domingo, 26 de mayo de 2013

Hábitat

Hay una especie de santidad en el cuerpo cuando uno come cosas que han crecido en lugares que se aman. Mi panza está llena de un choco en salsa tan tierno como el tocino de cielo, y de unos filetes de corzo que los dos hemos probado por primera vez. Eh, en qué pocas cosas hemos debutado los dos juntos, dices. Siempre te me adelantas, dices también. Mentira, se me olvida a mí aclararte. Los dos nos pusimos de acuerdo para probar por primera vez la calidez y la convivencia. Pero no hace falta mencionarlo. Estamos satisfechos. Estamos completos. El viento se ha ido también a comer y a echar la siesta. Hay un hermoso estampado de nubes en el cielo; hay flores hasta en en el corazón de los molinos de viento. Hay un Atlántico que silba y un bosque que cuchichea en mi estómago. Estoy digiriendo mi paisaje favorito, y eso me convierte en una pieza bien engranada del hábitat. Como los helechos que crecen sobre las axilas verdes de los quejigos. Como los buitres inocentes. Como los atunes que se baten el cobre en la almadraba. Me gusta imaginar que mi piel es transparente, como un museo de grandes ventanales, y que toda esta belleza está a la vista de cualquiera.

Abro ahora los ojos. Me preguntas si nos quedamos a dormir aquí mismo, esta noche. Metidos en la oquedad de un lentisco, como dos bebés canguro. La piedra sobre la que apoyamos la espalda está caliente, pero tú aún no comprendes del todo que la humedad litoral y la noche son malas compañías. Y sin embargo yo te respondo que por qué no nos quedamos a vivir aquí mismo, esta vida. Nos callamos de nuevo. Tú te quedas un poco traspuesto, y mi corazón no para de parlotear. 

Vistas desde mi dormitorio bajo el lentisco (Por ser domingo, hoy regalo foto extra-grande)

Vivir aquí completamente. Una vida, o por lo menos esta tarde. Sería una bonita empresa a la que dedicar lo mejor de mi atención. Primero escogería apenas un metro cuadrado. Este de aquí, por ejemplo. Acercaría la cara al suelo, y no me levantaría hasta que no supiese todo lo que pueda saberse de una parcela tan pequeña. Número de plantas. Olor de cada una de ellas al ser frotadas. Frecuencia de merodeo de los abejorros retozones entre sus flores. Diseño de los pétalos. Estrategias para acoger la noche. Color de los granos minerales en el suelo. Cuando supiese todo eso, ampliaría el diámetro del círculo. Haría mía la vereda que los pescadores han trazado con sus pies en esta punta rocosa de costa. Franjas impresionistas de color. Huellas de animales en los capilares de arena que se abren entre las flores y el suelo duro. Tacto de las piedras. Interpretación de sus formas: test de Roschard on the rocks.

Después metería en mi objetivo un trozo de mar. Observaría las migraciones del agua, los cambios de humor, los diálogos entre transparencia y hondura. Esperaría a que aparecieran los grandes petroleros de camino a quién sabe qué puerto de América; las lanchas con un motor de demasiados caballos sobre una cascarita de madera demasiado ligera; el piloto a popa, su acompañante a proa, a punto de salir lanzado como un mascarón; la ensenada entera convertida en un circuito de carreras. Haría después un catálogo de reacciones de los paseantes en la orilla. Número de personas que esperan impávidas a que la próxima ola les bautice los pies. Número de personas que miran de reojo al agua, poco dispuestos a dejarse empapar. Número de personas que flirtean con el vaivén, que se acercan a lo húmedo y que, cuando están a punto de mojarse, se escapan. Número de personas que hacen una foto de sus huellas con el móvil y las cuelgan in situ en Instagram. Número de personas que pasan de juegos y simplemente caminan, como si el mar fuera la cosa más anodina del mundo.

Llegado el momento, me distanciaría también de la orilla. Mi mirada acogería sin juicio a la variedad de cuerpos humanos. Los vestidos de excursión. Las que sólo un par de horas antes cortaron la etiqueta al biquini estrella de esta temporada. Los que han tenido que reconocer que todavía viene bien una sudadera. Los que se pasean completamente desnudos y regios. Los pescadores recogiendo sus enigmáticos cachivaches. Los grupos de escolares que desoyen por tercera vez la orden del profe de ir poniendo rumbo hacia los autobuses. Los que fantasean con el aspecto que pudo tener la playa cuando las ruinas romanas que acaban de explorar estaban habitadas. Los que dejan caer un puñado de arena entre sus dedos de manera melodramática. Los que ponen una cara obvia de no somos nada. Los que merodean sospechosamente por las dunas embrionarias. Los que buscan la intimidad de los pinares. Los que suben la gran duna como si estuvieran cumpliendo una promesa. Los que la bajan rodando. Los que se imaginan en el desierto. Los que se resisten a marcharse. Los que están construyendo en su mente una de esas fotografías imborrables.

Con un último círculo abarcaría las sierras y las campiñas. Los escaladores y las vacas filósofas. Los hincos retorcidos de acebuche y las alpacas recién segadas. Los rodales de pasto brutalmente morados. Una guiri intentando captar una luz de un dorado que asusta en la cuneta de la estrecha carretera. Las casas de legalidad dudosa. La gente que, como yo, siempre gira la cabeza para ver una última vez la playa de Boloniao. Como si después de tanta contemplación y de tanto estudio, no supiera todavía que, vaya adonde vaya, forma parte de este hábitat.

6 comentarios:

  1. Aix... tienes una habilidad para transportarme que me haces entrar ganas de coger el coche e irme a todos esos rincones que nos cuentas, solo por disfrutar un momentito de esas vistas...

    Besitos.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. No, un momentito, nooo: tienes que empaparte, aprenderte con los pies las ruinas de Baelo, hincharte de choco y de atún encebollao, y comprobar que en las playas gaditanas uno se tuesta de una manera que tiende al dorado-Beyoncé.

      Me encantaría dedicarme a las crónicas de viaje. Ahí lo dejo.

      Más besos para ti.

      Eliminar
  2. Anónimo entre comillas28 mayo, 2013 22:36

    Andaba leyendo el tercer párrafo, orgullosamente asombrada y he pensado que hoy sólo quería decirte que me encantas, literalmente...

    ResponderEliminar
  3. Dedícate a las crónicas de viaje, please!, o a las crónicas, así en general.
    A mi también me encantas.
    Muas

    ResponderEliminar