruidos bruscos todavía me sobresaltan. Pero ahora sé disimular
tan bien como Pit Bull. Que, a pesar de ser un verdadero líder, a
veces se equivoca. Encima de nuestras cabezas no hay techo. Es el
cielo del que hablaban nuestros padres. Seguro. Y esos animalazos
blancos que lo navegan, y que al principio me asustaban tanto, deben
de ser las nubes. No voy a decirles nada a los otros de mi
descubrimiento. Me mirarían con pena, y murmurarían algo así como
“ya está otra vez el Lento”.
Tu Lento me encanta. No sé qué son, ni dónde están ni porqué pero quiero saberlo todo... por fi, tita S, por fi, que no se quede solo en episodio piloto...
ResponderEliminarEn serio: voy a terminar poniéndote un piso. He dosificado lo justo para que se me pidiera más. Ya puedo trabajar para la NBC. En el siguiente capítulo, el Lento seguirá descubriendo cosas.
ResponderEliminarSobrina, me acordaré de ti cuando haga testamento.
Me gusta.
ResponderEliminarQuiero más.
Huha
EliminarDigo lo que Ficticia: tu Lento me encanta (¿tendrá que ver con que desde chica me acompañaron parecidos apelativos?). Y es curioso porque siendo breve el relato, consigues que parezca un ser (o lo que sea)cercano.
ResponderEliminar¿Tú lenta? Muhahaha. Tú siempre vas un paso por delante de los demás.
EliminarSi, si, si... Qué más pasa?? Quiénes son!??
ResponderEliminarQuién es tu sobri primica?
Besossss. Eme jot-a
Mi sobrina es Ficticia, MJ, que tiene que hacerme caso y desayunar como una adulta, si no quiere quedarse sin aguinaldo.
EliminarEn breve, la próxima entrega.
Ay, pues a mi se me antojan gatetes!. Anyway, leeré ávida los capítulos venideros.
ResponderEliminarBesos!
Meeeg, erroor.
EliminarNo son gatetes ni perretes, como opinaba Madrede.
Sigan atentos a sus pantallas.
Yo sé lo que son y me encanta (sé que hoy no estoy nada fino con los comentarios).
ResponderEliminarSssssh.
EliminarA ní me basta con eso, chaval.
Creo que ya lo adiviné: ¡son pájaros!.
ResponderEliminar