Hay
una especie de santidad en el cuerpo cuando uno come cosas que han
crecido en lugares que se aman. Mi panza está llena de un choco
en salsa tan tierno como el tocino de cielo, y de unos filetes de
corzo que los dos hemos probado por primera vez. Eh, en qué pocas
cosas hemos debutado los dos juntos, dices. Siempre te me adelantas,
dices también. Mentira, se me olvida a mí aclararte. Los dos nos
pusimos de acuerdo para probar por primera vez la calidez y la
convivencia. Pero no hace falta mencionarlo. Estamos satisfechos. Estamos completos. El viento se ha ido también a comer y a echar la siesta.
Hay un hermoso estampado de nubes en el cielo; hay flores hasta en en
el corazón de los molinos de viento. Hay un Atlántico que silba y
un bosque que cuchichea en mi estómago. Estoy digiriendo mi paisaje
favorito, y eso me convierte en una pieza bien engranada del hábitat.
Como los helechos que crecen sobre las axilas verdes de los quejigos.
Como los buitres inocentes. Como los atunes que se baten el cobre en
la almadraba. Me gusta imaginar que mi piel es transparente, como un
museo de grandes ventanales, y que toda esta belleza está a la vista
de cualquiera.
Abro
ahora los ojos. Me preguntas si nos quedamos a dormir aquí mismo,
esta noche. Metidos en la oquedad de un lentisco, como dos bebés
canguro. La piedra sobre la que apoyamos la espalda está caliente,
pero tú aún no comprendes del todo que la humedad litoral y la
noche son malas compañías. Y sin embargo yo te respondo que por qué
no nos quedamos a vivir aquí mismo, esta vida. Nos callamos de
nuevo. Tú te quedas un poco traspuesto, y mi corazón no para de
parlotear.
Vistas desde mi dormitorio bajo el lentisco (Por ser domingo, hoy regalo foto extra-grande) |
Vivir
aquí completamente. Una vida, o por lo menos esta tarde. Sería una
bonita empresa a la que dedicar lo mejor de mi atención. Primero
escogería apenas un metro cuadrado. Este de aquí, por ejemplo.
Acercaría la cara al suelo, y no me levantaría hasta que no supiese
todo lo que pueda saberse de una parcela tan pequeña. Número de
plantas. Olor de cada una de ellas al ser frotadas. Frecuencia de
merodeo de los abejorros retozones entre sus flores. Diseño de los
pétalos. Estrategias para acoger la noche. Color de los granos
minerales en el suelo. Cuando supiese todo eso, ampliaría el
diámetro del círculo. Haría mía la vereda que los pescadores han
trazado con sus pies en esta punta rocosa de costa. Franjas
impresionistas de color. Huellas de animales en los capilares de
arena que se abren entre las flores y el suelo duro. Tacto de las
piedras. Interpretación de sus formas: test de Roschard on the rocks.
Después
metería en mi objetivo un trozo de mar. Observaría las migraciones
del agua, los cambios de humor, los diálogos entre transparencia y
hondura. Esperaría a que aparecieran los grandes petroleros de
camino a quién sabe qué puerto de América; las lanchas con un
motor de demasiados caballos sobre una cascarita de madera demasiado ligera; el piloto a popa, su acompañante a proa, a punto de salir
lanzado como un mascarón; la ensenada entera convertida en un
circuito de carreras. Haría después un catálogo de reacciones de
los paseantes en la orilla. Número de personas que esperan impávidas
a que la próxima ola les bautice los pies. Número de personas que
miran de reojo al agua, poco dispuestos a dejarse empapar. Número de
personas que flirtean con el vaivén, que se acercan a lo húmedo y
que, cuando están a punto de mojarse, se escapan. Número de
personas que hacen una foto de sus huellas con el móvil y las
cuelgan in situ en Instagram. Número de personas que pasan de juegos
y simplemente caminan, como si el mar fuera la cosa más anodina del
mundo.
Llegado
el momento, me distanciaría también de la orilla. Mi mirada
acogería sin juicio a la variedad de cuerpos humanos. Los vestidos
de excursión. Las que sólo un par de horas antes cortaron la
etiqueta al biquini estrella de esta temporada. Los que han tenido
que reconocer que todavía viene bien una sudadera. Los que se pasean
completamente desnudos y regios. Los pescadores recogiendo sus
enigmáticos cachivaches. Los grupos de escolares que desoyen por
tercera vez la orden del profe de ir poniendo rumbo hacia los
autobuses. Los que fantasean con el aspecto que pudo tener la playa
cuando las ruinas romanas que acaban de explorar estaban habitadas.
Los que dejan caer un puñado de arena entre sus dedos de manera
melodramática. Los que ponen una cara obvia de no somos nada.
Los que merodean sospechosamente por las dunas embrionarias. Los que
buscan la intimidad de los pinares. Los que suben la gran duna como
si estuvieran cumpliendo una promesa. Los que la bajan rodando. Los
que se imaginan en el desierto. Los que se resisten a marcharse. Los
que están construyendo en su mente una de esas fotografías
imborrables.
Con un
último círculo abarcaría las sierras y las campiñas. Los
escaladores y las vacas filósofas. Los hincos retorcidos de acebuche
y las alpacas recién segadas. Los rodales de pasto brutalmente
morados. Una guiri intentando captar una luz de un dorado que asusta
en la cuneta de la estrecha carretera. Las casas de legalidad dudosa.
La gente que, como yo, siempre gira la cabeza para ver una última
vez la playa de Boloniao. Como si después de tanta contemplación y
de tanto estudio, no supiera todavía que, vaya adonde vaya, forma
parte de este hábitat.
Aix... tienes una habilidad para transportarme que me haces entrar ganas de coger el coche e irme a todos esos rincones que nos cuentas, solo por disfrutar un momentito de esas vistas...
ResponderEliminarBesitos.
No, un momentito, nooo: tienes que empaparte, aprenderte con los pies las ruinas de Baelo, hincharte de choco y de atún encebollao, y comprobar que en las playas gaditanas uno se tuesta de una manera que tiende al dorado-Beyoncé.
EliminarMe encantaría dedicarme a las crónicas de viaje. Ahí lo dejo.
Más besos para ti.
Andaba leyendo el tercer párrafo, orgullosamente asombrada y he pensado que hoy sólo quería decirte que me encantas, literalmente...
ResponderEliminarOrgullo el mío. De que me leas.
EliminarDedícate a las crónicas de viaje, please!, o a las crónicas, así en general.
ResponderEliminarA mi también me encantas.
Muas
Mecenazgo: esa es la solución.
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