martes, 23 de abril de 2013

Hace hoy diez años

 
Era tan pequeña yo, tan anormalmente cría. Aún con ese ramalazo hipertrofiado de adolescencia. Tan amorfa, en realidad. No en el sentido pozí del término, sino en su más pura literalidad. No tenía forma ninguna, más allá de mis frondosas caderas de antaño. Era un borrón de persona, un pedazo de cera. Y no comprendo cómo es que no me derretí al primer golpe de acción.

La edad no me ofrece coartadas. En Níger, una mujer con los años que tenía yo entonces habría parido por lo menos siete veces temerarias. El mito de la universidad como escuela de madurez había muerto ya con las primeras canciones subnormales de la movida. Allí no aprendí a reflexionar, ni a proyectar mi futuro, ni a tomar decisiones que se salieran del marco de una autoridad social o cultural, ni a convivir. Vale que compartí piso. Valé que pasé noches sin dormir. Vale que al día siguiente no necesitaba repasar los apuntes inmediatamente antes de entrar en un examen. Pero dentro de mi escultural cuerpo de siciliana gimoteaba todavía una criatura de trece años.

Y allí me presenté yo, tan chica, en Cádiz. Me bajé del autobús con una bolsa de viaje flaca, un par de bragas, un par de camisetas, el neceser y una libreta. Dormí en un hostal de la calle San Francisco que incitaba al suicidio; garabateé unos cuantos apuntes. Escribí en abstracto sobre la risa y el tiempo, en esa habitación a la que no llegaba el olor porno del mar, por la simple razón de que carecía de ventanas. Renové mis votos matrimoniales con la ciudad, sin darme siquiera un garbeo por sus calles o por sus arenas caleteras. Empecé a anotar una carta a un viejo amor platónico con el que por entonces mantenía una descabellada correspondencia. Estaba llena de futuro, y a mí no se me ocurría otra que echar mano de sentimientos rancios. Era muy pequeña, sí. Muy romántica.

Y muy poco práctica. Al día siguiente no me despertó el sol jaranero del Cercano Oeste, porque ya hemos quedado que aquel cuarto era el reino de Hades, sino mi propia vocación de puntualidad. Por fin empezaba a estar un poco excitada. Pagué, salí temprano, jactándome casi ante el recepcionista de que jamás volvería a poner los pies en otro cuchitril mugriento como el que dejaba, porque faltaban pocas horas para que empezara a arreglar mi primer nido propio. De camino a mi destino por la parte de tierra, me bebí la piedra ostionera de las fachadas, hasta que las pupilas se me pusieron color de miel. Me fijaba en los balcones blancos de la ciudad vieja, como un gañán de caseta de feria en Copacabana. Iba a hacer mío cualquiera de ellos. Luego salí al mar, y le dije tú espérate ahí, que ahora mismo salgo de hacer el mandado. Me metí en la Delegación con la obtusa conciencia de estar empezando a ser alguien. Y nada más en el equipaje.

No se me había ocurrido, como a cualquier Homo sapiens con las fontanelas soldadas, llamar con anterioridad para informarme de en qué punto exacto del atlas caía la plaza que estaba a punto de tomar en posesión. Había rellenado mis primeros papeles administrativos con un montón de códigos numéricos que debían de traducirse en destinos físicos concretos. Pero a mí tanta matemática me dio permiso para fantasear. Iba a vivir en Cádiz. Claro. Qué importaba que mi destino fuera el Campo de Gibraltar. ¿Acaso no tenía un carnet de conducir intacto? A lo mejor en Tarifa. ¿Demasiado viento, quizás? Adjudicado: en La Viña. O en el Mentidero. Qué cara de congrio se me quedó cuando me dijeron que llevaban unos días esperándome en Jimena. ¿Donde? En Jimena. ¿De qué? De la Frontera. ¿En la frontera, en la frontera? ¿Dónde queda eso? Ajá. ¿En la frontera del mundo habitado, quizás?

Pocas horas después. Compungida como Calimero. Arrastrando mi bolsa todavía más flaca, saqueada de ficciones. La estación de autobuses de Algeciras no es el lugar más prometedor para poner la proa rumbo a un Nuevo Mundo. Demasiada baba de gasoil en las aceras. Demasiada soledad. Hace diez años no había whatsapp, ni el teléfono móvil era una extensión periférica del cerebro. No podía agarrarme a ningún cordón umbilical. Tenía que empezar a resolver las primeras cuestiones prácticas. Sola. Buscar dónde pasar la primera noche. Sola. Qué cenar. Sola. Me recuerdo ahora sentada en la coqueta estación de tren de Jimena. El hostal quedaba a unos pasos, y no había otro sitio por donde deambular. Un lugar de juguete con macetas de geranio a ras de vías. Llegó un tren de Ronda, paró un instante, sólo se bajó una persona. Arrancó de nuevo la máquina, siguió el trayecto hasta Algeciras. Yo seguí sentada en el andén. Y entonces me asomé por fin al acantilado del futuro. ¿Sería capaz esta vez de resistir un nuevo embate de silencio? ¿Aguantaría la soledad?

Si hoy me subiera al tren que lleva a Algeciras, como a veces proyecto, y desde la ventanilla viera a una chica sola esperando a nadie o a demasiadas cosas en el andén, quizás me bajaría. Me sentaría a su lado, y encontraría la manera de decirle que la soledad se hace fuerte cuando la nombras. Le señalaría con arrobo los abejarucos de la campiña y los bosques, y le pronosticaría futuras nostalgias. Le hablaría de la función del desamparo como molde vital. Quizás entendiera al final que uno llega a ser lo que aprende a construir con su soledad.

17 comentarios:

  1. Muy buena la última frase.
    Texto embriagador.
    Un saludo.

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    1. Muchas gracias, señor Kovacs.
      La palabra "embriagador" embriaga a los egos vacilantes.
      Saludos redoblados

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  2. Niña... hoy me quito el sombrero.

    Tantas, tantas veces habré pensado en las cosas que le diría a esa muchacha que una vez fui si me la encontraase...

    Un beso, preciosaa, uno grande grande.

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    1. Como dice Laura ahí abajo, es un ejercicio muuuy bueno el de charlar compasivamente con nuestros personajes pasados.

      Otro del mismo tamaño para ti. O más.

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  3. Precioso el final.
    Son realmente terapéuticas estas prácticas de hablarle a tu YO del pasado.
    Espero que haya cambiado el sabor cuando recuerdes Jimena (no me queda muy claro cuando leo tus post). A mi Jimena me recuerda a los veranos de verdad, a risas y a paisaje. A Javier Ruibal. A Mariajo y a tí.
    Besillos!

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    1. Ay, Lauris, que mo te confundan los ingredientes del plato. Si notas un sabor agridulce, la culpa no es del espacio, sino de la manera en que lo desaproveche y me di por vencida desde esa primera tarde en la estación. Ahora recuerdo el lugar, y me caen lagrimones verdes. Y aquel verano fue la amistad.

      Gracias por recordarlo también así. Um besazo.

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  4. ¡Amiguita que callado te tenías tu debilidad por los gañanes!.

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  5. Mi pobre Calimera.Te quiero.

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  6. Por favor, dónde están los iconos del WhatsApp cuando se los necesita? Cómo expreso gráficamente mi sorpresa radical? Pero dónde has leído tú esa debilidad, criatura? Me refería a los balcones! !! La clave es la preposición "como"!!!

    Un beso de amor

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  7. Ja,ja,ja, era una broma,guapa.

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  8. Anónimo entre comillas25 abril, 2013 21:56

    Parece que a más de una nos has puesto frente a la muchacha que una vez fuimos, muy solas, de la mano de nuestra maleta (o mochila, tú). Mi sorpresa cuando vi un indicador: "Portugal, 12 kilómetros". Fronteras.

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  9. Parece que también hemos compartido esa sensación de dormir una noche en Cádiz en un sitio que no llega ni a tener nombre, aunque por razones bien distintas. Lo peligroso de buscar un faro que te guíe es encontrarlo demasiado tarde, cuando ya has encallado. Un beso, escritora. DJ

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    1. ¿Y tú eres el que dice que no sabe escribir? La frase del faro ha estado a punto de sumergirme en una melancolía traicionera.

      "No es la luz; lo que importa, en verdad, son los cuatro segundos de oscuridad". Jorge Drexler, cantando sobre faros.

      Un beso, claro.

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  10. Bonito lugar Jimena... Pedazos de recuerdos prima querida... Eres un hacha egcribiendo, siempre.

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