domingo, 17 de marzo de 2013

Encontrar un águila


Salgo del coche baldada, como si toda la sangre del cuerpo se me hubiera vuelto morcilla. Llevamos toda la mañana haciendo eso, saliendo del coche, entrando de nuevo, y entre medias, recorriendo las riberas de un par de ríos, por si acaso hubiera pescadores furtivos. Mi compañero se ha levantado hoy coercitivo, y se ha propuesto denunciar todo lo que se desvíe mínimamente de la legalidad. Yo me he levantado medio muerta, y me conformo con la propuesta mucho más humilde de conseguir respirar sin que me duela.

En realidad las agujetas son una especie de guía espiritual, o el equivalente amable, en contraste con las enfermedades, a ese siervo que se colocaba a la vera del general romano que entraba victorioso en la ciudad, y le ponía un cenizo memento mori en una oreja reblandecida ya por las alabanzas. Las agujetas generalizadas, por los hombros, por las corvas, por la planta del pie, por las pestañas, por el músculo de escribir también, estas regias agujetas que me han regalado a modo de bienvenida en el gimnasio, me recuerdan, todavía más, que ya puedo tener yo santos o asesinos viviendo dentro de mi cabeza; ya puedo soñar con oler las hierbas de Mongolia o la nuca morena de un hombre al que quise mucho y no he vuelto a ver jamás; ya puedo adornar como quiera mis paisajes mentales, que sin cuerpo, sin este cuerpo que hoy se expresa a través del dolor punzante, no soy nadie. Son una puta sinfonía de gatos maullantes, mis agujetas.

Pero salgo del coche, intentando aplacar mis instintos homicidas, porque lo único que quiero es quedarme un ratito dentro, dormida. Hace mucho que eso no pasa, y entonces, a santo de qué el nombre de este blog. Salgo, porque no quiero que a mi compañero le empiece a picar en las sienes su aura de incomparable profesionalidad. Y aunque el simple gesto de abrir la puerta del coche ya me hace sentir una campeona paralímpica, echo el resto montando el catalejo. Sé qué cara tengo mientras lo hago: soy Gary Cooper en la escena más famosa de Solo ante el peligro. Elegante, impertérrita, ocultando virtuosamente mis ganas de dormir y de matar. Extiendo las patas de mantis del soporte, coloco encima el aparato, y pego a la lente un ojo también acosado por las agujetas. Me tapo el otro ojo, porque ya es un clásico el hecho de que no sé guiñar, y como una heroína de la ornitología, me las apaño para desplazar, con no sé bien qué muñón, mi campo de visión a lo largo de la pared rocosa. A veces, y más que nunca cuando he dormido tan mal como lo hice anoche, todo me importa tan poquísimo que me conformo con cualquier cosa.

La pared oxidada, abollada, encrespada, no se ve bonita con tantos aumentos. A mí siempre me recuerda a una de esas imágenes poco pudorosas que muestran los entresijos de las válvulas del estómago abriéndose y cerrándose, las vellosidades intestinales, la pleura hecha unos andrajos, qué guarrería, la pleura. Todo eso que funciona perfectamente a oscuras y que no debería ser enseñado. Paseo mi ojo por la roca, como un ingeniero de Cabo Cañaveral que siguiese, comodón y envidioso, las evoluciones del astronauta en su nave. Como si la cosa no fuera del todo conmigo. Como si en vez de en lugar bello y sereno del campo, reventón ya de jaramagos, estuviese en las tripas del metro a la hora punta, viendo pasar apenas fogonazos de gente corriendo, una orgía de figuras desdibujadas.

Y entonces la veo, individualizándose contra la masa de piedra, al águila posada. Está muy lejos, lo que no me impide imaginar que ella me devuelve la mirada que le dirijo a través del catalejo. Es un flechazo en toda regla. Y cuando uno se enamora de esa manera ciega y gratuita, al principio siempre se cree que la cosa funciona en las dos direcciones. Nos miramos. Ella me abarca. Yo me maravillo. Cuánto tiempo llevaba ahí plantada, a lo mejor observando socarronamente mis movimientos de robot encasquillado. Cuántos esferas de vitalidad que pasan desapercibidas. Yo miraba y miraba la pared, con los ojos desnudos, con el catalejo, y no había nada. Y ahora veo al águila, y todo un poema épico de migraciones y merodeos y vuelos nupciales y presas desgarradas y crías imperiosas, empìeza a desplegarse sobre el telón de piedra, como en uno de esos espectáculos modernos de luz y sonido que se proyectan sobre la fachada de un edificio.

Y esa sorpresa de intuir de repente un mundo que antes ni siquiera existía, y de sentirme incluida en el mismo, me recuerda que en algún rincón remoto de mi cerebro debe de conservarse todavía el olvidado arrebato de cuando entendí la primera palabra de mi vida. Y me arregla así una jornada que estaba marcada por los tahures del sopor y la apatía.

8 comentarios:

  1. Eres tan increíblemente incréible cuando sacas ese ojo mágico que tienes... en serio, niña, me fascina cómo eres capaz de explicar esas sensaciones. Cuando yo intento explicar esos momentos me sale algo ñoño que mejor decido borrar, pero tú lo haces tan bonito...

    Al margen de eso te doy la razón en dos cosas:
    primera, las agujetas te recuerdan que necesitas tu cuerpo, descubres la cantidad de músculos que se requieren para cualquier tarea vanal, ¿a que sí? A menudo descubres incluso músculos cuya existencia desconocías.
    Segunda, por dentro somos feos de narices! Dejen que nuestros órganos internos funcionen en su intimidad. Recuerdo una prueba médica que me hicieron completamente sedada, pero en el último minuto me despertaron y vi cierta parte interna y pensé "Dios!Eso está dentro de mí?!!!" (el colocón anestésico también ayudó a incrementar el susto).

    Un besito, S.

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    1. Jo, tardo tanto en responder los comentarios que dudo que puedas hacerte una idea de cómo recibo tus frases tan dulces, cómo me las guardo en el bolsillo izquierdo de la camisa, cuánta compañía me hacen, y cuánto calor me regalan. Muchas, muchas gracias. (Pero te he leído muchas sensaciones de intimidad, y no he encontrado ni una ñoñería)

      Yo, en cambio, soy una morbosa de tres pares, y siempre que he podido he mirado al indiscreto monitor. Te coloca en tu sitio también, el cabrón.

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    2. Ay qué mona!!!! Jo, me encanta... (pero qué tonta soy!).

      Que no? Porque lo verdaderamente ñoño lo reservo solo para mis ojos horrorizados ;)

      Ah sí! Yo también miro, maldito morbo... pero que no, que mejor dejémosles trabajar a oscuras en su hábitat natural.

      Un besito!

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  2. Y aunque uno sea más grande, más voluminoso que un águila, se le queda esa sensación de ser tan poquita cosa...

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    1. Exactamente eso, Bubo. Son esos ojos limpios, esos vuelos.

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  3. Anónimo entre comillas18 marzo, 2013 23:32

    Querida Silvia, esta noche sólo se me ocurre decirte gracias.
    Así que, gracias.

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    1. ¿Cómo que "sólo"? Gracias es una de las palabras más bonitas de nuestro vocabulario.

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  4. QUÉ BONITO!!!!! (Maldita sea, ¿no hay ninguna opción en blogger para poner letras tamaño pancarta?)
    Joter, joter, cómo describes, Sila.

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