No es
sólo por el comentario al post de anteayer de ese troll llamado
Madrede. Ya llevaba unos días queriendo desmadejar la palabra
intimidad. Concretamente, desde el sábado pasado.
Estábamos
Jose y yo debajo de un quejigo, peleándonos con las esquivas
caballitas de nuestros bocatas. Comíamos enroscados como armadillos,
la espalda redonda, el abrigo sufriendo la amenaza constante de un
goterón de aceite, los pies palpitantes. Jugando a Robinsones,
habíamos decidido que en aquella curva concreta del camino, debajo
de aquel árbol, podríamos estar algo más refugiados de los
guantazos del Levante. Pero cuando un viento se pone así de cafre,
así de presumido, lo único que se puede hacer es agachar la cabeza
y aguantar su perorata. Las ramas del quejigo se abrían como
abanicos, las nubes asomaban por entre sus dedos abiertos, y bajo las
nubes, los buitres surfeaban el cielo y nos curioseaban. Conozco a
los buitres como si fueran mis primos. No hay que guardarles ningún
recelo.
Recuerdo
esos detalles, pero no cómo surgió el tema de lo que enseño en el
blog. Jose dijo: yo no podría poner a disposición de cualquiera
toda mi intimidad, como tú haces. Yo dije, intentando contener a
mis caballas: para empezar, si contase lo que no cuento, no me
reconocerías ni tú. Y para empezar otra vez ¿qué tiene de malo?
Él vaciló: bueno, a mí ni siquiera me saldría naturalmente,
pero si me saliese, tampoco. No sé, es... enfermizo. Que alguien del
que sabes poco o nada tenga tanta información sobre ti. Y yo,
que ya estaba probando el gusto a humus que se le había quedado
adherido al trozo de pez que acababa de recoger de entre la
hojarasca, y que por eso no andaba muy concentrada, aventuré: a
lo mejor es que nadie sabe de nadie, demasiadas veces.
Y
hubiese querido añadir: y eso sí que es enfermizo. Que cada uno
guarde dentro de sí un tesoro y no comparta ni las migajas. Que
encierres celosamente tu intimidad bajo siete cerrojos, como si fuera
una cosa incomparable, cuando lo cierto es que lo que te pasa a ti,
me pasa a mí, y le pasa al de más allá. Que a mi padre le dé
mañana un infarto y se muera, y que a mí no me queden más que tres
barruntos hipotéticos de lo que ha sido su vida. Que tenga que echar
mano de mi percepción distorsionada para imaginar si tú alguna vez
sueñas con poner del revés la tuya. Que no pueda ver más que
fotogramas sueltos de la película cotidiana de la gente que me
interesa. Que los demás sean como muñecos recortables a los que les
coloco un vestidito o un traje de buzo, según cómo me haya
levantado. Que la gente se vaya esfumando, y arrastre tras de sí
sistemas solares completos de vivencias. Que ya no pueda echarle un
vistazo a la habitación donde mi tía muerta durmió con su lío de
Fez, o de Essaouira, o de Tánger, ni siquiera lo sé. Que tampoco
sepa si mi amigo se sienta alguna vez a oscuras en la cama,
intentando atender a su respiración. O si Miguel lleva ahora el pelo
corto. Si Laura la de Sevilla sigue dibujando planos de su casa
ideal. Si mi hermana canturrea mientras friega los platos. Si Vasco
se acuerda de mí alguna vez. De la gente sólo nos llega una luz
como de estrellas muertas hace dos millones de años. Eso no es
enfermizo. Eso es el dolor.
Hubiera
estado bien tener tanta elocuencia, pero a cambio tenía las manos
llenas de aceite apestoso y de trocitos de hojas secas, y el viento
vocinglero no paraba. Y cada vez que miraba a mi alrededor me saltaba
otra esquirla diminuta de corazón, porque a lo mejor hace ocho años
me había sentado debajo de ese mismo árbol, y me sequé el sudor de
la frente, y contemplarme así, con aquel uniforme acartonado, y las
botas no del todo domadas todavía, y el calor, y los árboles que
empezaban a susurrarme, y tanta soledad bendita, y todo el camino
desconocido que había recorrido a pie, y la emisora portátil a mi
lado, radiando noticias de un mundo del que resulta que yo también
formaba parte, a lo mejor todo eso me había parecido ciencia
ficción. A lo mejor, digo, porque también me toca ahora elucubrar
sobre mi propia vida. Porque de mi pasado no escrito, no narrado, no
revelado, no me quedan más que tres o cuatro barruntos hipotéticos.
Porque también yo soy como una muñequita recortable que mi memoria
viste a su antojo con un par de trajes demasiado usados. Porque yo
también voy a terminar esfumándome.
Y sin
embargo, puede que un día, antes de que eso suceda, me reencuentre
con alguna de estas viñetas de intimidad que a lo mejor es verdad
que sólo me interesan a mí. Puede que la coja entre los dedos,
igual que una flor seca que guardamos hace años dentro de un libro,
porque apenas si podíamos creer que la primavera fuera una cosa
real. Y puede que, gracias a que una vez no me importó abrir la caja
fuerte de las vivencias, y derrocharlas con cualquiera, tú y tú, y
hasta yo, seamos capaces de oler todavía el olor a pescado, de
sentir en la cara la ventolera de un día de excursión.
(Y
mañana, Madrede, concretaré por qué a un Homo sapiens sano podrían
llegar a interesarle los vaivenes menstruales de otro Homo sapiens
ansioso por querer seguir sano)
Me ha gustado mucho este post. El azote de libertad que sale de tu boca es aniquilador, eso sí que es un sistema solar (me ha chiflado la frase). Y lo bueno que tiene es que me seguirá gustando cuando lo relea (Zeus sabe cuándo). Me interesan y me alimentan tus palabras. Compartes una parte de ti, y la clave está en ese verbo: compartir. Deja de ser sólo íntimo para convertirse en comunitario: eso es generosidad y esto es un LIC.Eres un sol y todo su sistema, guapa.
ResponderEliminarY tú tienes una habilidad innata para hacer (pocos) comentarios que me disuelven como un sobre de Tang.
EliminarNo pudiendo (ni queriendo) igualar las bonitas palabras de Autoayudado, pero estoy muy de acuerdo con los que escribes. Transmitimos un muypoquito por ciento de lo que somos, y me parece precioso y realmente necesario el abrirse y compartirlo. Necesario para uno mismo y necesario para la apertura en general, pues es muy enriquecedor (y contagioso) para el lector asomarse a las múltiples caras de uno.
ResponderEliminarMe ha molado mil, básicamente.
Muas
A mí desde luego que me hace mucho más bien que mal, pero si además os enriquece a vosotros, bueno, qué otra cosa mejor puede escuchar alguien que escribe. Y qué orgullo y qué responsabilidad, poder funcionar a veces como un espejo.
EliminarUn beso.
En cualquier caso que cada uno disponga de su intimidad como prefiera. Siempre que en este nudismo no se hallen reflejados quienes no desean estarlo.
ResponderEliminar¡Me gusta tanta como escribes!.
Es que habría que ver hasta qué punto la intimidad es una cosa absolutamente privada, y diferenciar dónde termina lo privado y empieza lo colectivo.
EliminarMe uno al de arriba,te animo a que siguas escribiendo,tienes frases que particularmente a mi persona le ayudan mucho,yo no sé de donde las sacas,y me imagino que eres feliz haciendolo,asinque,quien quiera que sigua enganchao a tí,y quien no,pues...¡ah!a mi si me interesan tus desarreglos,pero claro,soy de tu familia,y la familia duele.Un beso
ResponderEliminarSi soy feliz haciéndolo, imagina si a esa felicidad le sumas la de saber que a alguien, y a alguien muy querido, le ayuda lo que yo hago solita desde mi habitación
EliminarMe uno por entero a la opinión de los que te apoyan. A tomar vientos tanto puñetero límite a la intimidad. Toda la vida viendo muros, paredes...que esto no se vea, que no se sepa, que no se hable...Qué placer conocer a una persona tal como es, saber que no existen "puntos de fuga", que no son necesarios. Me gustan las películas cotidianas (te copio un poquillo, como siempre) de la gente que me interesa, sí, me gustan mucho.
ResponderEliminar"Nadie conoce a nadie"