He
vuelto a ver esta tarde aquella película que entonces dijimos que
nos había gustado. ¿Te acuerdas? No, claro que no te acuerdas, pero
yo sí que me acuerdo aún de cómo se escriben estas viejas cartas
de evocación y distancia, y no he podido evitar que se me colara la
coletilla. La película. Pues no hacía ni tres horas desde que te
habías empeñado en dejar de ser un desconocido. Me detuviste por la
calle, de eso sí tienes que acordarte, y me llevaste a una terraza
con vistas al río, y con esa música entre minimalista y trastornada
que a ti te gustaba, con pufs de plástico transparente, y demasiado
verano en el aire. Y luego deshicimos andando el camino que antes
habíamos hecho en taxi, y me acompañaste hasta el hotel, y entonces
yo te acompañé en el empeño de no decirnos adiós todavía. Nos
sentamos en unos escalones, y cada uno siguió rastreando pistas en
el otro, en las miradas, en el perfil, en las palabras, para
encontrar la solución al enigma de la noche: si nos separaríamos
con un par de besos y el compromiso no tan firme de saludarnos algún
día por el Messenger, o si todo sería mucho más caótico y
memorable.
Entonces
yo mencioné el título de aquella película, y a ti se te aflojó el
cuerpo, y mientras decías con alivio que sí, me ofreciste la
versión no censurada de tu sonrisa. Era como si hubieras encontrado
por fin la solución, como si acabases de descubrir que la película
trataba de nosotros. ¿Y sabes qué? Desde ese momento se convirtió
para mí en una especie de leyenda propia, en el guión aproximado de
la primera parte de nuestra historia. Recordaba el título, o lo leía
en algún sitio, y volvía a oler así el aroma como de isla en medio
de un aeropuerto de la noche en que nos conocimos. Luego rodamos una
segunda, y hasta una tercera parte, y como siempre sucede en el cine,
nos defraudamos.
Pero
mira lo que te digo ahora: la película no era para tanto. Una pareja
improbable que se encuentra en medio de una selva de incomunicación
y parálisis, y se separa con un abrazo. Una historia plana y vulgar
acerca de los oasis fugaces que nos rescatan brevemente del desierto
cotidiano. Los protagonistas tienen menos química que la atmósfera
de Mercurio, y en el estado de estancamiento en que ambos se
encuentran, podrían ponerle ojitos tiernos hasta a una patata. Vaya
que si hablaba de nosotros, la dichosa película. Nada más
terminarla esta tarde, me di cuenta de hasta qué punto la vi por
primera vez con los ojos enrojecidos de mi soledad. Y de lo ordinario
y lo amable y lo perfectamente olvidable que hubiese resultado
nuestro encuentro si yo no hubiera sido la indigente de amor que
entonces era. Ojalá no hubiéramos sido tan lerdos como para obviar
el final de la película. Ojalá nos hubiéramos despedido para
siempre con ese mismo abrazo.
(La música, lo mejor)
Yo la vi porque todo el mundo hablaba de ella y pensé: vaya fiesta que me estoy perdiendo. Después la vi y me pareció un mojón. Algo así como el Twitter.
ResponderEliminarAl menos parece que en Twitter de vez en cuando alguien dice algo gracioso, pero la peli en cuestión da tanta risa como los chistes de Jaimito.
EliminarHace un par de días hablaban de ella, creo que en nuestro familiar Saber y Ganar y le decía yo a M. que debo ser la única persona a la que no le gustó nada. Parece que no fue así. Vamos, que hasta me exasperó, cosa que no me ocurre nunca; no suelo traspasar la barrera del aburrimiento hasta ese grado.
ResponderEliminarCreía recordar que tú sí habías captado lo que a mí se me debió escapar, pero ahora veo que has dado con lo que me resultó el mayor punto flaco: la falta de química entre el desagradable Bill Murray y la Johansson.
No capté más que vibraciones de autocompasión, queridita. Mr. Murray y una escoba, primos carnales.
EliminarMira que eres capaz de construir frases hermosas!
ResponderEliminarMe encanta el último párrafo.
Un beso.
Muamua, besito, besito. Gracias, gracias.
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