viernes, 15 de febrero de 2013

La piratería androide

 
Yo misma soy un síntoma de estos tiempos ávidos y piratas. Porque quiero un smartphone. De verdad, lo quiero. Lo tiene todo el mundo, ¿no?. Pues lo quiero. Como si no pudiera identificar perfectamente el año de mi edad adulta en que escuché hablar por primera vez de esos teléfonos con que los italianos peroraban como perturbados por las calles. Como si entonces no hubiera dicho “¿yo? Ni de coña”. Como si no hubiera tenido que acostumbrarme a la idea de internet, igual que un gato asilvestrado a la presencia de los humanos. Como si fuera mentira que, cuando yo era pequeña, no había teléfonos fijos en absolutamente todas las casas del universo. Como si no hubiera jugado en la oficina de mi padre a ser la secretaria supereficiente que, con dedos ágiles como arañas, dominaba la osamenta de una máquina de escribir. Todo eso es ahora tan difícil de recordar como la rueda de madera. Porque quiero llevar internet en el bolsillo, a todas horas. Lo quiero. Como si me estuviera perdiendo la Fiesta Definitiva. Como si el planeta Tierra estuviera a punto de ser desalojado ante el inminente impacto de un meteorito mortífero, y yo me hubiera quedado sin entradas para la nave espacial que va a realizar el rescate. Como un manco quiere a su brazo perdido.

Corolario para los que quieran subir nota: cuando digo “quiero eso” con vehemencia, pasa que esas necesidades vitales que viven en mí de forma más o menos latente, que son ambiguas, difusas, y que a veces no se dejan ni nombrar, se recogen en un ramillete y se vuelcan en una necesidad directa, manipulable, y bastante elemental. Con el resultado de que las necesidades originales (pongamos que hablamos de una necesidad de experiencias ricas, de atención, de amparo, de amistad , de comunión y risa), todavía no completamente resueltas, siguen comiendo en mi intestino como una tenia, mientras mi casa se llena de trastos, mi dependencia hacia los objetos se dispara, y mi atención se dispersa.

Pero la comedia del deseo se enreda un poquito. No se trata sólo de querer, y de caer como una leona hambrienta sobre la presa. El juego consumista del querer – pagar – tener se ha sofisticado. Yo ya no quiero únicamente un smartphone. No quiero una presa fácil. Quiero un trofeo. Quiero competir con la compañía que me va a suministrar el teléfono. Quiero regatear. El tiempo del higiénico aquí te pillo, aquí te mato, de la compra tradicional ha sido liquidado. Ahora mantenemos relaciones largas con las operadoras, y ellas, como novias celosas, te exigen un compromiso de permanencia. Y, bueno, quién no conoce, o no imagina, el cóctel molotov de dependencia y encono que caracteriza a este tipo de relaciones. Nuestros vínculos con esas compañías que permiten que nos comuniquemos hasta niveles delirantes son, por contraste, opacos, y están basados en la mutua desconfianza. Nos odiamos, nos necesitamos. Ellas te la van a pegar, está claro. Y eso te da permiso para que tu código de limpieza ética salte por los aires. De repente, lo normal, lo que incluso se requiere de ti, es que mientas, que amenaces, que coquetees con terceros. Quieres que se te vea poniendo los cuernos. Quieres darle celos a tu compañía para que te ate con esposas de peluche a la pata de la cama. Ríete tú de los jueguecitos de Las amistades peligrosas. De repente te ves con permiso para pasarte por el forro las condiciones y los precios públicos que oferta la publicidad. Has dejado de ser un objeto pasivo manipulado por el marketing. Te han dejado un ilusorio espacio de control, y ahora participas en la política de ventas de una gran corporación. Si no te aprovechas de las compañías, es que eres un marmolillo susceptible de ser barrido por la selección natural. No seas tonto: te mereces ser agasajado. Si la compañía no te da lo que te corresponde, quitáselo. Rapíñalo. Sé astuto. Sé solidario. Robar a un rico no es piratería, sino justicia social.


P.D. Yo confieso: durante la elaboración de este post se urdió una de las sucias negociaciones descritas en el mismo. ¿Soy una sabandija? Algo peor. Me busqué una mamporrera que se hizo pasar por mí. A veces soy de un fariseo que da grima.

4 comentarios:

  1. Ya me contarás como te salió, porque estoy pensando en cambiar de trasto.
    Besos.

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    1. Jiajiajia, juasjuasjuas, jojojojo. Deseando estoy de verle la cara al telefonino que está a punto de traerme la cigüeña.

      Besooos.

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  2. Anónimo entre comillas17 febrero, 2013 22:39

    Mientras iba leyendo (y riendo) pensaba: no puede ser, no puede ser...¿Que quieras tu smartphone? ¿qué te voy a contar? Hoy "whatsappeaba" con una amiga mientras viajaba -ella- en un tren durante 27 interminables horas hacia su Volvogrado natal Ir viendo las fotos de esos desiertos nevados que nos enviaba a todo un grupo que seguíamos a la vez su viaje en la distancia... ¿cómo no rendirme al prodigio del aparatito?
    Así que entiendo bien la primera parte del post ¿pero que lidies y discutas con la teleoperadoras y compares condiciones y tarifas...? Que no y no. Al final todo ha cuadrado y casi adivino el nombre de tu suplantadora.

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    1. Te equivocas, querida. A mi nueva sacerdotisa de las telecomunicaciones no la conoces. A ella lle voy a mandar mi primer whatsapp. El segundo, a ti.
      Pero he descubierto que no es tan difícil. Me han pervertido malamente.

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