domingo, 10 de marzo de 2013

Es sangre. Es humano.

 
¿Que por qué cuento, Madrede, con que alguien no obligado por el ADN pueda interesarse por mis vicisitudes menstruales? Bueno, ¿por qué no? Este no es un blog especializado en trucos de bricolaje, ni en monas que se visten de seda, ni en dietas milagro. Aquí hablo de lo que me pasa, y de lo que, joder, no me pasa nunca; de lo que me pasó y de aquello por encima de lo que pasé; de lo que ojalá me pase y de lo que no, eso sí que nunca va a volver a pasarme. Y tengo la todavía trémula confianza de que si algunas personas hacen un huequito en su tiempo para colocar un ojo en esta mirilla de mi vida, es porque, de alguna manera que me sigue perturbando, les interesa las conjugaciones que hago del verbo “pasar”.

Y resulta que una de las cosas que me pasan es que soy un ser humano con fuerzas y flaquezas variables. Y también me pasa que soy un mamífero con instintos y hambre y necesidad de cobijo, y un ser vivo que intercambiará materia y gases con su medio hasta el mismo momento en que su cuerpo se deshaga, y todavía después. Porque tengo un cuerpo, Madrede. No, espera. Soy un cuerpo, este cuerpo, y aquello de lo que me alimento abastece tanto la fábrica de abstracciones como el resto de glándulas. La memoria de mis años de infancia y mi bienestar intestinal están al mismo nivel en mi escala de valores existenciales. Y todo está acoplado. Si alguna frustración me crispa, el engarce de las mandíbulas se encalla. Si la piel da uno de sus golpes de estado, bueno, entonces mi esfera de intereses se jibariza hasta alcanzar el tamaño de una cabeza de alfiler. Puede que te parezca una burrada escatológica, pero lo cierto es que la excreción me construye igual que la literatura. El trabajo de mis pulmones me explica. Mi musculatura me demuestra. Y la huelga de mis hormonas me trastorna aún más que su ritmo de trabajo habitual.

Así que, si mis ovarios o mi hipófisis o lo que sea que dirige mi ciclo menstrual, se toman unas vacaciones, a mí me atañe, no sólo como objeto pasivo y sufriente, sino también como corresponsal de una experiencia en la que pudiera verse reflejada, y entonces consolada, cualquiera. Cualquiera que sangre mes tras mes tras mes, y que de repente ya no, y entonces qué. Cualquiera que necesite leer lo que le va a pasar en el cuerpo si sigue al pie de la letra las instrucciones de su médico de cabecera. Cualquiera, tenga o no útero, que esté a punto de decidir que hasta aquí hemos llegado de medicamentos, y que todavía no se atreva. Cualquiera que se vea en la tesitura de tener que enfrentarse a un colapso físico. Cualquiera que se vea en la obligación de asimilar que las cosas del cuerpo funcionan hasta que dejan de funcionar. Cualquiera, achacoso o rebosante de salud, que se interese mínimamente por el catálogo completo de peripecias humanas.

Voy a acabar con una pequeño secreto. A mí el suceso de la menstruación me golpeó en mis partes psíquicas más blandas. No recuerdo muy bien aquello. Sólo sé que revelarte la llegada de mi primera regla no me costó tanto como adaptarme a la instauración definitiva de una rutina mensual que debía ceñirse al ámbito de la más absoluta intimidad. Cada mes sufría terrores de vergüenza. Cada vez que me cambiaba de compresa, escondía la sucia en lo más hondo del cubo de basura. Cada vez que el paquete se quedaba vacío y tenía que pedirte que compraras uno, me moría. Así que si ahora le cuento al lucero del alba lo que mis bragas cuentan de mi salud física y mental, imagina hasta qué punto ha sido provechoso mi largo proceso de maduración. E imagina también el bochorno que me hubiera ahorrado si no hubiera considerado tabú todo lo que pasa en el cuarto de baño.

6 comentarios:

  1. Buah Silvia, parece mentira pero me llegas un montón.
    Los tabús entorno a la regla son un verdadero asco que traumatiza a más de una cría. Yo recuerdo el hecho de tener que decírselo a mi padre (no había progenitor femenino al que acudir) como algo súper traumático, el "¿cómo se lo digo?"... Y los cuentos de vieja son lo peor: que si no te puedes bañar, que si te metes en el agua se te cortará y te puedes morir...
    Sí, es la consecuencia de que nuestra especie pueda reproducirse pero se ve como algo sucio, como algo que denota la maldad de la mujer (tal como lo escribo empiezo a pensar de manera furibunda en determinadas creencias religiosas y su misogínia).
    Y sí, también entiendo, lo que es como decías hace días ir al baño como esperando que sucede el segundo advenimiento en tus bragas y la decepción que supone que sigan impolutas.
    Ay la regla! Dichoso fenómeno!

    Un beso bonita, me has hecho sonreír.

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    1. Lo que parece mentira es que la especie sea incapaz todavía de arrancarse el bicho malo de la misoginia.

      Eh, me has dado una idea para mi epitafio: Aquí yace Silvia L. Rio mucho, y a veces consiguió hacer sonreír.

      Besazo!

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  2. Con cuatro hermanas a mi se me quitó la vergüenza de ir a comprar compresas antes de los doce. Luego me dio con los condones pero esa es otra historia.

    (Por cierto, tu blog si que duda que yo sea humano, serán las alas, el caso es que me pide que introduzca números y palabros absurdos y la mayoría de las veces hay que repetirlas. Precisamente eso me hace muy, muy humano. Fallo más que una escopeta de caña.)

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    1. Jope, alado Bubo, mañana mismo quito al detector de robots malvados, a ver si es posible que el blog se me haya curado de la infección del spam.

      Cuatro hermanas?!! Yo sólo tengo una, y por eso puedo decir: eres un héroe, macho.

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