sábado, 27 de abril de 2013

Pasar lentamente

 
A él ver gente paseando le entusiama. A mí me ayuda a pasar el rato. Lleva su e-reader en la mochila, y podría estar una buena media hora riéndose entre dientes, mientras llena de iconos truculentos la pantalla del Line. Pero a pesar de este maquillaje de contemporaneidad, él es y será siempre un adicto al tontódromo. Yo me burlo un poco, le recuerdo su genética pueblerina, pero en realidad admiro ese dejarse arrastrar por la corriente humana. Porque a mí la gente me interesa. Ninguna duda al respecto. La Gente Me Interesa. Y, sin embargo, a veces me entra un poco de remordimiento, y también un poco de vértigo, al verla desfilar. Alguien entra por un extremo del escenario, como un figurante; sale por el lado opuesto, desaparece de mi vista. Y mientras, mi mente articula una palabra, una descripción de dos líneas, un apunte de historia en función de su aspecto o de su forma de andar. En el tiempo brevísimo que va a transcurrir hasta que me olvide del papel de Alguien en la obra, todo su ser y su riqueza encogerán de una manera quizás no muy honesta. Casi me siento una ladrona. Es como si le robase alguna menudencia de cuya falta nunca se dará cuenta. Una horquilla, un céntimo de euro, el billete de autobús apolillado que guarda en el bolsillo trasero de los vaqueros.

Pero me obligo a mirar. Por lealtad. Estoy aquí. En este banco precisamente, encallado en este trozo de tierra tendido junto al mar. El viento ha vuelto a despertarse irascible, y poco ha faltado para que su refunfuño se aliara con nuestros hermosos y complacientes hábitos sedentarios, y nos quitara las ganas de salir a caminar. Estoy aquí. Frente a este viento de páramo celta, y esta mañana que desdeña mi avidez solar, y mi propio pellizco en el estómago. También yo me he despertado rarita. Emocionalmente un poco descompuesta. Como un ordenador cargado de programas que no termina de arrancar. Lo fácil ahora sería hojear un libro. Leer un poco como quien se coloca una mascarilla de oxígeno. Practicar el sospechoso arte de la evasión. Pero no puedo dejar de oír ese mantra que no termino de creerme y que sin embargo funciona. Estoy aquí. Estoy aquí. Y no estoy sola. El aire que yo exhalo lo respira cualquier otra persona. Este descubrimiento idiota me incita a ser responsable. Miro a la gente con la esperanza de que la impresión de estar hurtándole se convierta poco a poco en un acto de cuidado. Ve en paz, chica de los patines. Id en paz, padres primerizos. Que este día oscuro no te desilusione, Klaus, Jürgen, o como te llames. Te darás cuenta de que, con este viento, las nubes viajan en AVE.

Entonces pasa. Si miras lo suficiente, siempre pasa. Pasa alguien, y es como si también pasara un trozo macizo de verdad. Material resistente a las interpretaciones personales. Imposible de caricaturizar. Dos mujeres. Una de ellas debe andar más cerca de los noventa que de los ochenta. La otra tiene rasgos sudamericanos, y tanta expresividad en la mirada como una escultura maya. La primera apoya un bracito frágil en la segunda. Da pasos muy cortos, muy encogidos, desafinados. El pie derecho puntea, el izquierdo se arrastra. Todo el lado izquierdo, de hecho, parece un gurruño bajo la coqueta gabardina de entretiempo que ella ha debido de elegir, y que alguien se ha encargado de colocarle. Un pasito tras otro tras otro, subida como un jinete, más que colgada, sobre el brazo de la más joven. Que se ha visto obligada a adaptar sus pasos, claro. Cada una de sus deportivas fucsias es más larga que un paso completo de la apopléjica. Por debajo de su máscara está a punto de asomar una mueca de agobio. Porque tiene pinta de ser de esas mujeres que se han olvidado de andar sin premura. Son como leones enjaulados, sus dos zapatillas fucsia.

Las sigo, esta vez por un lapso de tiempo obligatoriamente más largo. Las custodio con la mirada. La joven puede que vaya pensando en deudas y en menús de emergencia. La vieja lleva una gorrita a cuadros y unas zapatillas deportivas nuevas, del color de los aguacates. No sabe que hoy nos está adiestrando. A la chica que la cuida. A mí que quiero cuidarla en la distancia. Es un método de entrenamiento, su paso mínimo y obstinado. Un espejo. Todos, con mucha suerte, terminaremos andando al mismo ritmo cansino. Así que para qué apresurarse. Más vale llegar habituado a la lentitud, y luego al colapso.

A veces miro, y en vez de robar, me parece estar recibiendo regalos.

5 comentarios:

  1. Es toda una virtud, saber mirar.

    Un beso, pequeña.

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    1. Y como toda virtud, requiere amor y entrenamiento. En ello estamos.

      Un beso, bonita. (Me gusta que me digas pequeña a niveles sonrojantes)

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  2. La moraleja del post es admirable-muy emotivo el último párrafo-, lo difícil es pasar de la teoría, a la práctica.
    Un beso.

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    1. No-no-no. A ver. Dame una F.Dame una A. Dame una C. Dame una I. Dame una L. ¡¡¡Faaaaaciiiil!!

      Tienes ojos, ¿no? Pues sólo tienes que usarlos.

      Otro beso para ti.

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  3. Puntualizo, la moraleja del último párrafo.

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