Me he acordado hoy de uno de esos
pensamientos de cuneta. Los llamo así porque florecen espléndida y
repentinamente, donde no te los esperas. Luego, con la misma
urgencia, se marchitan. Hará cosa más de un mes, en una sala de
cine. Quizás fuera la compañía, el hecho de tener a dos de las
personas más preciosas de mi vida a lado y lado. Quizás la
mansedumbre noble en la mirada del Jason Robards de La balada de
Cable Hogue, o la manera en que los paisajes desérticos del
western consiguen borrarme como una goma recién comprada la
conciencia de mí misma. El caso es que mi mano derecha cuelga del
brazo de la butaca, y yo me estoy reconciliando con ella. Y con todas
las heridas que tengo dispersas en islas o archipiélagos por la
cartografía completa de mi piel. Es un armisticio generalizado.
No. Cambio el símil. Es una comprensión
mía, y un perdón mío, también. La piel no ha suspendido sus
hostilidades; yo sí. Los dedos me arden como ramas de pino resinero,
y tengo en ellos una composición de estrías finas y húmedas que ni
en un cuadro de Jackson Pollock. Pero en ese momento, retrepada en mi
asiento, a oscuras, con el rostro tan iluminado como el de un niño
en el circo, mi mano, el resto de islas volcánicas y yo no somos ya
una entidad indisoluble. Las siento sin sentimiento, con la
objetividad de un aparato calibrado en laboratorio. Noto el picor
tolerable, los grados de más respecto a la frialdad de la punta de
los dedos, y un escozor como cuando de chica me caía patinando, y me
desollaba el codo o la rodilla, y no me quejaba demasiado, porque ir
en patines era uno de los primeros ochomiles escalados en mi vida.
Noto la molestia, no la exasperación. Las heridas están ahí, y
puedo soportarlas sin una sensación de derrota. Puedo aguantar
incluso más. Basta con que las deje palpitar, sin cuestionarme si
son justas o injustas, sin volverlas tremendas en mi búsqueda de la
curación definitiva. Si hay algún tipo de sabiduría dérmica, más
allá de la que un sol clemente sabe posarte en la piel, o de esas
caricias especialmente virtuosas, entonces yo la he alcanzado,
mientras veo otra vieja película de Peckimpah.
Quiero a este tipo como a un padrino. |
Y por qué me acuerdo de esto
precisamente ahora, os preguntaréis. Bueno, cambiad enfermedad de la
piel por perplejidad y tristeza, y entenderéis el tipo de sabiduría
al que hoy me encuentro opositando. Están ahí, las noto
perfectamente. Les he cedido unos centímetros cuadrados de mi
cuerpo. Tengo una mantilla fría de pena echada sobre los hombros.
Tengo la incapacidad de comprender a la gente arrugándome la ceja
derecha. No me hacen mucho mal, para ser sincera. No van a mantenerme
postrada. No me arrancarán, esta tarde al menos, ni una sola queja.
Porque puedo aguantar mucho más. Docenas
de mis ficciones amorosas terminaron naufragando, a veces antes de
que el primer hola auténtico fuera dicho; otras, con un adiós
especialmente helado; la mayoría, sin una sola palabra. Hace dos
años y medio que se suicidó mi tía. Desde entonces yo he seguido
parloteando sobre recortes y temporales. Sobre libros intrascendentes
y mudanzas. Así que mi supervivencia emocional está asegurada, por
muy claro que me resulte hoy el hecho de que hay tantas especies
humanas como personas pueblan el planeta. Con muchas de ellas, los
intercambios sólo rendirán criaturas estériles como asnos. Suerte
que hay algunas otras con los que podría cruzarme sin cansancio.
Podríamos, como los animalitos de Noé, crecer y multiplicarnos.
Yo intento volcar lo más florido de mi
energía en el reto de la expresión, pero eso no hace que el
entendimiento se vuelva cristalino a mi alrededor. Últimamente, de
hecho, es todo lo contrario. Pero soy capaz de vivir con ello. Y de
continuar escribiendo, a pesar de ello, por encima de ello.
Precisamente por ello.
Y es que la penita no se pasará al comprender. Probablemente después venga otra cosa. Pero creo que el antídoto de esas (pequeñas) penitas es la belleza que cada uno pueda aportar a su alrededor. Tu escritura, sin duda, es uno de tus aporte (no es peloteo de fans).
ResponderEliminarEsta es una reciente teoría de cuneta mía.
Besitos mil
Me hace mucho bien aplicármela hoy, Laura bonita, tu teoría. Precisamente hoy que me planteo la validez de mi aportación.
EliminarMil besos.
Tanto tiempo con ellos, y al final me entero que mi vida es casi entera un pensamiento de cuneta.
ResponderEliminarTened compasión y no me tiréis colillas encendidas.
Eh, Paco P., me encanta verte por aquí!!
Eliminar¿Sabes? Las colillas sólo prenden cuando los pastos y las cunetas están muy secos, y no creo que ese sea tu problema.
Vida mía,si estuviera a tu lado tendrías que soportarme mientras te cantaba:"...mi niña Lola, mi niña Lola, etc".
ResponderEliminarUltimamente es la canción del repertorio que más se repite en mi mente.
Ummm, yo que me preciaba de conocer todas tus cancioncillas. Me la debes para cuando nos veamos.
EliminarYO A-MO A MI MA-MI
Pues aquí estamos los que te entendemos y queremos.
ResponderEliminarY alguno más. Pero así es la vida, que es una frase muy socorrida.
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