jueves, 4 de abril de 2013

Tolerando

 
Me he acordado hoy de uno de esos pensamientos de cuneta. Los llamo así porque florecen espléndida y repentinamente, donde no te los esperas. Luego, con la misma urgencia, se marchitan. Hará cosa más de un mes, en una sala de cine. Quizás fuera la compañía, el hecho de tener a dos de las personas más preciosas de mi vida a lado y lado. Quizás la mansedumbre noble en la mirada del Jason Robards de La balada de Cable Hogue, o la manera en que los paisajes desérticos del western consiguen borrarme como una goma recién comprada la conciencia de mí misma. El caso es que mi mano derecha cuelga del brazo de la butaca, y yo me estoy reconciliando con ella. Y con todas las heridas que tengo dispersas en islas o archipiélagos por la cartografía completa de mi piel. Es un armisticio generalizado.

No. Cambio el símil. Es una comprensión mía, y un perdón mío, también. La piel no ha suspendido sus hostilidades; yo sí. Los dedos me arden como ramas de pino resinero, y tengo en ellos una composición de estrías finas y húmedas que ni en un cuadro de Jackson Pollock. Pero en ese momento, retrepada en mi asiento, a oscuras, con el rostro tan iluminado como el de un niño en el circo, mi mano, el resto de islas volcánicas y yo no somos ya una entidad indisoluble. Las siento sin sentimiento, con la objetividad de un aparato calibrado en laboratorio. Noto el picor tolerable, los grados de más respecto a la frialdad de la punta de los dedos, y un escozor como cuando de chica me caía patinando, y me desollaba el codo o la rodilla, y no me quejaba demasiado, porque ir en patines era uno de los primeros ochomiles escalados en mi vida. Noto la molestia, no la exasperación. Las heridas están ahí, y puedo soportarlas sin una sensación de derrota. Puedo aguantar incluso más. Basta con que las deje palpitar, sin cuestionarme si son justas o injustas, sin volverlas tremendas en mi búsqueda de la curación definitiva. Si hay algún tipo de sabiduría dérmica, más allá de la que un sol clemente sabe posarte en la piel, o de esas caricias especialmente virtuosas, entonces yo la he alcanzado, mientras veo otra vieja película de Peckimpah.

Quiero a este tipo como a un padrino.


Y por qué me acuerdo de esto precisamente ahora, os preguntaréis. Bueno, cambiad enfermedad de la piel por perplejidad y tristeza, y entenderéis el tipo de sabiduría al que hoy me encuentro opositando. Están ahí, las noto perfectamente. Les he cedido unos centímetros cuadrados de mi cuerpo. Tengo una mantilla fría de pena echada sobre los hombros. Tengo la incapacidad de comprender a la gente arrugándome la ceja derecha. No me hacen mucho mal, para ser sincera. No van a mantenerme postrada. No me arrancarán, esta tarde al menos, ni una sola queja.

Porque puedo aguantar mucho más. Docenas de mis ficciones amorosas terminaron naufragando, a veces antes de que el primer hola auténtico fuera dicho; otras, con un adiós especialmente helado; la mayoría, sin una sola palabra. Hace dos años y medio que se suicidó mi tía. Desde entonces yo he seguido parloteando sobre recortes y temporales. Sobre libros intrascendentes y mudanzas. Así que mi supervivencia emocional está asegurada, por muy claro que me resulte hoy el hecho de que hay tantas especies humanas como personas pueblan el planeta. Con muchas de ellas, los intercambios sólo rendirán criaturas estériles como asnos. Suerte que hay algunas otras con los que podría cruzarme sin cansancio. Podríamos, como los animalitos de Noé, crecer y multiplicarnos.

Yo intento volcar lo más florido de mi energía en el reto de la expresión, pero eso no hace que el entendimiento se vuelva cristalino a mi alrededor. Últimamente, de hecho, es todo lo contrario. Pero soy capaz de vivir con ello. Y de continuar escribiendo, a pesar de ello, por encima de ello. Precisamente por ello.

8 comentarios:

  1. Y es que la penita no se pasará al comprender. Probablemente después venga otra cosa. Pero creo que el antídoto de esas (pequeñas) penitas es la belleza que cada uno pueda aportar a su alrededor. Tu escritura, sin duda, es uno de tus aporte (no es peloteo de fans).
    Esta es una reciente teoría de cuneta mía.
    Besitos mil

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    1. Me hace mucho bien aplicármela hoy, Laura bonita, tu teoría. Precisamente hoy que me planteo la validez de mi aportación.

      Mil besos.

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  2. Tanto tiempo con ellos, y al final me entero que mi vida es casi entera un pensamiento de cuneta.

    Tened compasión y no me tiréis colillas encendidas.

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    1. Eh, Paco P., me encanta verte por aquí!!

      ¿Sabes? Las colillas sólo prenden cuando los pastos y las cunetas están muy secos, y no creo que ese sea tu problema.

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  3. Vida mía,si estuviera a tu lado tendrías que soportarme mientras te cantaba:"...mi niña Lola, mi niña Lola, etc".
    Ultimamente es la canción del repertorio que más se repite en mi mente.

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    1. Ummm, yo que me preciaba de conocer todas tus cancioncillas. Me la debes para cuando nos veamos.

      YO A-MO A MI MA-MI

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  4. Pues aquí estamos los que te entendemos y queremos.

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    1. Y alguno más. Pero así es la vida, que es una frase muy socorrida.

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