martes, 30 de abril de 2013

Vicaria

Vuelvo a verte por fin, y me recuerdas más que nunca a la versión de ti que guardo de la primera vez. Estabas recién bajado de un autobús. Era verano, quizá, o quizá uno de esos meses con talento imitativo que merodean en torno al verano. A lo mejor mi memoria me engaña y no llevabas puesta una camiseta roja. A lo mejor la morenez de tu cara se ha convertido en un axioma tan firme que he olvidado que en su momento me sorprendiera. Lo que sí me sorprendió fue tu espalda. Porque era ancha. Flagrantemente más ancha que tu cintura. Me habían hablado tanto de ti, con un romanticismo tan velado. Habían pintado sobre tu nombre un personaje tan teñido de drama, que casi esperaba que fueras algo pajizo e impalpable. Todo lo contrario: tostado, rotundamente físico. Te estudié de refilón en el autobús urbano que nos llevaba de la estación a mi casa. Mirabas por las lunas, con una sonrisa ligera en la cara. Y tenías pinta de servir para la vendimia. Supe que tu cuadro iba a ser rápidamente restaurado, y que tu imagen iba a limpiarse de unas cuantas capas de añadidos barrocos. Así es como poco a poco se fue disolviendo el amigo de otra persona, y como apareció mi amigo.

Luego, a lo largo de estos años, te fuiste redondeando. Igual de moreno, igual de robusto, pero con el protagonismo de la espalda mitigado a nivel abdominal. El piso de un dormitorio que compraste se llenó con otra persona y un gato, y la vida doméstica te empezó a moldear. Y ahora que allí ya no te esperan ni gato ni persona; ahora que estás ardiendo, y que otra historia actúa en tu cuerpo como un by-pass gástrico, vuelvo a tener de frente al moreno de la camiseta roja y la espalda gallarda.

¿Y sabes una cosa? Te quiero siempre, lo que no deja de ser un triunfo sobre todos los meses que han de pasar hasta que al fin nos vemos, y ya que estamos, sobre el embate del tiempo en general. Pero te adoro enamorado. Cuando te ríes avergonzado de tu propia incontinencia. Cuando escondes la cara entre los brazos, y te conviertes en una colegiala. Cuando, con un candor que descuadra, me pides consejo para un bonito plan romántico. Entonces me cuesta poco imaginar que entre tu ombligo y el mío vuelve a tensarse un cordón umbilical. Y siento una especie de embarazo psicológico. Como si me dejase conducir hasta un estado de encandilamiento abstracto.

Ahora media Andalucía vuelve a separarnos, pero yo sigo nutriendo a mi pequeño embrión de arrobo. Me tumbo en el sofá, y pienso en recetas salpicadas de hierbas y frutas tropicales, y si no te mando por correo un seductor menú completo es porque madrugo demasiado como para no ser abducida por la siesta. Salgo a la calle, y mientras trato de adaptarme al torbellino del tráfico, sigo fantaseando con la idea de algún día prepararte una mesa para dos en el huerto de Estepona, donde los aguacates, con farolillos colgando de la carpa de sus ramas, y pan de aceitunas negras, y yo terminando vuestros platos arriba en la casa, con muchas menudencias, y muchas vinagretas y cosas crudas, y mucho mango.

Evoco también algunos de mis viejos y arbitrarios idilios. Vuelvo a rescatar trozos de historia censuradas con un espíritu de abrazo. Y miro con ternura a la idiota que se enamoraba hasta de los líquenes, de un brazo, de un solo rizo de una cabellera, de una autocaravana, de toda una ciudad proyectada sobre una figura flaca. Era nada más que humo y figuración y ganas de rebosarme. Y sin embargo, qué conmovedor. Porque los amores de mentirijilla me espoleaban de verdad, y me cincelaban de verdad, y me ponían en el camino de la persona que yo deseaba ser. Eso era. Me enamoraba de la idea de un hombre libre, y entonces mi vocación de libertad empezaba a apuntalarse. Mis ganas de querer fabricaban personajes imaginarios y completamente autogestionados que, sin embargo, me servían para salir de mí misma. Cómo me educaba para los encuentros que proyectaba. Cómo me instaba a ser menos tímida, más alegre y dispuesta. Con cuánto empeño trataba de convertirme en una persona digna de ser querida. Deseaba espejismos y construía futuro. Eso es lo que hacía.

Así que fíjate. Me has contaminado. Me he llevado pegada en la cara y en las manos parte de tu purpurina. Me he colocado como un camaleón encima de tu sentimiento, y me he vuelto roja y dorada. Me he devuelto parte del amor no tan estéril que alguna vez quemé. Y me ha parecido verte de nuevo por primera vez. Qué más puede ganarse con una historia ajena.

Eso contando con que alguna de tus historias pudiera resultarme a mí ajena.




8 comentarios:

  1. ¡Santo cielo!. ¡Qué cosa más bonita!. El destinatario morirá de amor.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Tienes una habilidad para dejar comentarios benditos, Laura.

      Eliminar
  2. lectoraadicta01 mayo, 2013 21:01

    ¡Quiero un amigo que sepa decirme esas cosas!.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. A lo mejor no lo (la) tienes tan lejos. Pero tú ¿eres capaz de decirlas?

      Eliminar
  3. Anónimo entre comillas01 mayo, 2013 23:05

    El amor nunca es estéril (creo).

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. El amor que se vuelca sobre una auténtica segunda persona, seguro que no. Pero el que sólo es un disfraz del ego propio, ¡ay!

      Eliminar
  4. Le doy vueltas al título. Misterio insondable la intención de un ser humano ... ¿Vicaria por casamentera o por la flor así llamada, que bien podría meterse entre las hojas de un libro prestado, como uno que yo me sé, por todo o por nada a la vez? Muero de amor (para ser más preciso, de amores). Es verdad que ya no me espera nadie, pero yo sí que espero muchas cosas. La vendimia.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. ¿Casamentera? Uf, que peoná. ¿La flor? Que se me caiga la cara de vergüenza, pero no, no la conozco.
      Mira:

      "Vicario: adj. Que tiene las veces, poder y facultades de otra persona o la sustituye."

      A mí me sirve para expresar una capacidad para sentir a costa de un corazón que no es el mío propio.

      Y luego me acuerdo de la Ecología de segundo de carrera y busco en el Google, y veo esto:

      "Vicariante: adj. Biol. Se dice de cada una de las especies vegetales o animales, que cumplen un determinado papel biológico en sendas áreas geográficas distantes, y son tan parecidas que solo difieren en detalles mínimos, por lo que suelen distinguirse únicamente por su localización".

      Y me río.

      Muchas cosas siguen esperándote.

      Eliminar