sábado, 2 de febrero de 2013

Requiem (transitorio) por una etiqueta


A lo mejor me puse ayer un poco estupenda, con mi sarta de disquisiciones cursis acerca de la literatura y la vida. Pero he aquí el contexto: llevaba puestos, uno sobre otro, dos forros polares; el vientecillo de la estufa al máximo me arrullaba como un éxito del festival de San Remo; después de cinco días seguidos de despertarme antes de las seis de la mañana, mi actividad neuronal rozaba peligrosamente la catatonia; si a ese estado lamentable de tiritón y sueño se le suman los efectos secundarios de la luz salvajemente diáfana de los atardeceres de estas vecindades del Estrecho (laxitud, ojos de poeta tuberculoso) entonces se comprende que fuera incapaz de perpetrar algo con un mínimo de músculo y austeridad. Al menos un par de párrafos asequibles y simpáticos. O simplemente redactados en cristiano.

Lo que yo quería decir, y será la última vez en mucho tiempo que me dedique a estas perversiones onanistas de escribir sobre escribir, es que no parece que tenga mucho sentido iniciar un reto mensual de publicación diaria, cuando a lo largo de este enero había conseguido resolver esa cuestión pesadísima de cómo traducir en el tiempo mi compromiso con la escritura. Creo que ya he mencionado por aquí que esta es una vocación sobrevenida. Nunca me refugié de los niños malos del recreo, o de la falta de amiguitas, encerrándome en mi habitación con un diario con dibujos de Candy Candy en la portada. Nunca le escribí cuentos barrocos a mis muñecas. No tuvieron un crecimiento paralelo, los bultos de mi cuerpo y la necesidad de atrapar el mundo en palabras. Y nunca he tenido en las venas más tinta que la impresa en los libros. Así que ese compromiso me ha pillado con tan pocos recursos innatos como si hubiera optado por dedicarme, en su lugar, a la halterofilia o al encaje de bolillos. La técnica, los trampas, la rutina de entrenamiento y, sobre todo, hacerme a la idea de que iba a haber alguien del otro lado de la pantalla, parándose en las pausas de comas y puntos colocados a mi antojo, todo eso es relativamente nuevo para mí. Así que soy una aprendiz, y como tal, he buscado maestros. Muy buenos maestros, encuadrados en la escuela de la práctica, práctica, práctica cotidiana.

El problema es que yo tengo un espíritu decadente muy poco dado a la disciplina deportiva, y sumamente vulnerable al ataque de diversos placeres. Vivir me estimula de muchas y variadas maneras, y pasa que sin una disposición mínima a la renuncia, es difícil comprometerse con una sola de ellas, con la seriedad suficiente como para dar lo mejor de uno mismo. Este dilema idiota, que hasta a mí me ha dado ganas de tirarme de las orejas, me ha acompañado desde bastante antes de empezar a publicar en el blog. Me sentía culpable por no estar lo bastante implicada. Me sentía una estafa vital. Una persona con un hobby, y punto.

Hasta que, siguiendo con la broma del calendario delirante de Doña Pijota, decidí dedicar el mes de enero a monear con Photoshop, y a sacarme de la manga un cartel por cada uno de aquellos diez mandamientos que redacté. Y la sorpresa es que mi ansiedad por la frecuencia de escritura se ha aplacado. Porque, mientras buscaba en internet inspiración, fuentes tipográficas, y dibujitos que se dejaran robar, mientras montaba mis collages y le daba forma gráfica a mis frases, dedicaba tanta atención a la tarea como cuando intento capturar una buena imagen con palabras. Ese mismo espíritu desprendido y exaltado estaba ahí, demostrando que la implicación es un material maleable que puede fraguar de mil formas igualmente válidas. Jugaba con matices de colores; copiaba descaradamente un estilo ajeno; aprendía el manejo del programa con esa torpeza característica mía, consistente en empezar por la lección número cuarenta y tres, en vez de por la primera. Y todo eso no era muy diferente de escribir, igual que ser consciente, ayer, de un abrazo, irse Jose quedando dormido en mi regazo mientras yo a la vez vivía la Otra Vida de mi libro, y fijar ese recuerdo en la memoria, para siempre, no era tampoco diferente de escribir. Por eso no me costó alternar días de escritura y días para todo lo demás. Porque, siguiendo las sabias enseñanzas del difunto Zapatero, todo es cuestión de talante. Y no hay un modo unívoco de expresar lo mejor de uno mismo.

Y sin embargo...Hoy es 2 de febrero, y este es mi segundo post del mes. De vez en cuando viene bien probar a ser una persona distinta.


P.D.: de verdad, que se me pongan las uñas negras si vuelvo a engrosar la etiqueta de las Metatonterías. Gracias por la paciencia, amiguitos.



1 comentario:

  1. Tú,que precisamente ayer me decías que empezara a leer lo que estaba leyendo, por el principio.

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