Yo lo que quiero es escribir un relato.
Poner el ordenador sobre la mesa, sentarme en una silla como las
personas normales, y respirar con obcecación de parturienta. Así
hasta que me salgan al menos dos personajes no demasiado abstractos
ni calculados, que resuelvan algún nudo vital como buenamente les
salga.
Aunque en realidad lo que me gustaría es
escribir una novela de quinientas páginas, vivida por alguien que de
mí sólo conserve, si acaso, un ligero recuerdo del olor que tengo
por debajo del champú y la crema hidratante. Me gustaría escarbar
el aire con una uña, y abrir en él una mirilla por la que espiar
historias que ahora mismo están sucediendo en otras realidades. En
serio, sería bonito: construir alguna vez una casa, en lugar de
estas pajaritas de papel cotidianas. Bucear en busca de peces
fosforescentes, y luego subir a la superficie, y esperar unos
minutos antes de recordar de mi nombre. Vivir un carnaval perpetuo.
Todas esas atildadas metáforas que se resumen limpiamente en el
verbo crear.
Me gustaría, pero mi propia vida me
asedia con dulzura. Me mira igual que la perra Bola cuando tiene la
cabezota de osa parda apoyada en el suelo, entre las manos. Esa
mirada que a la vez tolera y suplica. Yo, por mi parte, miro a la
derecha, y veo un cielo enjuagado cien veces en lejía, y la copa del
acebuche y el derroche tropical de los aguacates de la parcela
vecina. Miro a la izquierda, y veo las tejas a medio desmigar del
transformador donde a veces se posa un cernícalo; y las higueras que
hacen amigos en septiembre; y la columna blanca del porche alrededor
de la cual giran mis vacaciones de verano, mi media hora de lectura
después del desayuno, mis noches alcoholizadas por los jazmines.
Veo todo eso, y mi afán narrativo se
queda en un monosílabo. El ajetreo conspirador del huerto. Sí. El
búnker de las semillas veladas. Sí. Su paciencia prodigiosa. Sí.
Ese aguardar, aguardar, a lo mejor desde los tiempos de mi abuelo, a
que la combinación infinitesimal de luz, humedad, temperatura y
tiempo sea exactamente la adecuada para germinar. Sí. La voluntad
inquebrantable de los seres vegetales. Sí. El tronco hendido del
peral, medio podrido, surcado de galerías y mierda serrinosa de
bichos, en contraste con la insolencia de sus hojas nuevas y de su
floración. Sí. Sabe dios si será la última. Sí. Saber uno
morirse de esa manera resplandeciente. Sí. El jopo de las habas cuya
existencia desconocía hasta esta misma tarde. Sí. Comprender uno
más de esos conflictos mudos que ocurren en paralelo impasible a los
conflictos humanos. Sí. Ver esa cabeza hirsuta, rojiza, rompiendo
inocentemente la tierra, y a partir de ahora conocer que sus raíces
han invadido las de las habas y están parasitando su savia. Sí. La
agresividad sin ruido ni aspavientos. Sí. Los ladridos agudos del
caniche de nuestra vecina de huerto. Sí. El marido fumigando
fungicida por entre las patatas empapadas; el hijo escardando; la
madre componiendo un primoroso ramo de acelgas como para una novia.
Sí. Esas semillas de campesino que esperan latentes, también, en el
núcleo encriptado de mis células. Sí. Un nexo mudo y parásito con
los abuelos de los abuelos de mis abuelos. Sí. Mis ganas de brotar
igual que esta biblioteca de hierbas. Sí. Meter la nariz entre los
azahares y aspirar hasta que los pulmones se me pongan blancos. Sí.
Seguir contando con orgullo estos microrrelatos primaverales. Sí.
Echar mis pajaritas de papel al cielo y verlas volar. Sí.
Sí |
P.D.
Ayer empezó abril, y con él, el reto mensual dedicado al huerto.
Este tostoncillo neohippy es mi manera de inaugurarlo, ya que me han
faltado horas en el día para doblar el espinazo.
Qué bonito. ¡Qué bonito!
ResponderEliminarGracias. ¡Gracias!
Eliminar(No te lo digo todo lo a menudo que mereces: me gustas ciento, Gordi)
Podría animarte a que te pusieras manos a la obra; seguro que podrías dar a luz un estupendo relato o esa novela de quinientas páginas igual que una casa, pero ¿no es mejor dejarse vencer en ese asedio dulce de la vida?
ResponderEliminar¡Qué grata sorpresa ver a Adán en su paraiso!
Adán y su escudero Robin, detrás de la escalera.
EliminarEse tipo de asedios te limpian de complejos.
Nunca pude conseguir terminar la carrera de arquitectura pero siguió en la fábrica de su padre y ahora todas las casas que se hacen tienen sus ladrillos.
ResponderEliminarOohhh.
EliminarOooohhh.
Gracias por el microguiño.
No sé si esa novela tendría más interes que lo que nos cuentas actualmente.
ResponderEliminarBesos.
Eso que me dices es muy gonito. Que lo sepas.
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