viernes, 8 de marzo de 2013

A favor del nudismo vital


No es sólo por el comentario al post de anteayer de ese troll llamado Madrede. Ya llevaba unos días queriendo desmadejar la palabra intimidad. Concretamente, desde el sábado pasado.

Estábamos Jose y yo debajo de un quejigo, peleándonos con las esquivas caballitas de nuestros bocatas. Comíamos enroscados como armadillos, la espalda redonda, el abrigo sufriendo la amenaza constante de un goterón de aceite, los pies palpitantes. Jugando a Robinsones, habíamos decidido que en aquella curva concreta del camino, debajo de aquel árbol, podríamos estar algo más refugiados de los guantazos del Levante. Pero cuando un viento se pone así de cafre, así de presumido, lo único que se puede hacer es agachar la cabeza y aguantar su perorata. Las ramas del quejigo se abrían como abanicos, las nubes asomaban por entre sus dedos abiertos, y bajo las nubes, los buitres surfeaban el cielo y nos curioseaban. Conozco a los buitres como si fueran mis primos. No hay que guardarles ningún recelo.

Recuerdo esos detalles, pero no cómo surgió el tema de lo que enseño en el blog. Jose dijo: yo no podría poner a disposición de cualquiera toda mi intimidad, como tú haces. Yo dije, intentando contener a mis caballas: para empezar, si contase lo que no cuento, no me reconocerías ni tú. Y para empezar otra vez ¿qué tiene de malo? Él vaciló: bueno, a mí ni siquiera me saldría naturalmente, pero si me saliese, tampoco. No sé, es... enfermizo. Que alguien del que sabes poco o nada tenga tanta información sobre ti. Y yo, que ya estaba probando el gusto a humus que se le había quedado adherido al trozo de pez que acababa de recoger de entre la hojarasca, y que por eso no andaba muy concentrada, aventuré: a lo mejor es que nadie sabe de nadie, demasiadas veces.

Y hubiese querido añadir: y eso sí que es enfermizo. Que cada uno guarde dentro de sí un tesoro y no comparta ni las migajas. Que encierres celosamente tu intimidad bajo siete cerrojos, como si fuera una cosa incomparable, cuando lo cierto es que lo que te pasa a ti, me pasa a mí, y le pasa al de más allá. Que a mi padre le dé mañana un infarto y se muera, y que a mí no me queden más que tres barruntos hipotéticos de lo que ha sido su vida. Que tenga que echar mano de mi percepción distorsionada para imaginar si tú alguna vez sueñas con poner del revés la tuya. Que no pueda ver más que fotogramas sueltos de la película cotidiana de la gente que me interesa. Que los demás sean como muñecos recortables a los que les coloco un vestidito o un traje de buzo, según cómo me haya levantado. Que la gente se vaya esfumando, y arrastre tras de sí sistemas solares completos de vivencias. Que ya no pueda echarle un vistazo a la habitación donde mi tía muerta durmió con su lío de Fez, o de Essaouira, o de Tánger, ni siquiera lo sé. Que tampoco sepa si mi amigo se sienta alguna vez a oscuras en la cama, intentando atender a su respiración. O si Miguel lleva ahora el pelo corto. Si Laura la de Sevilla sigue dibujando planos de su casa ideal. Si mi hermana canturrea mientras friega los platos. Si Vasco se acuerda de mí alguna vez. De la gente sólo nos llega una luz como de estrellas muertas hace dos millones de años. Eso no es enfermizo. Eso es el dolor.

Hubiera estado bien tener tanta elocuencia, pero a cambio tenía las manos llenas de aceite apestoso y de trocitos de hojas secas, y el viento vocinglero no paraba. Y cada vez que miraba a mi alrededor me saltaba otra esquirla diminuta de corazón, porque a lo mejor hace ocho años me había sentado debajo de ese mismo árbol, y me sequé el sudor de la frente, y contemplarme así, con aquel uniforme acartonado, y las botas no del todo domadas todavía, y el calor, y los árboles que empezaban a susurrarme, y tanta soledad bendita, y todo el camino desconocido que había recorrido a pie, y la emisora portátil a mi lado, radiando noticias de un mundo del que resulta que yo también formaba parte, a lo mejor todo eso me había parecido ciencia ficción. A lo mejor, digo, porque también me toca ahora elucubrar sobre mi propia vida. Porque de mi pasado no escrito, no narrado, no revelado, no me quedan más que tres o cuatro barruntos hipotéticos. Porque también yo soy como una muñequita recortable que mi memoria viste a su antojo con un par de trajes demasiado usados. Porque yo también voy a terminar esfumándome.

Y sin embargo, puede que un día, antes de que eso suceda, me reencuentre con alguna de estas viñetas de intimidad que a lo mejor es verdad que sólo me interesan a mí. Puede que la coja entre los dedos, igual que una flor seca que guardamos hace años dentro de un libro, porque apenas si podíamos creer que la primavera fuera una cosa real. Y puede que, gracias a que una vez no me importó abrir la caja fuerte de las vivencias, y derrocharlas con cualquiera, tú y tú, y hasta yo, seamos capaces de oler todavía el olor a pescado, de sentir en la cara la ventolera de un día de excursión.

(Y mañana, Madrede, concretaré por qué a un Homo sapiens sano podrían llegar a interesarle los vaivenes menstruales de otro Homo sapiens ansioso por querer seguir sano)

9 comentarios:

  1. Me ha gustado mucho este post. El azote de libertad que sale de tu boca es aniquilador, eso sí que es un sistema solar (me ha chiflado la frase). Y lo bueno que tiene es que me seguirá gustando cuando lo relea (Zeus sabe cuándo). Me interesan y me alimentan tus palabras. Compartes una parte de ti, y la clave está en ese verbo: compartir. Deja de ser sólo íntimo para convertirse en comunitario: eso es generosidad y esto es un LIC.Eres un sol y todo su sistema, guapa.

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    1. Y tú tienes una habilidad innata para hacer (pocos) comentarios que me disuelven como un sobre de Tang.

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  2. No pudiendo (ni queriendo) igualar las bonitas palabras de Autoayudado, pero estoy muy de acuerdo con los que escribes. Transmitimos un muypoquito por ciento de lo que somos, y me parece precioso y realmente necesario el abrirse y compartirlo. Necesario para uno mismo y necesario para la apertura en general, pues es muy enriquecedor (y contagioso) para el lector asomarse a las múltiples caras de uno.
    Me ha molado mil, básicamente.
    Muas

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    1. A mí desde luego que me hace mucho más bien que mal, pero si además os enriquece a vosotros, bueno, qué otra cosa mejor puede escuchar alguien que escribe. Y qué orgullo y qué responsabilidad, poder funcionar a veces como un espejo.

      Un beso.

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  3. En cualquier caso que cada uno disponga de su intimidad como prefiera. Siempre que en este nudismo no se hallen reflejados quienes no desean estarlo.
    ¡Me gusta tanta como escribes!.

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    1. Es que habría que ver hasta qué punto la intimidad es una cosa absolutamente privada, y diferenciar dónde termina lo privado y empieza lo colectivo.

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  4. Me uno al de arriba,te animo a que siguas escribiendo,tienes frases que particularmente a mi persona le ayudan mucho,yo no sé de donde las sacas,y me imagino que eres feliz haciendolo,asinque,quien quiera que sigua enganchao a tí,y quien no,pues...¡ah!a mi si me interesan tus desarreglos,pero claro,soy de tu familia,y la familia duele.Un beso

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    1. Si soy feliz haciéndolo, imagina si a esa felicidad le sumas la de saber que a alguien, y a alguien muy querido, le ayuda lo que yo hago solita desde mi habitación

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  5. Anónimo entre comillas10 marzo, 2013 22:54

    Me uno por entero a la opinión de los que te apoyan. A tomar vientos tanto puñetero límite a la intimidad. Toda la vida viendo muros, paredes...que esto no se vea, que no se sepa, que no se hable...Qué placer conocer a una persona tal como es, saber que no existen "puntos de fuga", que no son necesarios. Me gustan las películas cotidianas (te copio un poquillo, como siempre) de la gente que me interesa, sí, me gustan mucho.

    "Nadie conoce a nadie"

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