A lo mejor me puse ayer un
poco estupenda, con mi sarta de disquisiciones cursis acerca de la
literatura y la vida. Pero he aquí el contexto: llevaba puestos, uno
sobre otro, dos forros polares; el vientecillo de la estufa al máximo
me arrullaba como un éxito del festival de San Remo; después de
cinco días seguidos de despertarme antes de las seis de la mañana,
mi actividad neuronal rozaba peligrosamente la catatonia; si a ese
estado lamentable de tiritón y sueño se le suman los efectos
secundarios de la luz salvajemente diáfana de los atardeceres de
estas vecindades del Estrecho (laxitud, ojos de poeta tuberculoso)
entonces se comprende que fuera incapaz de perpetrar algo con un
mínimo de músculo y austeridad. Al menos un par de párrafos
asequibles y simpáticos. O simplemente redactados en cristiano.
Lo que yo quería decir, y
será la última vez en mucho tiempo que me dedique a estas
perversiones onanistas de escribir sobre escribir, es que no parece
que tenga mucho sentido iniciar un reto mensual de publicación
diaria, cuando a lo largo de este enero había conseguido resolver
esa cuestión pesadísima de cómo traducir en el tiempo mi
compromiso con la escritura. Creo que ya he mencionado por aquí que
esta es una vocación sobrevenida. Nunca me refugié de los niños
malos del recreo, o de la falta de amiguitas, encerrándome en mi
habitación con un diario con dibujos de Candy Candy en la portada.
Nunca le escribí cuentos barrocos a mis muñecas. No tuvieron un
crecimiento paralelo, los bultos de mi cuerpo y la necesidad de
atrapar el mundo en palabras. Y nunca he tenido en las venas más
tinta que la impresa en los libros. Así que ese compromiso me ha
pillado con tan pocos recursos innatos como si hubiera
optado por dedicarme, en su lugar, a la halterofilia o al encaje de bolillos. La
técnica, los trampas, la rutina de entrenamiento y, sobre todo,
hacerme a la idea de que iba a haber alguien del otro lado de la
pantalla, parándose en las pausas de comas y puntos colocados a mi
antojo, todo eso es relativamente nuevo para mí. Así que soy una
aprendiz, y como tal, he buscado maestros. Muy buenos maestros,
encuadrados en la escuela de la práctica, práctica, práctica
cotidiana.
El problema es que yo tengo
un espíritu decadente muy poco dado a la disciplina deportiva, y
sumamente vulnerable al ataque de diversos placeres. Vivir me
estimula de muchas y variadas maneras, y pasa que sin una disposición
mínima a la renuncia, es difícil comprometerse con una sola de
ellas, con la seriedad suficiente como para dar lo mejor de uno
mismo. Este dilema idiota, que hasta a mí me ha dado ganas de
tirarme de las orejas, me ha acompañado desde bastante antes de
empezar a publicar en el blog. Me sentía culpable por no estar lo
bastante implicada. Me sentía una estafa vital. Una persona con un
hobby, y punto.
Hasta que, siguiendo con la
broma del calendario delirante de Doña Pijota, decidí dedicar el
mes de enero a monear con Photoshop, y a sacarme de la manga un
cartel por cada uno de aquellos diez mandamientos que redacté. Y la
sorpresa es que mi ansiedad por la frecuencia de escritura se ha
aplacado. Porque, mientras buscaba en internet inspiración, fuentes
tipográficas, y dibujitos que se dejaran robar, mientras montaba mis
collages y le daba forma gráfica a mis frases, dedicaba tanta atención a la tarea como cuando intento capturar una buena imagen con
palabras. Ese mismo espíritu desprendido y exaltado estaba ahí,
demostrando que la implicación es un material maleable que puede
fraguar de mil formas igualmente válidas. Jugaba con matices de
colores; copiaba descaradamente un estilo ajeno; aprendía el manejo
del programa con esa torpeza característica mía, consistente en
empezar por la lección número cuarenta y tres, en vez de por la
primera. Y todo eso no era muy diferente de escribir, igual que ser
consciente, ayer, de un abrazo, irse Jose quedando dormido en mi
regazo mientras yo a la vez vivía la Otra Vida de mi libro, y fijar
ese recuerdo en la memoria, para siempre, no era tampoco diferente de
escribir. Por eso no me costó alternar días de escritura y días
para todo lo demás. Porque, siguiendo las sabias enseñanzas del
difunto Zapatero, todo es cuestión de talante. Y no hay un modo
unívoco de expresar lo mejor de uno mismo.
Y sin embargo...Hoy es 2 de
febrero, y este es mi segundo post del mes. De vez en cuando
viene bien probar a ser una persona distinta.
P.D.:
de verdad, que se me pongan las uñas negras si vuelvo a engrosar la
etiqueta de las Metatonterías. Gracias por la paciencia, amiguitos.
Tú,que precisamente ayer me decías que empezara a leer lo que estaba leyendo, por el principio.
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